Por Ujué Rodríguez
Hace ya unos cuantos años falleció el entonces párroco de mi Parroquia. Un día, mientras esperaba en la puerta a que fueran llegando los niños de catequesis presencié cómo una niñita le preguntaba a su abuela por él y cómo ésta "daba una larga cambiada” y le contestaba que se había ido a vivir lejos de allí y que estaba en otra Parroquia.
En aquel momento me pareció que la abuelita desaprovechaba una ocasión pintiparada para hablar a su nieta, desde la perspectiva de la fe, del tema de la muerte.
En los días previos al comienzo del mes de noviembre hemos tenido ocasión de ver a niños y jóvenes disfrazados de brujas, vampiros y zombies, frivolizando con el tema de la muerte como si fuera algo propio de la ficción.
Resulta paradójico ver cómo, por un lado, tratamos de ocultar a nuestros hijos la realidad inexorable de la muerte “por evitar que se traumaticen”, y por otro no tenemos reparos en “coquetear” con historias macabras como si la muerte fuera sólo una cuestión ficticia como lo son las brujas y los vampiros.
Y, tarde o temprano, se van a dar de bruces con ella, quizás antes de lo que nosotros desearíamos, porque “no sabemos el día ni la hora”.
Si queremos que nuestros hijos vivan con naturalidad, con la naturalidad de los hijos de Dios, la realidad de “la hermana muerte”, como le llamaba San Francisco de Asís, deberíamos aprovechar las ocasiones que se nos brindan para hablar de ella: el fallecimiento de un conocido, las visitas al cementerio e, incluso, la celebración de halloween.
El mes de noviembre nos brinda una buena ocasión para tratar el tema, pues es un mes especialmente indicado para ofecer sufragios por las almas de los fieles difuntos. Podemos aprovechar para rezar en famila por nuestros mayores que "nos precedieron en el signo de la fe y duermen el sueño de la paz”, y pedir para ellos, en unión con toda la Iglesia, el descanso, la luz y la paz.
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