Hoy es un día muy grande. Hoy Cristo nos ha abierto las puertas del cielo al elevar victoriosamente su Humanidad Santísima a la gloria del Padre a la vista de los suyos en el escenario de su aparente derrota. "Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios".
También nosotros nos unimos a esa alegría por el triunfo del Señor, preludio del nuestro porque somos miembros de su Cuerpo, y, como los discípulos, alabamos a Dios pensando: "No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor" (S. 117).
Alabar a Dios es un privilegio del hombre, una prueba de su dignidad. Conmoverse ante la grandeza de Dios, es abrirse al mensaje que nos llega de lo alto, un homenaje a todo lo que es Sabiduría, Bondad y Belleza, lo cual nos engrandece porque mostramos que somos capaces de apreciarlo, al paso que nos vuelve también mejores.
Quien no se conmoviera ante la belleza de la naturaleza, del arte, del ingenio humano..., en última instancia de Dios Creador de todo eso, demostraría que es incapaz de ella. Sólo la ceguera, la inconsciencia o una mirada distorsionada por el culto al yo, puede ver en la alabanza y el agradecimiento a Dios un gesto sin sentido.
La alabanza a Dios por ser quien es y por todos sus beneficios brota con espontaneidad del corazón humano. Esa alabanza encuentra en la Santa Misa su expresión más alta y más grata a Dios. Ella es la alabanza perfecta. Nada ni nadie da a Dios un culto como el que Jesucristo, Dios también, ofrece al Padre en la Liturgia eucarística: "Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos". Si queremos manifestarle a Dios nuestra gratitud, no sólo como Él la merece sino como Él quiere, debemos hacerlo en la Santa Misa: "Haced esto en conmemoración mía", dijo Jesús.
Los primeros cristianos expresaban al Señor su gratitud justamente así: "El domingo, nos dice S. Justino, teníamos todos juntos la asamblea, porque es el día primero en el que Dios creó el mundo...; y porque Jesucristo, Nuestro Redentor, resucitó este día de entre los muertos".
"Estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios", nos dice el Evangelio de hoy. Que la obligada atención a las cosas de este mundo no nos impida alabar al Dios que hizo el mundo y todas las cosas. "Día tras día te bendeciré, Señor, y alabaré tu nombre por siempre jamás" (S. 144). Sí. "Bendice alma mía al Señor y no olvides sus beneficios" (S. 102). Porque, como denunciaba Séneca: "No ha producido la tierra peor planta que la ingratitud ".
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