9 de noviembre. Julián Marias, filósofo español, escribió en 1998 estas quejas del consumidor:

Un aspecto delicado es el uso de la lengua. La oficial de la Iglesia había sido el griego, y desde hace muchos siglos el latín. En la misa quedan restos del hebreo («hosanna», «amén») pero han desaparecido los del griego, los «kyries», sin que se vea motivo suficiente. La traducción de la misa a las lenguas vivas está plenamente justificada, pero no la casi absoluta eliminación de las misas en latín. Esta lengua era la «patria común» de los católicos, y se la podía encontrar en cualquier país. Recuerdo una misa en Nagasaki en que el único no japonés era yo. Y no pude entender una sola palabra. Creo que se deberían conservar algunas misas latinas, al menos ciertas porciones de ellas, que se omiten en cualquier lengua. ¿Cuántas veces se oye el Canon romano, admirable teológica y literariamente?

Y la justificada traducción a las lenguas vivas podría matizarse. Las hay absolutamente lejos del latín; pero hay lenguas románicas muy próximas; había innumerables fieles que no sabían latín para leer a Horacio, Virgilio o Tácito, pero que seguían muy bien el texto de la misa, ayudados por una traducción paralela. ¿No se ha perdido algo?

Y, ¿de qué lenguas se trata? En muchos lugares conviven varias: tal vez una lengua común a una nación entera y otras particulares de algunas regiones. Los criterios religiosos interfieren en ocasiones con «adherencias» o preferencias políticas que no deberían imponerse.

Otra cuestión espinosa es la música. Confieso mi preferencia por las misas en que no se la oye ni se canta. En España, los fieles suelen cantar mal; pero en eso soy tolerante, porque yo lo hacía peor. Lo que no soporto es que en una Iglesia que cuenta con el gregoriano y con la espléndida música del Renacimiento y el Barroco se escuchen canciones ridículas con una música ratonil.

Y una palabra más sobre la predicación. Aquí hay todas las variedades posibles, desde la casi total perfección hasta lo indeseable. Lo decisivo es que sea «religiosa»;que se hable de religión y no de otras cosas, aunque sean interesantes. La interpretación de las lecturas litúrgicas es exigible, y a veces se soslaya para hablar de otras cosas. Hay cuestiones capitales y que afectan a la vida religiosa y moral, que casi siempre se evitan, lo que lleva a una pavorosa incultura y a una desorientación moral que puede ser gravísima. Parece «mala educación» recordar que existe el pecado, que ciertas conductas lo son, que hay responsabilidad y riesgo de castigo. En los funerales suele darse por supuesto que el difunto era un santo y está sin duda en el cielo.

Hay algunos sacerdotes que tienen una incontenible propensión a hablar durante la celebración de la misa. Anuncian lo que van a decir -en vez de decirlo sin más-; comentan lo que han dicho, diluyendo su efecto; añaden, fuera de la homilía, consideraciones que pueden ser discretas pero son superfluas. Al mismo tiempo, se echa de menos la lectura de textos litúrgicos que pueden ser inapreciables.

La omisión de tres palabras en la petición de que Dios nos libre de todos los males -se añadía:«Pasados, presentes y futuros»- me parece una pérdida innecesaria. Era consolador pedir a Dios que nos libre de los males pasados; ni Dios mismo puede hacer que no hayan pasado; pero sí que sean males.

Espero que se perdone mi irreverencia, acaso mi impertinencia; pero es lícito aspirar a la perfección en la medida de lo posible.Ficha




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