El domingo, 29 de mayo de 2016



LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

(Génesis 14:18-20; I Corintios 11:23-26; Lucas 9:11-17)

El muchacho sentía como uno de la familia.  Fue a buscar a su amigo en su casa todas las tardes.  La mitad del tiempo llegó cuando la familia estaba en la mesa cenando.  Invariablemente el padre de la familia invitó al muchacho sentarse a comer.  El hombre entendió cómo dar de comer a uno reconoce su humanidad, eso es, su participación en la misma familia humana.  Jesús trata a la gente con el mismo respeto en el evangelio hoy.

Los discípulos quieren que Jesús despida la multitud.  No son malos ni mezquinos.  Sólo no se dan cuenta de las posibilidades de la fe.  Jesús sabe que Dios provee lo que le hace falta al hombre cuando le confía.  Insiste que los discípulos preparen a la gente a comer.  Nosotros sentimos así cuando en el apuro telefoneamos a nuestra casa para socorro.

Como pensábamos, nuestro hermano llega en su coche dentro de minutos.  Así Dios asegura que todos los que han acudido a Jesús coman hasta llenarse.  Pero el pan y pescado que consumen es más que una comida regular.  Es prenda del banquete que van a disfrutar en la compañía de los santos al final de los tiempos.  Es cierto que no hay vino y manjares en el desierto.  Pero la falta de deleites es más que recompensada por la presencia de Jesús que alegra cualquiera reunión.

Como Jesús reconoce la dignidad humana por darles a todos de comer, así deberíamos nosotros. Esto aplica no sólo a las personas que vienen a nuestra mesa con hambre sino también a aquel que no quiere comer.  Particularmente cuando se hacen ancianas, algunas gentes rehúsan comida.  Sienten cansados de la vida y desean morir.  Sí, están deprimidos, pero esto no es razón para retenerles el alimento.  No debemos forzar a nadie a comer.  Sin embargo, es nuestro menester alentarlos a comer si pueden.  Además, si por falta de conciencia de parte del enfermo, nos toca la decisión a alimentarles, deberíamos responder responsablemente.  Hay excepciones para esta regla como cuando la persona está agonizando.  Pero en general la comida y la bebida constituyen sólo el cuidado humano debido a todos.

Hoy día varias personas aún médicos no reconocen la obligación de proveer la nutrición y la hidración.  Ven a la persona humana sólo como un bulto de deseos y habilidades que cuando disipen, pierde razón de seguir viviendo.  Les falta el aprecio del hombre o la mujer como imagen de Dios siempre digna de cuidado básico.  Por lo tanto recomiendan que se les prive de alimentos si llegan a un estado deteriorado. En un caso reciente la familia de una anciana sufriendo de la demencia pidió al asilo donde vivía que no le diera de comer. 

No es fácil para una familia cuidar a un pariente muy enferma.  Le cuesta la energía tanto emocional como física.  Pero es la prueba del amor no sólo a la persona humana sino también a Dios.  Cuando no esquivamos el reto, nos probamos como discípulos de Jesús en camino a la gloria. 

Hoy celebramos el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.  Reconocemos en el pan y la sangre eucarístico  más que lo cual nos aparece.  Es la nutrición y la hidración que nos hace como nuestro Salvador.  Nos elevan los ojos de modo que veamos a cada persona la imagen de Dios digna de cuidado.  Nos fortalece de modo que tengamos la energía para proveer este cuidado a nuestros parientes.
23:41

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