Como Tomás, el apostol convertido de sus dudas, también nosotros, al comulgar en este domingo de la Divina Misericordia, podemos tocar y hasta meternos en las llagas del Resucitado y experimentar su amor y su misericordia sin medida.
Y nos parecerá muy creíble la revelación que recibió Santa Faustina, origen de esta fiesta. La santa, escribe en su Diario, que escuchó en su interior cómo Cristo le decía: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de mi Misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de mi Misericordia”.
Nos encomendaremos al queridísimo y recordado San Juan Pablo II y le agradecemos haber instaurado en la Iglesia esta fiesta tan necesaria para nuestro mundo que sigue necesitando del perdón y de la Misericordia.
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