30 de abril.

Homilía para el Tercer Domingo de Pascua A

Todos los evangelios de los domingos del tiempo de Pascua han sido tomados del evangelio de san Juan, excepto el de hoy que se tomó del de san Lucas. Este último nos describe tres apariciones de Jesús el día de Pascua:

1) la aparición a las mujeres que fueron las primeras en tener la valentía de llegarse al sepulcro muy de mañana;

2) la de los dos discípulos que habían decidido volverse a su poblado y a sus ocupaciones;

3) la aparición a los Doce que estaban aún paralizados por el miedo en el lugar en que se habían encerrado.

Este encuentro con los dos discípulos de Emaús ha inspirado a diferentes artistas a lo largo de los siglos. Pero creo que la mayor parte de las pinturas conocidas representan a Cristo en la mesa con los dos discípulos en la sala de un hotel más bien que en camino. Personalmente he quedado siempre fascinado, muy en especial, por el encuentro en el camino.

En realidad, aun cuando tiene ciertamente un fundamento histórico lo que describe Lucas, no es tanto la descripción del detalle del suceso histórico lo que le interesa. No se precisa de un gran esfuerzo de reflexión o de análisis para darse cuenta de que lo que san Lucas describe en este pasaje es la vida de la primera comunidad cristiana que prosigue sus ocupaciones ordinarias tras la muerte y la resurrección de Jesús, pero que sigue sintiendo su presencia:

1) a través de la comunicación de la Palabra y de la Catequesis;

2) a través de la fracción del pan, y

3) a través de la profesión de fe. Lucas no nos narra un milagro de poder, sino más bien un acontecimiento que da gozo y calor al corazón.

Vamos a imaginarnos por un momento lo que sentía la comunidad cristiana (representada aquí por los dos discípulos) tras la muerte de Jesús. Para ellos la vida de Jesús había sido desconcertante. Se les había mostrado como un joven profeta con todos los signos del Mesías, había hablado como nadie lo había hecho, había pasado haciendo el bien y obrando milagros. Pero todo esto había durado muy poco tiempo. Lo habían condenado a muerte. Hay una frase de la narración que expresa claramente su desilusión: “Pensábamos que era él…”

En la vida de cada uno de nosotros se han dado ciertamente momentos en que hemos sentido vivamente la experiencia de la presencia de Cristo. La certeza absoluta de esta presencia nos ha dado la fuerza para comprometernos como Cristianos, como miembros responsables de la Iglesia, como sacerdotes. Y se han dado asimismo con toda probabilidad otros momentos, en los que daba la impresión de que ya nada estaba claro, de que nada aparecía como cierto. ¿No hemos tenido ganas de decir en esos momentos: “Pensábamos que era él…”? Creíamos estar cumpliendo su voluntad, pensábamos que estaría siempre a nuestro lado. Esperábamos tener de continuo la experiencia de su presencia. Y ahora…ya es el tercer día, el tercer mes, el tercer año… Y si nos preguntase alguien por la razón de nuestra tristeza, tendríamos ganas de responderle: “Pero ¿eres tú el único que no sabe que todo va mal…en la Iglesia, en el mundo, en mi comunidad, en mi vida”…?

El Evangelio de hoy nos trae a la memoria la importancia del recuerdo, que constituye la actitud cristiana fundamental (“Haced esto en recuerdo mío…”) Nos recuerda que cada vez que en un momento de duda y de prueba, tenemos el valor de decir: “Yo creía que era Él…”…siempre está Él haciendo con nosotros nuestro camino, dando calor a nuestros corazones, abriendo nuestros ojos a la intelección de la Escritura – no sólo de la Biblia, sino también de la Escritura de nuestra existencia -, y conduciéndonos a la distribución del pan con nuestros hermanos, conduciéndonos a reconocer su presencia en ese reparto. Un reparto que es comida, pero es comida de sacrificio, es presencia real y es por eso que tan pronto la comunidad primitiva cambió del sábado al domingo, y describió esa comida como verdadero sacrificio, sacramento de la presencia REAL de Jesús. Hay varias presencia de Jesús en la Iglesia: cuando oran dos o tres, en los sacerdotes, etc., pero recuerda el beato Pablo VI en Mysterium fidei 5:Estas varias formas de presencia llenan el espíritu de estupor y ofrecen a la contemplación el misterio de la Iglesia. Pero es muy otro el modo, verdaderamente sublime (alia est ratio, praestantissima quidem), con el cual Cristo está presente a su Iglesia en el sacramento de la Eucaristía… Tal presencia se llama “real” no por exclusión sino por antonomasia (per excellentiam), ya que es corporal y substancial, ya que por ella se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro“.

Somos los discípulos de Jesús…Estamos todos en camino hacia Emaús. Nos estamos contando unos a otros lo que ha sucedido…o no ha sucedido. Porque tenemos el valor de hacer eso, en memoria de Él, lo encontramos junto a nosotros haciendo nuestro camino Es uno de nosotros; está en cada uno de nosotros. Es lo que ha de ser cada uno de nosotros para el otro…¿No arden nuestros corazones en nuestro interior?… María, Madre de la Pascua, has que entendamos las Escrituras y celebremos en la Iglesia, para que ardan…

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