Reflexión de Fernando Savater:
No hace muchos años dirigí un curso de verano en la Universidad Menéndez y Pelayo de Santander, al que invité a un destacado catedrático de Filosofía de la Sorbona, cuya obra estimo particularmente. Cuando en uno de los almuerzos le presenté a mi mujer, nacida en Canarias, mostró un cándido asombro: "Ah, ¿pero entonces los canarios no son negros?".
Por supuesto, la moraleja de estas anécdotas no es en modo alguno concluir que somos unos incomprendidos. Lo que quisiera señalar, sin especial resentimiento, es lo siguiente: para italianos, franceses o americanos cultos, la vecina realidad española y sus incidencias más o menos antropológicas no deberían constituir un enigma exótico cuya oscuridad tenga que ser compensada con improvisaciones de la imaginación. Sin embargo, ahí tienen ustedes pruebas fehacientes de lo contrario.
No creo que italianos, franceses o americanos sean casos excepcionales en lo tocante a ignorar a su prójimo, luego cabe concluir que a nosotros nos ocurrirá más o menos lo mismo en muchos aspectos relevantes de lo que sucede en otras partes que tampoco deberían sernos misteriosas. Y si en países con abundantes comunicaciones entre sí, las personas ilustradas se equivocan tanto sobre sus vecinos... ¡qué no ocurrirá con las nociones que tenemos de sitios menos accesibles, como Ruanda, Timor, Chiapas o el Kurdistán!
Primera conclusión, por tanto: aunque tengamos más información que nunca sobre casi todo, conviene ser cautelosos sobre lo que creemos saber de los demás. Nuestros juicios sobre los lugares en los que no hemos estado personalmente o no hemos estudiado con detenimiento y contrastando datos deben ser siempre poco tajantes, sobre todo a la hora de clasificar en "buenos" y "malos" a los que participan en los conflictos que allí ocurren y de los que tanto se nos habla.
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