(Continúa del post de ayer.) La razón de hacerse sacerdote es el amor. El sacerdote hueco de fe vive una vida sin amor y sin ilusión. Es una existencia totalmente vacía. No creo que haya muchos casos en que se consume esto de un modo perfecto. Pero no se puede descartar que por cada trescientos o cuatrocientos sacerdotes pueda haber uno en esta lamentable situación.
Situación que no me causa ira. La persona se ha colocado en una especie de fosa de la que no puede salir. No puede salir por la edad. No tiene a quién echar la culpa. Tal vez todo comenzó con un heroico y noble acto de generosidad.
Pero, es curioso, sobre este asunto no se me ocurre nada que decir. Una vida dedicada a algo en lo que no se cree, una vida en la que la recompensa solo puede ser en el más allá, no da para muchas explicaciones. ¿Qué se puede añadir acerca de un drama de este tipo? El aburrimiento, la decepción, la sensación de que la vida no ha valido para nada deben ser de dimensiones épicas, pero al mismo tiempo, como el Sáhara, aquello es solo una llanura vacía interminable.
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