Trump y los medios: ¿quién define la realidad?

La comprobación de hechos, datos o informaciones es una tarea que forma parte de la ética periodística más elemental. Ahora, además, se ve como una herramienta clave para garantizar que lo que dice Donald Trump es verdad. Pero el “fact checking”, necesario, tiene un alcance limitado: la realidad que presenta el nuevo inquilino de la Casa Blanca no se compone solo de hechos sino también de las percepciones de sus simpatizantes.
Bastian Obermayer y Frederik Obermaier, los periodistas alemanes que recibieron la filtración de los “Panama Papers”, han pedido a las redacciones de las grandes cabeceras que vuelvan a trabajar juntas. Esta vez, para mantener a raya a Trump. En su artículo, publicado en The Guardian, sugieren varios ámbitos de colaboración.
Es verdad, como dicen, que el periodismo siempre ha sido un contrapeso necesario al poder. Pero hay algo inquietante en la idea de organizar un frente mediático contra Trump. Si los medios se confabulan contra la nueva administración y se impone la hostilidad sobre la calma, ¿no estarán comprometiendo su credibilidad? Además, la mezcla es peligrosa: hiperatención, de un lado; intemperancia verbal, de otro.

Escuchar mejor

La inesperada victoria de Trump en las presidenciales de noviembre dio que hablar sobre la crisis de legitimidad de los grandes medios progresistas. Muchos de sus periodistas se sintieron desconcertados al ver que millones de votantes había preferido creer a Trump en vez de a ellos (ver Aceprensa, 25-11-2016 y 21-12-2016).
Luego vinieron los mea culpa, y algunos columnistas de esos medios reconocieron no haberse tomado demasiado en serio las inquietudes de los votantes de Trump. Recientemente, en su visita a España para participar como ponente en el foro para periodistas “Conversaciones con”, Martin Baron, director de The Washington Post, hizo autocrítica: “No hemos escuchado bien al país para saber que un candidato como él podía gustar”.
Y animó a los asistentes a “escuchar mejor y escuchar con más frecuencia” para comprender cómo piensa la gente. Y no solo en las redes sociales. Por eso, ha repartido al equipo de redactores que cubrirán las noticias sobre la Casa Blanca: unos darán cobertura desde Washington, como siempre, y otros irán a recabar impresiones al Medio Oeste, donde el entusiasmo por Trump es grande. No obstante, advierte que seguirán haciendo un seguimiento tenaz para ponerle en evidencia cuando diga algo falso.

Los cebos de Trump

Lo retorcido del asunto es que el nuevo inquilino de la Casa Blanca parece estar esperando ese seguimiento como agua de mayo, para convertirlo en sobreexposición mediática. Trump en cada telediario, en cada hogar.
Barton Swaim, autor del libro The Speechwriter: A Brief Education in Politics, recurre al verbo “trolear” para describir lo que Trump está haciendo con los medios: provocarlos “de forma intencionada y estratégica”, escribe en The Wall Street Journal.
Las reflexiones de Swaim son interesantes porque se salen de la narrativa habitual sobre las “noticias falsas”: no son las masas ignorantes –sobre todo, las del rebaño republicano– las únicas que deben estar en guardia para no morder el anzuelo de las exageraciones de Trump, sino también los medios, que corren el riesgo de quedarse enganchados a sus maniobras de distracción.
La estrategia de confrontación de Trump es “reprobable”, dice Swaim, como también lo es el deterioro que causa en el debate público. Pero está logrando que los medios bailemos al son que toca. Es llamativo, por ejemplo, el poder que tienen sus tuits para marcar la agenda informativa, mucho antes de que fuera presidente. Y lo sigue haciendo ahora, añade, cuando les lanza señuelos para que se pongan a hacer “fact checking” y desvía su atención hacia dónde él quiere.

La dictadura del troletariado

A quienes comparan las tácticas propagandísticas del equipo de Trump con las de una dictadura, Swaim les previene: en la “dictadura del troletariado (…) son los medios de comunicación –y solo los medios– los que están sujetos a los caprichos de los gobernantes”.
La expresión es sugerente: igual que los marxistas soñaban con un estado de cosas en el que el proletariado arrebataría el control del poder a la burguesía, Trump parece estar soñando con una situación en la que él y “el pueblo” –recordemos la alianza implícita que selló en su toma de posesión– dicten las reglas del juego a las élites.
“Para bien o para mal, Trump ha decidido que los medios no son el pueblo. En su opinión, una ‘mentira’ ridícula a los medios no es una mentira al pueblo. Los medios rechazan esa distinción, pues se ven a sí mismos como el vínculo clave entre el pueblo y el gobierno; e incluso, entre el pueblo y la realidad. Pero en estos momentos, no importa lo que piensen los medios. Tienen que afrontar la realidad”.

Analizar el relato

La realidad que presenta Trump no solo se compone de hechos, más o menos verificables. El pegamento que ensambla y da sentido a esos hechos es la historia que lleva repitiendo desde hace un año y medio: él es un triunfador que viene de fuera de la política (un outsider) para volver a hacer grande a Estados Unidos y llevar a la cumbre con él (un héroe) a los olvidados por las élites.
Su historia es simple, pero eficaz. Entre otras cosas, porque coincide con la “historia profunda” –es decir, con la percepción de cómo son las cosas– que se vienen repitiendo desde hace años los votantes de Trump, muy bien descrita por la socióloga Arlie Hochschild en su libro Strangers in Their Own Land.
A la historia que cuenta Trump, los fact checkers responden con exactitudes. Y es necesario. Pero no pueden detenerse ahí. Porque sus verificaciones solo afectan a los pormenores de la historia: el nervio central de su relato sigue intacto.
Ashley Lamb-Sinclair, profesora de secundaria y premio al mejor docente de Kentucky en 2016, lo explica ampliamente en The Atlantic con un ejemplo personal que le cambió su percepción de los hispanos: hasta que no conoció a otros distintos de los únicos dos que había tratado con 17 años y con los que había tenido una mala experiencia, no cambió de idea por mucho que le dieran estadísticas tranquilizantes: “Mis hechos estaban equivocados, pero a mí me importaba mi historia”, lo mismo que “al que tiene miedo de volar no se le puede convencer diciendo que hay más muertes por accidentes de tráfico que por accidentes de avión”.

El consejo de Lamb-Sinclair es: verifiquemos los hechos, sí, pero no nos olvidemos de los relatos.
aceprensa.com

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