“Los escribas y fariseos, le trajeron una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú ¿qué dices”. Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. “Mujer dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?” “Ninguno”. Jesús le dijo; “Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más”. (Jn 8. 1-11)
Con la dignidad de las personas no se puede jugar.
Y aquí los escribas y los fariseos quieren jugar
Tanto con la dignidad de Jesús.
Como con la dignidad de la mujer adúltera.
Lo que hacen con esa pobre mujer es para “comprometerlo y poder acusarlo”.
Conocían la sensibilidad y la misericordia de Jesús.
Y esto le podía confrontar con Moisés.
Y eso sería suficiente como para condenarlo.
La negación del adulterio es clara.
No hacía falta que Moisés lo dijese.
Pero hasta donde yo conozco
¿puede haber adulterio sin el hombre adúltero?
¿Y dónde está aquí el adúltero.
¿Es que solo hay piedras contra las adúlteras?
¡Cuanta hipocresía?
La ley de Moisés dice claramente:
“Si uno comete adulterio con la mujer de su prójimo, los dos adúlteros son reos de muerte”. (Lev 20,10)
“Si sorprenden a uno acostado con la mujer del otro, han de morir los dos: el que se acostó con ella y la mujer. Así extirparás la maldad de ti”. (Dt 22,22)
Y ellos mismos ¿no se sienten culpables y todos abandonan el lugar y se van con las piedras en las manos?
Si fue sorprendido en adulterio flagrante, allí tenía que estar el hombre.
¿Dónde está ahora a la hora de apedrear a la mujer?
Hay demasiado hipocresía cuando acusamos a los demás.
Hay aquí demasiado machismo.
¿Y esta es la religión y la moral de la Ley?
¡Con qué facilidad decimos lo que queremos y ocultamos lo que no nos conviene!
Nadie va a aceptar el adulterio.
Pero detrás de cada adulterio ¿no está una mujer? ¿No está una persona?
¿Las piedras son la única solución al adulterio?
La verdad que siento pena de ciertos corazones.
No les importa poner a una pobre mujer en ridículo y miedo ante las piedras.
¿Dónde está la sensibilidad de su corazón para comprender la debilidad humana?
¿No nos importa su dignidad con tal de cazar a Jesús en algo que pueda ser causa de acusación?
¿Se puede jugar tan alegremente con el pecado de los demás?
¿Se puede jugar tan alegremente con la dignidad de una mujer?
¿Se puede jugar tan alegremente con alguien al que queremos matar?
No podemos justificar el adulterio.
Pero sí podemos comprender a los adúlteros.
No podemos justificar el adulterio.
Pero sí podemos ser compasivos con los adúlteros.
No podemos justificar el adulterio.
¿Pero tendremos suficiente amor para perdonarlo?
Jesús no acepta el adulterio.
Pero mostró ternura y compasión con la adúltera.
Y la perdonó pidiéndole “no vuelva a pecar”.
“Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más”.
El perdón no justifica el pecado.
Nos libera del mismo.
¡Cuántos matrimonios salvaríamos si supiésemos perdonar!
¿Qué es difícil perdonar?
Depende de la capacidad de amar.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo A, Cuaresma Tagged: adulterio, juicio, misericordia, mujer, pecado, perdon
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