Entramos en la tercera y más importante parte del relato: «Había unos pastores por aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. De improviso un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de luz y se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre» (Lc 2,8-12). Estamos ante un típico anuncio angélico bíblico, que guarda gran parecido con los anuncios a Zacarías y a María, que ya comentamos. Hay una diferencia clara entre ellos: aquí no hay pregunta de aclaración de cómo se llevará a cabo el mensaje angélico, porque lógicamente ahora se trata del anuncio de algo que ya ha sucedido.
Siguiendo el texto de la narración podemos desglorsarlo en las siguientes etapas: la presentación (v. 8); la presencia del enviado divino (v. 9); el temor que despierta el enviado divino (v. 9); unas palabras de consuelo (v. 10); llega el mensaje (v. 11); y, finalmente, los signos que ratifican el mensaje (v. 12). Comienza, pues, a cumplirse lo que hemos escuchado a María en el Magnificat sobre los anawim, los pobres y los humildes. En efecto, los judíos incluían a los pastores entre los «publicanos y pecadores», por su ignorancia religiosa, inflingían continuamente las prescripciones de la Ley de Moisés, y se les consideraba testigos no válidos en los los juicios... Sin embargo, fueron los primeros invitados a ser testigos del mayor acontecimiento hasta entonces acaecido en el mundo. Jesús, rechazado por los «suyos», es acogido por los sencillos y rudos pastores, primeros destinatarios de la Buena Nueva de salvación. El Buen Pastor ha querido que los primeros en conocer su nacimiento en Belén fueran unos sencillos pastores que hacían la guardia nocturna de sus rebaños.
La aparición inesperada del «ángel del Señor», acompañada de la «gloria del Señor» [12], produjo un razonable temor en los pastores. El mensaje que les dirige es una invitación a la alegría, acompañada por una exhortación a vencer el miedo: «¡No temáis!». La noticia del nacimiento de Jesús representa para ellos, como para María en el momento de la Anunciación, el gran signo de la benevolencia divina hacia los hombres. Aunque toda esta escena está enmarcada en un ambiente universalista -la cita del Emperador y el censo para todo el mundo-, san Lucas se refiere sólo al pueblo (laos) judío.
Se inicia, pues, una época nueva (hoy,
semeron). El gran anuncio, hecho con cierta solemnidad y con claro sabor mesiánico -os ha nacido "un niño" [13]-, es el nacimiento de un Niño Salvador-Cristo-Señor, títulos que nos revelan la divinidad del Salvador del pueblo y esperado Mesías. Aunque los pastores no reclaman ningún signo, el ángel les da una triple señal: encontraréis a un niño; envuelto en pañales; y reclinado en un pesebre.
La primera señal viene a decirles que el Mesías prometido, que es Dios y Salvador, no viene con fuerza y poder, sino inerme y débil, próximo o semejante a nosotros y que salvará a todos compartiendo nuestra misma condición y vida. La segunda señal, es interpretada por unos como una alusión a la realeza del niño; por otros, como acogida cariñosa de María y José; e incluso para otros, llega simplemente para decirnos que viene a la tierra como cada uno de nosotros, naciendo de una madre. Finalmente, la tercera señal -reclinado en un pesebre- es, para unos, un referente del sepulcro donde será enterrado; otros ven un paralelismo antitético con Is 1,3 [14]: los pastores, primicia del pueblo escogido, obedecen al mandato evangélico y conocen el pesebre del Señor; y, finalmente, según otros lo que pretende es sólo ratificar que el recién nacido desciende de David.
Acto seguido, el evangelista interrumpe el hilo de la narración y muestra otro hecho portentoso que completa el mensaje. Los cielos de Belén se llenaron entonces de ángeles cantores que alaban al Señor por el nacimiento de un Niño: «De pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,13-14). El cántico de los ángeles revela a los pastores lo que ya María había expresado en su Magnificat: el nacimiento de Jesús es el signo del amor misericordioso de Dios, que se manifiesta especialmente a los pobres y humildes. De algún modo nos recuerda aquella teofanía que narra el profeta Isaías, en la que oyó cantar a un coro de serafines [15]. La «gloria» expresa el honor que se debe tributar a la Majestad de Dios. La «paz», en cambio, indica el efecto que va a tener el nacimiento del Niño: es decir, la felicidad que nos trae el amor de Dios para su pueblo por la llegada del Mesías.
A la invitación del ángel los pastores responden con entusiasmo y prontitud: «luego que los ángeles se apartaron de ellos hacia el cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos hasta Belén, y veamos este hecho que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado» (Lc 2,15). Deciden comprobar ocularmente el mensaje angélico. También quieren obedecer con presteza y su búsqueda tiene éxito: «vinieron presurosos, y encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre» (Lc 2,16).
La Madre muestra con alegría a los pastores a su Hijo primogénito [16]. Es un acontecimiento decisivo en sus vidas. «Al verlo, reconocieron las cosas que les habían sido anunciadas acerca de este niño» (Lc 2,17). Después de la admirable experiencia del encuentro con la Madre y su Hijo, los pastores se convierten en los primeros evangelizadores de todos los tiempos. «Y todos los que escucharon se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho» (Lc 2,18).
¡Qué importante es que existan estos mensajeros del gozo que anuncian la venida del Señor! Sin esta llamada permanente y este «regocijo» de los mensajeros, tal vez olvidáramos la actualidad de la venida de Señor. Mensajeros fueron los profetas, mensajeros fueron los autores humanos de la Sagrada Escritura; mensajeros son -y serán siempre- en la Iglesia los santos y todos aquellos impulsados por el Espíritu Santo.
[12] En el tercer Evangelio la «gloria del Señor» (doxa Kyriou) es el signo característico de la presencia de Dios en la tradición sacerdotal (cfr. Ex 24,10) y está relacionada con la glorificación pascual de Cristo por parte del Padre (cfr Lc 9,26.31.32; 21,27). Ahora bien, «por la iluminación del Espíritu -comenta san Basilio- contemplamos propia y adecuadamente la gloria de Dios; y por medio de la impronta del Espíritu llegamos a aquel de quien el Espíritu Santo es impronta y sello» (Sobre el Espíritu Santo, 6).
[13] Cfr Is 9,6.
[14] «Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne».
[15] «Santo, santo, santo Yahwéh Seboat, llena está toda la tierra de tu gloria» (Is 6,3).
[16] LG, 57.
Let's block ads! (Why?)
Publicar un comentario