Un una ocasión se acercó a Jesús un escriba para preguntarle sobre el mandamiento más importante y le recordó lo que la Ley decía: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Y al prójimo como a ti mismo”.
La siguiente pregunta viene dada “¿Y quién es mi prójimo?”. Para explicárselo Jesús le contó la parábola del buen samaritano, que contiene una enseñanza fundamental del Evangelio: un hombre estaba herido a la orilla del camino que conduce a Jericó; varios pasaron de largo al verle, pero un samaritano se detuvo y acercándose a él le ayudó a curar sus heridas.
El prójimo lo inventamos nosotros cuando descubrimos las necesidades de los demás y nos “aproximamos” para ayudarles. Bien claro lo dejará Jesucristo en la Ultima Cena cuando se puso a lavar los pies de los discípulos, para enseñarles que ellos debían hacer lo mismo con los demás.

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