El labrador y su burro

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Seguro que te suena la historia de aquel labrador que, despatarrado y orondo en su burro, volvía del campo con el hijo, que caminaba detrás.
El primer vecino con quien se toparon afeó la conducta del labriego: —¿Qué? ¿Satisfecho? ¡Y al hijo que lo parta un rayo! Apeose el viejo y montó al hijo. Unos cien pasos darían cuando una mujer se encaró con ellos: —¡Cómo! ¿A pie el padre? ¡Vergüenza le debía dar al mozo! Bajó éste abochornado, y amigablemente conversaban tras el jumento, cuando un guasón les tiró una indirecta: —¡Ojo, compadre, no tan deprisa que se les aspea el asno! No sabiendo ya a qué carta quedarse, montaron ambos. Andaba cansino el burro el último trecho, y alguien les voceó de nuevo: —¡Se necesita ser bestias!; ¿no veis que el pobre animal va arrastrando el alma por el suelo? —Ya sólo les faltaba cargar con el borrico a sus espaldas…
La enseñanza del relato es evidente. No se puede andar por la vida constantemente al vaivén de lo que los demás piensen o digan de nosotros. Acabarían por volvernos locos, como casi sucede a este pobre labriego que tardó demasiado en comprender que era imposible complacer a todos aquellos con quienes se cruzaba.
El qué dirán constituye una agobiante preocupación que se abate sobre muchas personas. Puede ser como una especie de terror a hacer el ridículo, una obsesión por ser como todos o una excesiva preocupación por la propia imagen que puede llegar a ser realmente perjudicial.
—Bueno, pero tampoco se trata de ser un tipo raro, distinto a todos, ¿no? No hace ninguna falta, por supuesto. También aquí hay que buscar un equilibrio sensato, para seguir razonablemente las modas pero no ser esclavo de ellas. Sobre todo de las modas de los modistas de la mente.
—¿Dices modistas de la mente? Sí. Hablo de esa especie de papilla mental que algunos venden con tanto éxito a quienes son capaces de sacrificar su libertad de pensamiento a cambio de lograr ser siempre igual a los demás y no llamar la atención.
Porque hay gente que presume de libertad y de autenticidad, que quizá repite que a ellos nadie les influye, y luego resulta que obedecen sumisamente a costumbres y eslóganes que la moda establece como intocables. Son embaucados por la fascinación de frases o ideas en boga, pero apenas profundizan en ellas.

Alfonso Aguiló
interrogantes.net
03:06

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