Ayer, Luis en los comentarios, ponía como estupendo ejemplo de película que cuya historia fluye Regreso al futuro. Te doy toda la razón: esa película ¡fluye! No hay rellenos, no hay momentos de aburrimiento. Es una historia que hay que contar y se necesita ese tiempo para contarla. Por la historia, sobre todo por la historia, para los críticos fue un universal acclaim. ¿Hubo un solo habitante del planeta que no considerara muy bien gastadas las 200 pesetas que costaba ir a cine entonces?
Y así el pequeño José Antonio de estar vestido con pantalones cortos y viendo Las aventuras de la abeja Maya (siempre interesantes por cierto) pasó casi sin darse cuenta a ver Regreso al futuro, Fright Night y Coocon. Además, había aparecido el VHS y los amigos nos reuníamos a ver películas juntos los fines de semana. Mi familia fue convencida muy erróneamente de que el futuro era el Beta.
Mi pelo de niño era castaño y lacio. Lejos estuve de darme cuenta en mi adolescencia de que esas pequeñísimas entradas en mi pelo no presagiaban nada bueno. Seguía luciendo un encantador flequillo.
Seguía leyendo muchos comics, paseaba con mis amigos, comencé a ir a un club del Opus Dei (algo que cambió mi vida), odiaba las matemáticas, me encantaba bañarme en la piscina que teníamos a dos kilómetros de Barbastro y en el río Cinca, me reía mucho, y pensaba (comencé a pensar) en lo feliz que sería fundando una familia. Eran los tiempos en que pensaba que estudiaría Derecho.
Era 1982 y la palabra “blog” no significaba nada. “Internet” no aparecía ni en las películas de ciencia-ficción. A diferencia de los coches voladores o las pistolas láser. El futuro ha resultado un poquito defraudante a este respecto. Marte sigue sin colonizar. Plutón todavía era un planeta.
En esos tiempos todavía no había visto El exorcista. Y cuando vi El cardenal tampoco sentí la más mínima atracción al sacerdocio. Sentí más fascinación por Dart Vader que por ese cardenal. Un amigo nos puso Hermano Sol y hermana Luna de Zefirelli. Lo único que saqué claro de esa película es que yo no tenía la menor vocación franciscana.
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