Soy muy afortunado cuando celebro la misa, porque tengo una cruz sobre el altar que me da tanta devoción. Sólo tengo que mirar esa cruz para sentir mi fe arder. A eso hay que añadir el amor que tienen a la Eucaristía todas las monjas que escuchan la misa a mi derecha, tras las rejas de la clausura. Y, ante mí, varios laicos no se quedan a la zaga en cuestión de fe ante la consagración. Hay laicos en los bancos cuya vida espiritual tiene más valor ante Dios que el mismo celebrante que soy yo. Así lo creo.
De manera que todo, cuando celebro misa en el convento, confabula para aumentar mi amor por ese momento de la consagración de la Eucaristía.
Ya he dicho muchas veces que a mí, personalmente, me gusta más el ritual de la misa del Vaticano II. Pero me gustaría que cada consagración que hago, en cada misa de diario, tuviera la solemnidad de esta pintura y de esta foto que hoy pongo aquí.
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