1. Las varias afirmaciones que en su carta hace Juan a los padres y a los hijos pueden ser sólo un recurso literario: lo que dice a unos lo puede decir tranquilamente a los otros. Y son unos consejos que nos vienen bien a todos los cristianos.
Una página así, leída estos días, puede recordarnos: . que se nos han perdonado los pecados en nombre de Jesús, o que conocemos al que es desde el principio, al Padre Que permanece en nosotros la Palabra de Dios .y que hemos vencido al maligno
Esto último -la victoria sobre el maligno- lo afirma dos veces de los jóvenes Son los que, cuando son creyentes, mayor fortaleza y valentía necesitan y muestran en la lucha contra el mal.
A unos y otros dice Juan que no amen al mundo. El mundo es el maligno Y no se puede servir a dos señores. El que ama al mundo no puede decir que ama a Dios.
Ya se ve claramente que Juan, cuando habla del mundo, no se refiere a la creación cósmica, sino que esta palabra tiene aquí un sentido peyorativo. Lo describe como «las pasiones del hombre terreno, la codicia de los ojos, la arrogancia del dinero». El mundo son, por tanto, las fuerzas del mal, en cuanto que se oponen a Jesús y su Reino. Es dar la prioridad, no a Dios, sino al materialismo, al sensualismo, a las ambiciones del propio yo.
2. La anciana Ana es otro testimonio entrañable en el ámbito de la Navidad.
Además de Esteban, Juan, los Inocentes, el anciano Simeón, los pastores, los magos, y sobre todo José y María, ahora es esta buena mujer, sencilla, de pueblo, que desde hace tantos años sirve en el Templo, y que ha sabido reconocer la presencia del Mesías y da gracias a Dios, y después habla del Niño a todos los que la quieren escuchar.
Ana no prorrumpe en cánticos tan acertados como los de Zacarías o Simeón. Ella habla del Niño y da gloria a Dios. Es «vidente» en el sentido de que tiene la vista de la fe, y ve las cosas desde los ojos de Dios. Es una mujer sencilla, viuda desde hace muchos años. Y nos da ejemplo de fidelidad y de amor.
En lo sencillo y lo cotidiano anda Dios. Como también sucedió en los años de la infancia y juventud de Jesús. El evangelio de hoy termina diciendo que su familia vuelve a Nazaret, y allí «el niño iba creciendo y robusteciéndose y se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba». Los vecinos no notaban nada. Sólo José y María sabían del misterio. Pero Dios ya estaba entre nosotros y actuaba.
3. a) La carta de Juan nos pone ante el dilema: en nuestra vida, ¿seguimos los criterios de Dios, o nos hemos dejado contaminar por los del mundo? ¿de veras nos sentimos libres de esas «pasiones del hombre terreno, la codicia de los ojos y la arrogancia del dinero» o cosas equivalentes?
Seria bueno que, sin angustiarnos ni atormentarnos, pero con lucidez, recordáramos en este ambiente navideño que la vida es lucha, y que se nos pide -como ayer anunciaba Simeón- una continuada decisión: decir «sí» a Cristo y «no» a las fuerzas del maligno. Para que se pueda decir de nosotros que «hemos vencido al maligno» con la ayuda de ese Cristo Jesús, que es el que en verdad le ha vencido.
El que dice «sí» a Jesús, no puede a la vez decir «sí» al maligno. Por eso, celebrar la Navidad es apartarse de los criterios del mundo y seguir las huellas de Jesús, re ordenar la jerarquía de los valores en nuestra vida, hacer una clara opción por sus bienaventuranzas, y no por las más fáciles o las de moda, que pueden ser claramente hostiles al Evangelio de Jesús.
b) El evangelio nos propone además la lección de esta buena mujer, Ana. Una del grupo de los «pobres de Yahvé», que esperaban confiados la salvación de Dios y la alcanzaron a celebrar gozosamente. Representante de tantas personas que desde su vida de cada día sirven a Dios y siguen el camino de Jesús, y, sin demasiada cultura probablemente, saben discernir los signos de los tiempos y se dan cuenta más que los sabios de la presencia de Dios en sus vidas.
En el seno de una familia, cuánto bien pueden hacer los abuelos, los padres, los hermanos, comunicando actitudes de fe y fidelidad. Cuánto bien puede hacer en el circulo de los amigos un joven valiente que no esconde su fe y su honradez, sin caer en la esclavitud de los criterios del mundo contrarios a Cristo. Y sobre todo las religiosas y religiosos, con los tres votos de castidad, pobreza y obediencia, con los que optan por una vida de seguimiento de Cristo y luchan contra las apetencias de este mundo.
Siempre que en nuestra vida hacemos opción por Cristo y renunciamos a los contravalores de este mundo, estamos ayudando a los que nos rodean a sentirse también ellos llamados a una mayor fidelidad a su fe. No hace falta que les dediquemos discursos: nos lo verán en nuestro estilo de vida
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