En la Iglesia hay festividades que tuvieron un origen concreto y que luego fueron extendidas al conjunto de la cristiandad. Es lo que sucedió con la fiesta del Corpus Christi, instituida por primera vez en la diócesis belga de Lieja y extendida por el papa Urbano IV en 1264 a la Iglesia universal.
La Eucaristía era ya el centro de atención del Jueves Santo, que es cuando rememoramos su institución por Jesucristo en la Última Cena. Pero se sentía la necesidad de otra festividad que recordara la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y vino. Convenía que se rindiera adoración al "Jesús escondido", guardado en los sagrarios y dispuesto para servir de alimento espiritual para los fieles.
Es costumbre, en muchos lugares, que la fiesta incluya una procesión de la Eucaristía en su custodia por las calles de las poblaciones. Y en este aspecto desearía fijarme hoy. Es una costumbre muy bonita, antigua entre nosotros. Quizá muchos recuerden aquella vieja fotografía de Antoni Gaudí, con un cirio en la mano, durante una procesión de Corpus por Barcelona. Como él son muchos los cristianos que han participado y que acuden también hoy a este acompañamiento del Señor sacramentado por nuestras calles y plazas.
Son más aún quienes contemplan el paso del Señor, algunos con profunda reverencia interior, otros quizá como una ceremonia más o menos curiosa solamente. Para todos Jesús se hace el encontradizo, como cuando recorría los caminos de Palestina.
En el evangelio de San Lucas se relata la curación del ciego de Jericó del siguiente modo: "Cuando se acercaban a Jericó, un ciego estaba sentado al lado del camino mendigando. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué era aquello. Le contestaron: "Es Jesús de Nazaret que pasa".
También hoy es posible que para algunos, por un defecto de visión sobrenatural, Jesús sea una incógnita. Los cristianos estamos llamados a dar testimonio diciendo a la gente: es Jesús Nazareno el que pasa por vuestro lado, el que nos enseñó que hay que amar a los demás como a uno mismo, el que premia al humilde y rechaza al presuntuoso, el que bendice a los pobres y alerta a los ricos, el que es capaz de dar su vida por todos y pide a su Padre celestial: "Perdónalos", en el momento supremo de su sacrificio.
Que en esta fiesta de Corpus Christi estemos atentos al paso de Jesús para reconocer su paso cada día por nuestra vida. La Iglesia lo celebra un día, pero en el corazón de los cristianos, cada día es motivo de acción de gracias por esta cercanía de un Dios que es amor.
Arzobispo de Tarragona
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