Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra (3-5). Notas biográficas breves

El caso del «Papa Borgia»

El problema de la familia Borgia ha dado mucha tela para cortar por los libelistas anticatólicos… Asesinos y envenenadores para Leibniz, Gordon, Bayle, Voltaire, Federico II de Prusia, Rousseau, Víctor Hugo, Ale­jandro Dumas, Jules Michelet, etc., parecería que no hu­biera habido peores gobernantes que ellos ni peor Papa que Alejandro VI.

El célebre elogio de Maquiavelo a César Bor­gia («hijo» o sobrino de Alejandro VI) ha sido tan gravoso para esa familia valenciana como las malignidades del «Diario» («LiberNotarum» o «Diarium») del maestro de ceremonias pontificio Juan Burckard. Los rumores y panfletos que este sacristán anotó contra Alejan­dro VI han sido tomados al pie de la letra por generaciones de historiadores, desde Francesco Guicciardini hasta Jacobo Burckhardt. En suma, que casi no hay cronista, ensayista o novelista anticatólico que no haya escrito algo contra los Borgia.

A partir de Gregorovius y de Ludwig von Pastor, dos historiadores de fuste, puede decirse que la real historia de este Pontífice comienza a es­cribirse en serio, aunque también adhieran a algunas historias no probadas. Recién en el siglo XX una serie de historiado­res ha rehabilitado la memoria del cuestionado Papa: Frederick William Rolfe, Emile Gebhart, Louis Gastine, Emmanuel Rodocanachi, J. Lucas Dubreton, Fred Berence, Giovanni Soranzo, etc. Entre ellos se destacan las obras de los historiadores Monseñor De Roo[1] y del cubano Orestes Ferrara, quien ha presentado el tema del siguiente modo:

El nombre «Borgia» es, en la vida diaria, sinóni­mo de veneno y asesinato, astucia malévola, in­cesto y fratricidio, engaño constante; y, dentro de la Iglesia, es expresión de simonía, nepotis­mo, negación de fe, y hasta de la idea de Dios (…). Si, como muchos equivocadamente opinaron, Maquiavelo fue el teórico de métodos repulsivos a las conciencias honradas, los Borgia representaron la maldad en acción (…) historia que, des­pués de haber salido de la pluma de los escrito­res, se ha transformado en tradición popular, en drama y hasta en morbosa emotividad poética. Es la leyenda negra que se forja caprichosamen­te en muchos sucesos de la Historia[2].

De ahí que,

someter a un proceso de revisión las ideas tra­dicionales resulta difícil (…). Volver a estudiar a Ale­jandro VI sobre los documentos originales y exa­minar la formación de la leyenda en cada caso, o mejor dicho en cada delito; reducir a las propor­ciones reales, ayudado por una crítica imparcial, los actos considerados monstruosos, es, en cier­to modo, hacer caer una ilusión, destruir un con­junto artístico que ha hecho palpitar a autores y lectores, dramaturgos y público, y, en estos últi­mos tiempos, a las masas infantiles de los cines[3].

Y eso que el cubano no conocía internet…

Los mitos y las leyendas modernas cuentan con métodos de divulgación masivos, eficaces y persuasorios. Como los que los libelistas anglosajones han desplegado en contra de la Inquisición española o de la conquista americana. Sin embargo,

lo cierto es que esta realidad palpitante (…) es una creación fantástica. Lo cierto es que esta que creemos historia de los Borgia es leyenda (…). Le­yenda poco a poco elaborada (…). Para hacerla ve­rosímil se han añadido paulatinamente hechos imaginarios a hechos ciertos, aumentando lue­go su volumen, convirtiendo hipótesis en reali­dades y, al final, ya a distancia de siglos, se ha dramatizado todo el conjunto. La historia de Alejandro VI, como nos ha sido transmitida (…) es un tejido de falsedades (…). Como la leyenda de Ale­jandro VI ha llegado a ser una opinión general, a fuerza de ser repetida, su verdadera historia resulta nueva[4].

Se ha impuesto el relato sobre la historia; para ello, se ha recurrido a un par de autores que, desde el siglo XVI, han venido atacando la figura del Papado o simplemente eran enemigos personales de Alejandro VI: Infessura, Matarazzo y Sanazzaro:

