13 de diciembre.

gaudete laetare

Homilía para el III Domingo del Adviento ciclo C

Las primeras palabras del Introito, ahora antífona de entrada, a las cuales hace eco la segunda lectura, en su traducción latina han dado nombre a este tercer domingo que tradicionalmente es llamado el domingo de “Gaudete”, o domingo del gozo. Y en efecto el gozo es el tema común de las dos primeras lecturas. Pero, ¿cómo se explica el relato del Evangelio?

A primera vista hay un contraste entre el gozo y la figura muy austera “hirsuta” de Juan Bautista. Cuando se habla de gozo, de alegría, es posible pensar fácilmente en una festividad, un encuentro convivial, etc. Sin embargo las comidas de Juan (langostas, miel silvestre y agua) eran más bien sobrias. Y también, las alegrías unidas a las celebraciones se identifican con trajes de fiesta, lo que ciertamente no era el vestido del Bautista, tejido de lana de camello. En fin, en una fiesta se espera recibir palabras gentiles y de coraje. Y san Juan Bautista invita a la conversión y califica a algunos de sus interlocutores como hipócritas y raza de serpientes.

La boca de Juan estaba llena de las palabras más agrias de los profetas: “Raza de víboras — generación adúltera — corazones de piedra — falsos hijos de Abraham —árboles sin fruto buenos para el fuego— árboles muertos listos para el hacha”. La muchedumbre quedaba tocada: “Cuando venga el Mesías no lo reconocerán  por sus maldades; pero Dios puede convertir las piedras estas en hijos de Abraham” — “¿Qué debemos hacer?”. Juan se ablandaba entonces y les imponía los mandatos de la ley natural, antes que las observaciones vanas.

Asombra la lenidad de los preceptos de Juan al lado de la acidez de su dogmática. Los que son austeros consigo mismos, suelen ser dulces para con los demás; y viceversa.

“Los soldados le preguntaban: Maestro, ¿qué haremos? y él respondía: “No anden pidiendo aumentos de sueldo y no sean prepotentes” (lo de sueldo es si alcanza, si no alcanza pueden pedir aumento). A los cobradores del gobierno les decía: “No anden sacando coimas”; y a la muchedumbre en general: “Hagan limosnas por poco que algo les sobre”. De aquí sacaron los Santos Padres que la limosna es el mejor medio para la expiación de los pecados, no más que la oración, pero más que el ayuno. Y después los bautizaba con el “bautismo de Juan”, el bautismo preparatorio o provisorio.

San Juan imponía a la gente simplemente su deber profesional, el deber de estado que se llama; y no se puede dudar que estaba muy acertado, porque el deber de estado resume en sí todos nuestros deberes. Si no eres buen obrero ¿cómo serás buen hombre? Y si no eres bueno en manejar tus manos ¿cómo ordenarás tus pensamientos, que son mucho menos obedientes? Ustedes encontrarán tipos que son “muy religiosos”, y no son buenos hijos o buenos vecinos o buenos ciudadanos; bien: no son muy religiosos. También se encuentran “buenos religiosos” que son malos profesores, malos predicadores, malos escritores —o malas enfermeras o maestras—: no creo que sean muy buenos frailes. Para hacer un buen ángel, primero hay que hacer un buen hombre, decía San Francisco de Sales. Si no hay esta predisposición es más fácil hacer de las piedras hijos de Abraham

Y a Herodes no le dijo que tenía que ser un buen rey: si no gobernaba, era un títere de Roma. A Herodes le dijo algo mucho peor, que le costó la vida, le dijo: “No te es lícito tener la mujer de tu hermano”. O sea que Juan no se callaba, y no hablaba para que lo aplaudan; y sin embargo Juan era un hombre feliz en su interior, porque era un hombre completamente libre. No estaba atado a nada en este mundo y estaba despojado de toda ambición personal y de toda preocupación con respecto a su persona. Tenía una misión y no vivía más que para esta.

Creo que la mayor parte de nosotros experimenta una cierta fatiga en el reconciliar la propia misión o los diversos roles que nos competen -en la sociedad, en la iglesia, en nuestra comunidad o en nuestra familia- con nuestros intereses y nuestros gustos personales, y quizá también con nuestras ambiciones. Nada de esto sucedía en san Juan Bautista. Su misión ha invadido todo su ser, o más bien su ser se ha realizado enteramente en su misión.

La preparación de Juan -la propia y la de su enseñanza- no tiene preocupación de “realizaciones personales”, sino más bien de una liberación gradual y siempre más profunda de sí mismo delante de la presencia invasiva de Dios que es la fuente de su gozo. Cuando Dios está visiblemente presente en Jesús de Nazaret, él, Juan, puede disminuir.

Dios nacerá en nosotros (en Navidad y durante todo el año, especialmente este dedicado a la Misericordia, en la diócesis del mundo entre sábado y domingo se están abriendo las puertas de este año jubilar) en la medida en que nos volvamos libres y pobres como san Juan Bautista, como la jovencísima virgen María, y en la medida en que penetremos en una verdadera y propia soledad -no una soledad consistente en aislarnos artificialmente de las otras personas, sino una soledad que consiste en despojarnos de nuestras falsas identidades, de nuestras dependencias, de nuestras ambiciones, de nuestros deseos de “realizarnos” personalmente a costa de lo que sea. Paradojalmente, es entonces que descubriremos, en la libertad y en el gozo, nuestra verdadera identidad, así se cumplirá en nosotros el deseo de la liturgia de hoy: “Gaudéte in Dómino semper: íterum dico, gaudéte. Dóminus enim prope es”. Gócense siempre en el Señor, lo repito, gócense,  pues Dios está cerca.

María, la virgen de la espera, nos lo acerca.


07:51
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