A la generación que se está formando se le ha adoctrinado para que abrace el sistema económico y político que perceptiblemente teme, lo cual redunda en un áspero cinismo en cuanto a sus opciones de futuro y su contribución a mantener un orden que no puede evitar, pero en el que tampoco cree o confía.
Lejos de sentir que constituyen la generación más liberada de la historia, los jóvenes-adultos creen menos en la tarea que tienen encomendada en la sociedad que el mismo Sísifo, empujando la piedra ladera arriba de la montaña. Acceden a cumplir sus deberes pero sin fe ni sentido de una misión, tan solo con el aplicado celo de quien no tiene otra alternativa. La abrumadora respuesta que dan a lo que les ha tocado en suerte hace referencia a un “no hay salida”, les muestra como cínicos participantes de un sistema que inmisericordemente produce triunfadores y perdedores.
No es de extrañar que incluso los “triunfadores” admitan en momentos de franqueza que no son tanto estafadores como estafados. Así lo explica David Brooks: “Somos meritocráticos por mero instinto de supervivencia. Si no nos afanamos en alcanzar la cima, la única opción que nos queda es el pozo sin fondo del fracaso. Trabajar duro y obtener calificaciones decentes deja de ser suficiente desde el momento en que crees que sólo hay dos opciones: las altas cumbres o la cavernosa cima”.
Patrick Deneen en “¿Por qué ha fracasado el liberalismo?”
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