Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Viernes de la 4 a. Semana – Ciclo A

“Se acercaba la fiesta judía de las tiendas. Después que sus parientes marcharon a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: “¿No es este al que intentan matar? Pues miren cómo habla abiertamente, y no le dicen nada.¿Será que los jefes se han convencido de que es en realidad el Mesías? Entonces intentaban detenerlo; pero nadie se atrevió, porque todavía no había llegado su hora”. (Jn 7,1-2.10.25-30)



Flickr: Waiting For The Word



Jesús no es de los que provoca por gusto a sus enemigos.

Tampoco es de los que los rehuye.

Jesús conoce de sobre que se mueve en terreno peligroso.

Pero no por eso deja de hablar claramente y en público.

Jesús no es de los que buscan su muerte.

El amaba como nadie la vida.

Pero tampoco se esconde cuando tiene que dar cara.


La misma gente es consciente de que Jesús se mueve en tierra movediza.

“¿No es este al que intentan matar”.

Aquí nada se hace a escondidas.

Aquí todo se hace al aire libre.

No es que la gente le reconozca como el Mesías.

Pero saben que los jefes se la tienen jurada por hacerse el Mesías.

El ambiente parece tan pesado, que la gente hasta sospecha si los jefes habrán cambiado de opinión. “¿Será que los jefes se han convencido de que es en realidad el Mesías?”

Y se admiraban de que ante tan inminente peligro “hablase tan abiertamente”.


No. Jesús no es de los que busca la muerte.

Tampoco le tiene miedo.

Ni le impide hablar lo que tiene que hablar.

Sabe que lo buscan para matarlo.

Pudiera escaparse y refugiarse en lugares más seguros.

Pero no lo hace.

Jesús es dueño de la vida y también de la muerte.


Por eso confiesa claramente que “no había llegado sus hora”.

La vida de Jesús está marcada por “su hora”.

Y su hora es la de la muerte.

Pero no es una hora que depende de los que lo persiguen.

Es la hora que responda al momento cumbre de su vida.

Antes tendrá que anunciar el Reino.

Antes será perseguido y cuestionado.

Pero él es “dueño de su hora”.

Una hora que él teme y que incluso cuando llegue le pedirá al Padre que “pase esa hora”.

Es una hora que le causa tristeza, angustia y miedo.

Pero que él sabe que es “su verdadera hora”.

Será la hora de la plenitud de su vida.

Humanamente parecerá que es la hora del fracaso divino y del triunfo humano.

Pero él es consciente de que esa hora es la cumbre su encarnación.

Es la cumbre de la manifestación del amor.

Es la cumbre de la mesianidad salvadora.

No será él quien la busque.

Será la hora de los jefes que, por fin acabarán con él.

Pero será la hora en la que la verdad se manifestará por encima de los intereses humanos.


Todos tenemos nuestra hora.

La hora de la fidelidad hasta el extremo.

La hora del testimonio pleno de fidelidad bautismal.

La hora del testimonio de una vida vivida en medio de contradicciones.

Pero también la hora de una vida vivida en plena fidelidad a Dios.

No somos dueños de esa hora.

Pero sí somos dueños de nuestra libertad en aceptarla.

Pero sí somos dueños de dejarnos sacrificar como testimonio de Evangelio.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Cuaresma Tagged: mesías, mision, sacrificio
23:25

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