A nuestro entender, los historiadores han sido llevados a tantos errores (…) porque han adaptado los hechos al tipo histórico que se han forjado y no han creado el tipo histórico sobre los hechos (…). En realidad, para quien conoce por directo exa­men de sus obras a Infessura, Matarazzo y Sanazzaro, sabe que en ellos no hay nada exacto, y la mayor parte de lo que han dejado escrito es fal­so. Sanazzaro era un escritor satírico, que divir­tió a sus lectores y sirvió a sus Príncipes a expen­sas de Alejandro VI; vivía en Nápoles y odiaba al Papa, servía a sus reyes aragoneses (…). Matarazzo (…) vivía en Perugia, donde recibía en cartas diverti­das todas las intrigas y embustes que los acadé­micos del tiempo le enviaban, agriados por el servilismo a que estaban sometidos (…). Stefano In­fessura (…) fue el calumniador por fanatismo. Lo vemos como uno de los últimos representantes de la Roma que había tenido veleidades republi­canas (…). Todos los Papas son sus enemigos, y contra to­dos usa el mismo lenguaje (…). Su método es crear hechos o tomar pretextos de hechos reales para demostrar la infamia de los Papas. La verdad no le importa. Ningún historiador ha dado valor a los escritos de los dos primeros, y todos han considerado igualmente el Diario de la Ciudad de Roma de Infessura poco fidedigno. No obstante, al mismo tiempo de considerarlos como poco fie­les, estos historiadores los aceptan, considerán­dolos buena fuente de información. Von Pas­tor repetidamente dice que no puede tenerse confianza en ellos; así, Gregorovius, e igualmen­te Oreste Tomassini (…). Pero lo cierto es que es­tos eruditos mencionados, como todos los otros, usan las inexactitudes, errores y falsedades, es­pecialmente de Infessura, cuando se trata de los Borgia[5].

En cualquier caso, se comparta o no el punto de vista de Orestes Ferrara, en lo que hay que convenir es que, a esta altura del conocimiento científico, la leyenda de los Borgia, como símbolos del veneno, el puñal, el incesto, el filicidio y de cuanto crimen horroroso quepa imaginar, ha quedado como la «historia oficial», especialmente divulgada por la televisión norteamericana.

En el campo del saber lo compartible es lo que observa Franz Funck-Brentano:

Seguramente la vida del papa Alejandro VI re­gistra crímenes que parecen horribles cuando se piensa en que se trata del padre de la Cristian­dad y, sin embargo, por lo que a él concierne, nos sentimos inclinados a la indulgencia, acaso porque verdaderamente se le han atribuido dema­siados. La política antifeudal, la brutalidad san­grienta y sin escrúpulos con la cual su hijo César trabajó para hacerse de un principado en el cen­tro de Italia, le procuraron en vida enemigos que gozaron en dedicarle sátiras odiosas; y, en nues­tro tiempo, sus más autorizados historiadores han resultado ser protestantes, grandes y honrados his­toriadores ciertamente, Fierre Bayle, Ranke, Burckhardt, Gregorovius, pero que, descubrien­do en este pontificado una de las causas y justifi­caciones de la Reforma, han prestado demasiado fá­cil oído a las peores suposiciones de sus contemporáneos. No creemos, por ejemplo, en esas historias de cardenales envenenados por el Papa con el ob­jeto de apoderarse de sus riquezas. Llegaríamos hasta pretender que el «famoso» veneno de los Borgia no es más que una leyenda sin otro fundamen­to que las pasiones y la imaginación de los enemigos de Alejandro y de César. Sin hablar de esa pobre y pequeña Lucrecia, cuya rehabilitación ya no es discutida, dudamos de que Alejandro VI ni Cé­sar Borgia hayan jamás hecho envenenar a na­die y no logramos comprender cómo historia­dores de muy grande y sólido valor como Ranke y Burckhardt hayan podido dar el crédito y la autoridad de su pluma a cuentos rocambolescos como la historia de la muerte de Alejandro VI, tal como la han presentado[6].

El asunto sería inagotable si quisiésemos analizar acusación por acusa­ción; aquí más bien nos propondremos dar un pantallazo sucinto para luego elaborar algunas probables causas de las mismas.

Vida y obra de un acusado

Rodrigo Borgia nació en Játiva (Valencia, España) en 1432, en el seno de una noble y rica familia. Con apenas quince años fue destinado a la carrera eclesiástica, aprovechando una situación ventajosa: su tío era el famoso Cardenal Alfonso de Borja quien lo colmaría de beneficios.

Poco tiempo después, Rodrigo dejará España para trasladarse a Boloña, Italia, donde, luego de siete años de estudios y graduándose con todos los honores, será ordenado sacerdote con 24 años; pero no le aguardaría una apacible capilla española, sino las cortes romanas.

