Aula de un liceo francés de los suburbios, una de esas en las que parece imposible enseñar nada, llena de chavalas y chavales radicalizados y que han ido pasando de curso porque sí. Un profesor de filosofía, muy joven, que se las ve y se las desea para lograr que le atiendan al menos un minuto. De repente, casi por casualidad, se le ocurre recitar de memoria un poema dificilísimo de Apollinaire.
Se hace el silencio. El joven profesor, asombrado, continúa recitando el poema. Se mantiene el silencio. Termina el poema pero el silencio permanece. Casi no puede creérselo. Entonces, uno de los chavales decide destrozar la atmósfera dramática y dice algo que quizá piensa: «Eso lo has hecho para impresionar a las chicas». No importa, el caso es que estaban sobrecogidos.
Tardaron poco en pedirle que recitara otro poema. Luego empezaron a quedarse unos cuantos de aquellos salvajes iletrados para seguir leyendo y recitando fuera del horario lectivo. El profesor François-Xavier Bellamy (1985) defiende que «los jóvenes necesitan verticalidad, algo que los eleve con respecto a su condición, que los supere, que sea mayor que ellos», en lugar de pretender ayudarlos con «la abolición de la autoridad y de todo lo que creemos que es demasiado difícil para ellos».
Por eso cuenta lo ocurrido con Apollinaire: «Los poemas de Apollinaire también me superan y es bueno que mis alumnos y yo nos encontremos en algo que es más grande que nosotros».
Con estas ideas, plasmadas en su libro Los desheredados, Bellamy −de quien nada sabía hasta ayer− ganó un premio de la Academia Francesa y decidió lanzarse a la política, porque solo desde las escuelas no podría cambiar las cosas.
Paco Sánchez, en lavozdegalicia.es. / almudi.org
Juan Ramón Domínguez Palacios
http://anecdotasypoesias.blogspot.com.es
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