“Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. (Mc 6,30-34)
La gente tiene necesidad de Dios.
La gente tiene necesidad de la Palabra de Dios.
La gente tiene necesidad de que la escuchen.
La gente tiene necesidad de que le hablen de Dios.
Hoy se habla mucho de la indiferencia religiosa.
Falta de apetito de Dios.
¿Dónde está la causa?
¿En la gente o en quienes debiéramos hablar de Dios?
El Evangelio de hoy puede aclararnos algo o al menos cuestionarnos.
Algo había en Jesús que arrastraba a la gente.
Algo había en Jesús que jalaba gente de todas partes.
Y la gente no se casaba de escucharle.
Y por mucho que trate de buscarse un lugar la tranquilo, la gente se le adelanta.
¿Era lo que El decía de Dios?
¿Era el hambre de Dios?
El caso es que Jesús nunca está solo.
Ni tiempo tiene para comer.
Pienso que la gente encontraba en El lo que no encontraba en los maestros de la Ley.
Pienso que la gente encontraba en El algo que buscaba y no encontraba en los demás.
No encontraremos aquí la respuesta?
Porque esto me cuestiona y me hace pensar:
No es cuestión de hablar por hablar.
No es cuestión de decir cosas por más bonitas que sean.
No es cuestión de decir las últimas novedades.
No es cuestión de decir lo que a nosotros se nos viene en ganas.
Es cuestión de hablar de lo que la gente necesita.
Es cuestión de hablar de lo que la gente busca.
Es cuestión de hablar dando respuesta a sus interrogantes.
Pero para ello:
Es preciso escuchar a la gente.
Es preciso escuchar el corazón de la gente.
Es preciso escuchar los sentimientos de la gente.
Es preciso conocer lo que la gente necesita.
No se puede hablar adecuadamente si antes no hemos escuchado atentamente.
No se puede hablar adecuadamente de Dios si no escuchamos a Dios.
Pero tampoco si no escuchamos el latir de la vida de la gente.
Siento envidia de Jesús que no necesita ir tras la gente.
Siento envidia de Jesús que no necesita hacer propaganda.
Siento envidia de Jesús porque es la gente misma la que lo busca.
Siento envidia de Jesús porque es la gente la que no le deja ni comer tranquilo.
Y siento pena cuando veo que hoy nos lamentamos de que la gente se nos vaya.
Siento pena de ver las Iglesias llenas de viejos, a los que ciertamente admiro.
Pero siento pena porque uno siente como si las Iglesias fuesen asilos de ancianos.
Algo hay en nosotros que no somos capaces de atraer.
Algo hay en nosotros que no somos capaces de hacer que la gente nos busque.
La gente no viene, se nos va.
La gente ya nos deja comer tranquilos.
¿Será que ha perdido el apetito de Dios?
¿Será que no siente que encuentra lo que busca?
Leo con pena lo que los Obispos escriben en el Documento de Aparecida:
“Según nuestra experiencia pastoral, muchas veces, la gente sincera que sale de nuestra Iglesia no lo hace por lo que los otros grupos “no católicos” creen, sino, fundamentalmente, por lo que ellos viven; no por razones doctrinales, sino vivenciales; no por motivos estrictamente dogmáticos, sino metodológicos de nuestra Iglesia. Buscan, no sin serios peligros, responder a algunas aspiraciones que quizá no han encontrado, como debería ser, en la Iglesia”. (A 225)
Es posible nos dediquemos a muchas cosas:
Menos a escucharles.
Menos a disponer de tiempo para atenderles con calma.
Señor: dame la capacidad de escuchar el latir del corazón de la gente.
Dame la capacidad de escuchar el grito que cada uno lleva dentro.
Que antes de hablarle aprenda a escucharla.
Y dame la gracia de saber responder a sus aspiraciones.
Dame la gracia de que la gente no deje de venir porque no escucha en mí lo que necesita.
Dame la gracia de que la gente no deje de venir porque no escucha lo que Tú quieres decirle.
Porque, yo estoy seguro de que la gente busca y no encuentra.
Te busca y no sabemos darte y ofrecerte.
Clemente Sobrado C. P.
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