Después de haber cantado su primera Misa un hecho cambiará su vida por completo pues su tío, el español Alfonso de Borja, subirá al trono papal bajo el nombre de Calixto III y lo nombrará cardenal inmediatamente, asegurando así la continuidad de su familia en el papado. Para quien pueda asombrar este tipo de nombramientos, hay que tener en cuenta lo que señala Ferrara al respecto, a saber, que «el cardenalato no era entonces el último premio a una vida dedicada a la Fe y al Culto: era algo más complejo. El Cardenal tenía muy a menudo funciones de príncipe y de gobernante, y en ocasiones era comisario general cerca de los ejércitos o de las escuadras»[7]; es decir, se trataba de un cargo más político que religioso y, caso extraño, pero real, los Papas de mayor importancia del Renacimiento fueron precisamente escogidos entre estos jóvenes que el nepotismo había elevado a la púrpura cardenalicia (Julio II, León X, Clemente VII, Pablo III y, fuera de los Papas, el mismo San Carlos Borromeo).

Nombrado vicecanciller del Papado en 1457 y encargado de la organización interna, obtuvo relevancia propia por su actividad y solvencia en el cargo, al punto tal que no cesó en sus funciones durante todo el tiempo que fue cardenal, aunque pasasen cuatro Papas luego de su tío.

Enviado como legado Papal en unas tierras españolas que tendían a disgregarse, logró servir de puente para su unidad, favoreciendo el reinado de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, logrando hacer refrendar su matrimonio[8] por parte de Sixto IV.

En cuanto a su personalidad, se lee:

Él está en relación con los poderosos de la tierra. Los recibe en Roma cuando llegan, abriendo de par en par las puertas de su magnífica casa. En los programas oficiales de tales acontecimientos hay siempre un acto suntuoso en casa de Borgia. Ascanio Sforza (…) no puede dejar de manifestar (…) la belleza de uno de esos banquetes al cual asistió (…). En las fiestas religiosas, el Cardenal Borgia, igualmente, toma el primer puesto, despliega sus tapices, cubre de flores un largo trecho de la calle, ilumina maravillosamente la fachada de su casa. Su prodigalidad en tales casos raya en la extravagancia. En su vida privada es, en cambio, modesto hasta lo frugal; Bruchard, Maffei y otros nos dicen que en su mesa se sirve un solo plato, y que César Borgia y los otros Cardenales evitan quedarse a comer con él. A diferencia de Julio II, a quien todos deseaban no encontrar después de las comidas, es completamente abstemio[9].

En Roma, sus labores como hábil diplomático fueron admirables, al punto que el mismo Papa, confiando «de su habitual prudencia, de su integridad y solicitud y de la gravedad de sus costumbres»[10], le encomendó en 1477, la difícil tarea de coronar a Juana de Aragón como reina de Nápoles, quien acababa de casarse con el Rey Ferrante (recordemos que Nápoles, por aquél entonces, era disputada por Francia y Aragón).

Todo esto hizo que en los cuatro cónclaves que precedieron a su elección como pontífice, Borgia se caracterizase por una «habilidad de saber ganar siem­pre, o dirigiendo una elección o dando margen debido en el momento oportuno». Cardenales y príncipes elogiaban reiteradamente su capacidad política y diplomática, haciendo que su candidatura resultase un hecho natural.

A la muerte de Inocencio VIII, por ejemplo, éste era el concepto que se tenía de él:

Era, por otra parte, el más laborioso de los Carde­nales, el que tenía fama de ser el mejor administrador y el más entendido en cuestiones de finanzas. Sus antecedentes eran mejores que los de cual­quier otro candidato. En aquel momento era el decano del Sacro Colegio, habiendo sido Carde­nal treinta y seis años, era Vicecanciller, y lo había sido durante el pontificado de cinco Papas, ha­biendo desempeñado, además, las más altas mi­siones. Nada de extraño que fuese electo espon­táneamente sin la simonía de los votos (…). Alejandro VI fue electo por unanimidad[11].

 

continuará



[1] Peter de Roo, Material for a History of Pope Alexander VI, His Relatives and His Time, Desclée de Brouwer, Brujas 1924, 5 vols.

[2] Orestes Ferrara, op. cit., 25-27.

[3] Ibídem, 27.

[4] Ibídem, 27-29.

[5] Ibídem, 21, 22, 23, 25, 150, 158, 159.

[6] Franz Funck-Brentano, op. cit., 189.

[7] Orestes Ferrara, op. cit., 55.

[8] Isabel y Fernando, siendo primos segundos, debieron pedir una dispensa papal para poder unirse en matrimonio. La dispensa llegó por medio de una Bula papal y entonces el sacramento pudo administrarse, pero con el tiempo, se descubrió que el documento papal era falso; esto atormentó mucho, especialmente a Isabel. Fue el cardenal Borgia quien, como legado papal, consiguió por un documento auténtico revalidar el matrimonio realizado.

[9]Orestes Ferrara, op. cit., 69.

[11] Ibídem, 63, 107-108, 115.

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