El gran showman

Phineas Taylor Barnum, humilde hijo de un sastre, soñaba desde niño con triunfar y cumplir sus sueños de amor con Charity, hija adinerada de unos padres estrictos. Los años los separaron pero su amor perduró y al cabo de los años Phineas y Charity formaron una familia. 

Pero las facultades económicas para salir adelante parecen obstáculos insalvables. Phineas tendrá entonces una idea estrafalaria: montar un espectáculo de entretenimiento en un teatro, en donde los protagonistas sean personas singulares, hombres y mujeres de apariencia extraña cuyas vergonzosas características corporales les han convertido en seres desfavorecidos, olvidados por la sociedad. 

 El desconocido Michael Gracey, que hasta el momento tan sólo había participado en el departamento de efectos especiales en algunas películas discretas, como Ned Kelly, debuta a lo grande en la dirección con este notable musical inspirado en la vida del empresario P.T. Barnum (1810-1891), cuyas andanzas ya habían dado origen a varios biopics, que ofrecían diversos puntos de vista sobre el personaje, entre ellos El poderoso Barnum (1934), Barnum (1986), con Burt Lancaster, o La vida de P.T. Barnum, protagonizado por Beau Bridges en 1999. Gracey ha contado para dar forma su relato con un peso pesado en el género, Bill Condon (Chicago) quien junto a Jenny Bicks (Sexo en Nueva York) pergeña un guión lustroso, aunque sencillo y muy clásico en sus planteamientos, donde sobresale ante todo el dibujo amable, familiar y honrado que se hace de Barnum. 

La mano de Condon se nota especialmente en algunos momentos, como en el arranque, una rítmica escena en donde la luz y las sombras contrastan con brillantez y cuyo colofón acaba deslizándose hacia el pasado en una sutil transición. El gran showman ejemplifica el ideal del self-made man norteamericano, el hombre que de la nada logra hacer realidad sus sueños. No por casualidad el principal tema musical del film, “A Millions Dreams”, hace referencia a este aspecto y se repite como un leitmotiv a lo largo de la película, desde su primera interpretación en la preciosa escena familiar del tejado. 

Pero en su itinerario el protagonista se dará de bruces contra el suelo una y otra vez, y el precio de su ambición serán los peligros y tentaciones que tendrá que sortear o asumir. Siempre habrá dificultades, zancadillas y reveses del destino, pero también la fuerza y el cariño necesario para salir adelante. Es de agradecer que el director Michael Gracey apueste firmemente por el optimismo, la familia y la amistad, alejándose de modernas tragedias o deprimentes visiones de la vida tan alejadas del musical clásico. Es cierto que hay luces y sombras en el resultado. 

Quizá de fondo falta potencia en los conflictos, que a fuerza de abarcar demasiado se diluyen un poco, también porque se echa de menos una mayor cohesión en las fases de la historia. Asimismo algunos aspectos –la subtrama con la cantante Jenny Lind , la relación con los suegros, la presencia de la esposa– podrían haber dado más juego y probablemente el conjunto hubiera requerido un metraje algo superior para evitar esa ligereza que queda en el aire. 

Es posible que también sean efectos de introducir algunas canciones muy consecutivas, que por otra parte harán las delicias de los aficionados al musical. Escritas por Justin Paul y Benj Pasek, letristas ambos de los temas de La La Land, ofrecen aquí el necesario lirismo a la historia y algunas de sus creaciones son en verdad fantásticas, como “Never Enough” o la romántica “Rewrite the Star”, además de la ya citada “A Million Dreams”. El protagonismo de Hugh Jackman es todo un acierto. 

Tiene una apostura impecable, sabe bailar y cantar y posee el carisma necesario llenar la pantalla. Pero está bien acompañado por un reparto adecuado, comenzando por un Zac Efron cantarín y romántico que recupera así sus inicios en High School Musical. Menos protagonismo tiene Michelle Williams aunque demuestra saber cantar como los ángeles interpretando “Tightrope”. Y magnética resulta por su parte Rebecca Ferguson en su papel de la diva Jenny Lind; una verdadera lástima que en su escena clave le doble la voz la cantante Loren Allred.

Decine21Juan Ramón Domínguez-Palacios / www.lacrestadelaola2028.blogspot.com

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