Es así. Hay mucha gente de iglesia, curas, religiosos y religiosas, laicos y laicas, jóvenes y jóvenas… expertos en labrarse un prestigio a base de vender humo, epatar con la nada, comprometerse consigo mismos y todo con la apariencia de la más profunda espiritualidad y la más madura de las opciones evangélicas.
A lo mejor no existen estos especímenes. O a lo mejor sí. Eso no lo sé. Lo que sí apunto son cosas que detectarían en caso de que existan, a los grandes vendedores de humo eclesiales. Vamos a ello.
- Horarios libres. Todo vendedor de humo carece de horario fijo de trabajo y puede disponer de su tiempo libremente para poder estar más cerca en cada momento de quien lo necesite.
- Además, el vendedor de humo, siempre por conocer más, poder servir mejor e insertarse mejor en la humanidad rota y la naturaleza herida, necesita tiempo para conocer, experimentar, viajar, solidarizarse y orar desde la contemplación del dolor cotidiano y el gozo de la fraternidad compartida.
- El vendedor de humo es alguien del todo disponible, por eso no puede sujetar su vida a horarios o compromisos diarios. Acudirá allá donde se le requiera sin importar nada más.
- Es comprensivo con todos. Por tanto, nunca habla de verdades, dogmas, principios incuestionables, sino de experiencias, llamadas, circunstancias, situaciones. Todo depende, y además otros son peores.
- Su doctrina es evidentemente superior, porque ha conseguido situarse por encima de doctrinas, dogmas, leyes y derecho canónico para descubrir y mostrar a los otros categorías más sublimes.
- Sabe acomodarse. Al papa, al obispo, al párroco, al superior de turno.
- Y acaba saliendo carísimo entre sueldo, cursos, viajes, experiencias y retiros. Nada hay más gravoso que la espiritualidad y la opción por los pobres.
Los vendedores de humo existen entre los curas gracias a los demás sacerdotes que no han recibido de Dios tantas gracias para su estado y tienen que conformarse con estar en su parroquia, echar horas de despacho, celebrar, confesar y no moverse de ella en semanas y meses convencidos de que en la parroquia hay que estar.
Los vendedores de humo existen en la vida religiosa gracias a los hermanos de comunidad que, no habiendo sido llamados a otra cosa que a la vida diaria, trabajan, atienden colegios y residencias, rezan, desempeñan cargos comunitarios y cuidan de cada casa, consiguiendo de paso esos ingresos que permiten a los llamados las experiencias, los encuentros, los viajes y demás necesidades imperiosas para su propia evolución personal y religiosa.
Los vendedores de humo existen entre los laicos gracias a todos aquellos que sencillamente dejan su vida día a día en su comunidad, su parroquia, su familia. Ya se sabe que el que no ha sido llamado a tan altas profundidades acaba llevando cuentas, rezando con los hijos, lavando purificadores y abriendo y cerrando el templo para que su cura, llamado a la alta espiritualidad pueda entrar y salir a su antojo. No. A su antojo no. Entra y sale urgido por el Señor que cada día le llama a responder a su novedad.
Vendedores de humo o gente de espiritualidad especialmente elevada. Ustedes decidan.
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