“Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?” … Pues si yo el “Maestro” y “el Señor”, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”. (Jn 13,1-15)
El Jueves Santo está lleno de misterio y está lleno de vida, de amor y de estilo de vida.
Tres mandatos nos deja esa noche Jesús:
El mandato del “servicio”, lavándoles los pies.
El mandato de la “memoria”: Haced esto en memoria mía.
El mandato del “amor”: amaos como yo os he amado.
Es la cena de despedida. “Vino del Padre. Estuvo en el mundo. Vuelve al Padre”.
Vino por amor.
Vivió amando.
Se va amando hasta el extremo.
Pero la Cena está cargada de cierta tensión:
Allí está agazapado en medio de todos, el que lo “va a entregar”.
Sin duda, el corazón de Jesús tenía que sentir una angustia indecible.
Le dio la oportunidad hasta el final.
No lo descubrió, respetando siempre su libertad hasta el final.
Judas le dolía en su corazón, más que por las consecuencias, por la dureza de quien se resiste al amor hasta el final.
Y está Pedro que tampoco entiende nada de lo que acontece.
No entiende el servicio de hacerse siervo de los demás.
Para él la dignidad de Jesús no puede pasar por esa condición de siervo.
Está dispuesto a dar la vida por Jesús, en vez de tomar conciencie de que es Jesús quien dará su vida por él.
Jesús quiere expresar su amor hasta el extremo, cosa que lo hará en la Cruz entregando su vida, supremo servicio de amor.
Y quiere que el pan de la Eucaristía quede como sacramento a través del cual hagamos cada día memoria de ese amor extremo. Por eso nos manda hacer memoria de lo que él mismo celebra.
El Jueves Santo es una noche de silencio.
Silencio ante el misterio de la nueva encarnación en el pan y en el vino.
Silencio ante el misterio de la ingratitud humana.
Silencio ante el misterio del amor sin límites.
Silencio ante ese respeto de Jesús a la libertad humana.
Silencio ante el respeto de la debilidad humana.
En nuestra liturgia no lavamos los pies como señal de humildad.
Dios no se humilla lavando los pies a los hombres.
Para Dios el hombre es demasiado grande para sentirse humillado a su pies.
Es el gesto del amor hecho “servicio”.
El Jueves Santo tiene que ser para todos nosotros:
Momento de interiorizar el misterio del corazón de Dios.
Momento de interiorizar su amor para con nosotros.
Momento de expresar nuestro amor a todos nuestros hermanos.
Hoy nadie debiera quedar sin sentirse amado.
Hoy nadie debiera quedarse sin nuestro perdón y reconciliación.
Y en cuanto a mí:
Es la noche del sacerdocio.
Esa noche Jesús instituye el sacerdocio encargado de hacer memoria cada día en la comunidad cristiana de ese misterio de amor.
El sacerdocio encargado de hacerle presente a El en el sacramento del pan y del vino.
Gracias, Señor, en este día porque has querido contar conmigo para darte vida a lo largo de la historia.
Haz que cada día tiemblen mis manos al encarnarte en el pan y el vino.
Haz que cada día tiemblen mis manos al repetir tus palabras “Esto es mi cuerpo” “Este es el cáliz de mi Sangre que se será derramada”.
Gracias, Señor, por este tu Jueves Santo que quiero que sea el mío.
Y que como tú aprenda a servir a mis hermanos.
Que mantenga viva tu memoria en mis hermanos.
Y que los ame a todos como tú los has amado.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo B, Semana Santa Tagged: cena, eucaristia, jueves santo, lavatorio, pies, sacerdocio, servicio
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