Tras unos días en los que circunstancias ajenas a mi voluntad no me han permitido seguir escribiendo, aquí estamos de nuevo en contacto con tantos amigos de Infocatólica.
Días complicados en mis pueblos. Desde anoche, que comenzaron las fiestas en Gascones, y hasta el nueve de septiembre que acabarán las de Braojos, vamos a estar entretenidos. Como los almendreros, de fiesta en fiesta.
¿Y qué se hace, religiosamente hablando, en las fiestas de los pueblos? Pues se hace lo de siempre: misa, procesión, subasta de andas, romería si es el caso… y poquito más. Dependiendo de si es una población con algo más de gente, a veces se puede pensar en un triduo o novena. Pero ya digo que no hay mucho más que rascar. Otra cosa es que uno intente misa solemne, algún compañero, que venga un vicario, un obispo… A la gente la encanta la solemnidad.
Yo sé que esta forma de vivir la fe y trabajar pastoralmente no siempre ha sido bien comprendida. Más aún, despreciada muchas veces, sobre todo en los frenesís de los setenta y ochenta. Era como si en la Iglesia coexistieran, que no convivieran, dos formas de vivir y expresar la fe. Por un lado, la llamada vulgarmente “tradicional” que se nutría de misas, rezos, procesiones, novenas, romerías. Por otro, teníamos la moderna pastoral, las paraliturgias, los grupos de reflexión y profundización, el abandono de la religiosidad popular, lo actualizado, vamos.
Bien. Han pasado muchos años. ¿Treinta, cuarenta? Miremos resultados. Pensemos en aquellos que acudían a las paraliturgias y en los que pasaban pero se emocionaban con su santo o su Virgen. Mucho me malicio que la perseverancia sea mucho mayor en los segundos, a pesar de eso tan manido de que “solo vienen a la procesión o a la fiesta”. Es verdad, aunque la cosa tiene una segunda lectura: “apenas vienen, pero a la fiesta no faltan”.
Hoy, cuando nadie puede negar que nos estamos descristianizando a pasos de gigante, hemos perdido a una generación y casi dos. Los frutos de la catequesis del compartir, la paraliturgia, y el kumbayá no se encuentran. En el mejor de los casos han dado con su peculiar mística en la misa del domingo y en grupos estufa que se van extinguiendo por el paso del tiempo.
Curiosamente los que aprendieron a vivir la fe con su Virgen, la procesión, el estandarte y la romería, ahí siguen. Nadie somos para juzgar, pero dicho esto, ¿alguien puede sostener que la fe de la señora María, la que viste a la Virgen y la del señor Pepe, que lleva la cruz en cada procesión, es más imperfecta que la de Pilar y Manolo por mucho Pagola que hayan leído?
En estas estamos. En la procesión, las andas, la subasta de varas, cohetes y música. Debo ser un incorregible, pero me encanta.
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