1. (Año II) 2 Juan 4-9
a) A san Juan se le atribuyen tres cartas. La primera, la más larga, la leemos por entero en el tiempo de la Navidad. Hoy escuchamos un resumen de la segunda, y mañana de la tercera.
La de hoy, cuyo comienzo no hemos leído en misa, va dirigida a Electa (Elegida), nombre que es difícil saber si se refiere a una señora cristiana o a una comunidad del Asia Menor. Pero lo que sí entendemos muy bien son las dos consignas que le transmite:
- la caridad, “el mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros”,
- la verdad, porque “han salido en el mundo muchos embusteros”, y “el que no se mantiene en la doctrina de Cristo, vive sin Dios”.
b) Estas dos consignas siguen conservando toda su validez.
Nos hace bien recordar el mandamiento del amor, que siempre nos cuesta. Nos puede más el egoísmo que la entrega y la intransigencia que la tolerancia con los demás. Cuando a Jesús le preguntaron cuál era el mandamiento más importante, contestó que el del amor: amar a Dios y amar al prójimo. Según la carta de Juan, “éste es el mandamiento que debe regir nuestra conducta”. Podemos detenernos un momento y contestar con sinceridad a esta pregunta: ¿de veras amamos?
También lo de permanecer en la sana doctrina tiene plena actualidad. Se ve que es viejo eso de que “han salido en el mundo muchos embusteros”, porque ya se queja Juan de ello. No hemos mejorado mucho, porque también ahora nos envuelven ideologías y mentalidades que, clara o sutilmente, pueden minar los fundamentos de nuestra fe y desfigurar el evangelio de Jesús. Tenemos que aceptar la invitación de Juan -”¡estad en guardia!”- para que sepamos defender nuestra identidad en medio de este mundo tan pluralista.
Serenamente nos ha hecho decir el salmo: “dichoso el que camina en la voluntad del Señor… te busco de todo corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos”.
2. Lucas 17,26-37
a) Si ayer nos anunciaba Jesús que el Reino es imprevisible, hoy refuerza su afirmación comparando su venida a la del diluvio en tiempos de Noé y al castigo de Sodoma en los de Lot.
El diluvio sorprendió a la mayoría de las personas muy entretenidas en sus comidas y fiestas. El fuego que cayó sobre Sodoma encontró a sus habitantes muy ocupados en sus proyectos. No estaban preparados.
Así sucederá al final de los tiempos. ¿Dónde? (otra pregunta de curiosidad): “donde está el cadáver se reunirán los buitres”, o sea, en cualquier sitio donde estemos, allí será el encuentro definitivo con el juicio de Dios.
b) Lo que Jesús dice del final de la historia, con la llegada del Reino universal podemos aplicarlo al final de cada uno de nosotros, al momento de nuestra muerte, y también a esas gracias y momentos de salvación que se suceden en nuestra vida de cada día.
Otras veces puso Jesús el ejemplo del ladrón que no avisa cuándo entrará en la casa, y el del dueño, que puede llegar a cualquier hora de la noche, y el del novio que, cuando va a iniciar su boda, llama a las muchachas que tengan preparada su lámpara.
Estamos terminando el año litúrgico. Estas lecturas son un aviso para que siempre estemos preparados, vigilantes, mirando con seriedad hacia el futuro, que es cosa de sabios. Porque la vida es precaria y todos nosotros, muy caducos. Vale la pena asegurarnos los bienes definitivos, y no quedarnos encandilados por los que sólo valen aquí abajo. Sería una lástima que, en el examen final, tuviéramos que lamentarnos de que hemos perdido el tiempo, al comprobar que los criterios de Cristo son diferentes de los de este mundo: “el que pretenda guardarse su vida, la perderá, y el que la pierda, la recobrará”.
La seriedad de la vida va unida a una gozosa confianza, porque ese Jesús al que recibimos con fe en la Eucaristía es el que será nuestro Juez como Hijo del Hombre, y él nos ha asegurado: “el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día”.
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