Hoy he visto este vídeo de un obispo estadounidense, monseñor Strickland, haciendo 47 flexiones:
Al verlo, me he convencido, una vez más, de cuánto daño ha hecho el ejercicio físico al clero a lo largo de la Historia. ¿Me imagináis a mí haciendo 47 flexiones de ésas? Por humildad, yo me negaría a pasar de la séptima flexión, y aun quizá de la cuarta. Además, en lo que a él le ha costado, mes tras mes, reforzar esos músculos, yo me he leído la Biblia tres veces.
¿Os imagináis a un capítulo hispano de canónigos haciendo todos juntos 47 flexiones? ¿Verdad que no? No me extraña que en Estados Unidos haya tantos infartos.
Bien es cierto que debajo de todo esto hay un poco de envidia por mi parte. Porque estoy seguro de que en mí, dentro de mí, hay un obispo Strickland, sólo que está escondido bajo una pacífica capa de grasa. Quizá en mi vejez seré como él.
De todas maneras, si este vídeo lo viera Juan XXIII, exclamaría: ¡Qué horror! ¿Pero qué se ha hecho del clero del siglo XXI? Y es que ¿os imagináis a Santo Tomás de Aquino haciendo 47 flexiones? ¡Por supuesto que no! En la vida hay que elegir, o las flexiones o la Summa, pero no se puede repicar y estar en la procesión.
Qué horror. Hasta el pecado de gula entre bromas y risas me parece más conforme a natura que esa innatural sucesión de flexiones. Ojalá que yo no caiga en este tipo de tentaciones.
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