julio 2016


Hoy gracias a una herramienta del Instituto Nacional de Estadística he descubierto que en España hay 316.275 personas que se llaman José Antonio.  4.000 personas que se apellidan Fortea, practicamente todas en el espacio del antiguo Reino de Aragón. Y unas 700 personas que se apellidan Cucurull, casi todas en Cataluña y más en Lérida.

La herramienta es ésta, por si queréis vosotros mismos satisfacer vuestras curiosidades:

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16:56


Lunes 01 de Agosto de 2016
San Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia
(MO). Blanco.

Alfonso nació en Nápoles (Italia). Siendo un abogado famoso, a los 19 años, abandonó esta profesión para dedicarse al servicio de los pobres de los barrios periféricos. A los 30 años de edad recibió la ordenación sacerdotal; y a los 36 fundó la Congregación del Santísimo Redentor, conocida actualmente como los Redentoristas. Fue nombrado obispo y, en su ancianidad, fue recibido por sus hijos espirituales en una casa cerca de Nápoles, donde murió el 1º de agosto de 1787, a los 91 años. Fue autor de obras de profundo contenido espiritual y teológico. Se lo declaró doctor de la Iglesia en 1871.

Antífona de entrada          cf. Eclo 15, 5
El Señor lo colmó del espíritu de sabiduría y de inteligencia, y lo revistió de su gloria, para que anunciara su palabra en medio de la Iglesia.

Oración colecta     
Dios nuestro, que suscitas continuamente en tu Iglesia nuevos ejemplos de santidad, concédenos imitar de tal modo el celo por las almas que animó al obispo san Alfonso María, que podamos alcanzar con él la recompensa del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas        
Señor, enciende en nuestros corazones el fuego del Espíritu, que concediste a san Alfonso María para celebrar estos misterios y presentarse ante ti como ofrenda santa. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión        cf. Lc 12, 42
Este es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su casa para distribuir la ración de trigo en el momento oportuno.

Oración después de la comunión
Señor Dios, que constituiste a san Alfonso María predicador y fiel ministro de tan santo misterio, concédenos que tus fieles participemos frecuentemente de este sacramento, y, al recibirlo, te alabemos eternamente. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Lectura        Jer 28, 1-17
Lectura del libro de Jeremías.
Al comienzo del reinado de Sedecías, rey de Judá, el cuarto año, en el quinto mes, Ananías, hijo de Azur, que era un profeta de Gabaón, me habló así en la Casa del Señor, en presencia de los sacerdotes y de todo el pueblo: “Así habla el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: ¡Yo he quebrado el yugo del rey de Babilonia! Dentro de dos años, devolveré a este lugar los objetos de la Casa del Señor que Nabucodonosor, rey de Babilonia, sacó de este lugar y se llevó a Babilonia. Y también a Jeconías, hijo de Joaquím, rey de Judá, y a todos los deportados de Judá que fueron a Babilonia, los haré volver a este lugar –oráculo del Señor– cuando yo quiebre el yugo del rey de Babilonia”. Entonces el profeta Jeremías se dirigió al profeta Ananías, en presencia de los sacerdotes y de todo el pueblo, que estaban de pie en la Casa del Señor, y el profeta Jeremías dijo: “¡Amén! ¡Que así lo haga el Señor! Que el Señor cumpla tus palabras, las que tú has profetizado, haciendo volver los objetos de la Casa del Señor y a todos los deportados, de Babilonia a este lugar. Sin embargo, escucha bien esta palabra que yo digo a tus oídos, y a los oídos de todo el pueblo: Los profetas que nos han precedido desde siempre, a mí y a ti, profetizaron la guerra, el hambre y la peste a numerosos países y contra grandes reinos. Pero si un profeta profetiza la paz, sólo cuando se cumple la palabra de ese profeta, él es reconocido como profeta verdaderamente enviado por el Señor”. El profeta Ananías tomó la barra que estaba sobre el cuello de Jeremías y la quebró. Luego dijo, en presencia de todo el pueblo: “Así habla el Señor: ‘De esta misma manera, dentro de dos años, yo quebraré el yugo de Nabucodonosor, rey de Babilonia, que está encima del cuello de todas las naciones’”. Y el profeta Jeremías se fue por su camino. Después que el profeta Ananías quebró la barra que estaba sobre el cuello del profeta Jeremías, la palabra del Señor llegó a Jeremías, en estos términos: “Ve a decirle a Ananías: Así habla el Señor: ‘Tú has quebrado barras de madera, pero yo pondré en lugar de ellas barras de hierro. Porque así habla el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: Yo he puesto un yugo de hierro sobre todas estas naciones, para que sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y ellas lo servirán; hasta los animales del campo se los he dado’”. El profeta Jeremías dijo al profeta Ananías: “¡Escucha bien, Ananías! El Señor no te ha enviado, y tú has infundido confianza a este pueblo valiéndote de una mentira. Por eso, así habla el Señor: ‘Yo te enviaré lejos de la superficie del suelo: este año morirás, porque has predicado la rebelión contra el Señor’”. El profeta Ananías murió ese mismo año, en el séptimo mes.
Palabra de Dios.

Comentario
El verdadero profeta muchas veces debe hacer anuncios desagradables para los oídos de quien escucha. Su misión no es complacer, sino proclamar la voluntad de Dios. En cambio, el falso profeta crea con sus vaticinios falsas expectativas y provoca que el pueblo continúe engañado, descansando en promesas que nunca se cumplirán.

Sal 118, 29. 43. 79-80. 95. 102
R. ¡Enséñame tus mandamientos, Señor!

Apártame del camino de la mentira, y dame la gracia de conocer tu ley. No quites de mi boca la palabra verdadera, porque puse mi esperanza en tus juicios. R.

Que se vuelvan hacia mí tus fieles; los que tienen en cuenta tus prescripciones. Que mi corazón cumpla íntegramente tus preceptos, para que yo no quede confundido. R.

Los malvados están al acecho para perderme, pero yo estoy atento a tus prescripciones. No me separo de tus juicios, porque eres tú el que me enseñas. R.

Aleluya        Mt 4, 4
Aleluya. El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Aleluya.

Evangelio     Mt 14, 13-21
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. 

Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que, vayan a las aldeas y se compren de comer». Jesús les replicó: «No hace falta qué vayan, dadles vosotros de comer». Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos».

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. 
Palabra del Señor.

Comentario
Seguramente, la muerte de Juan afectó a Jesús. ¡Tantas veces lo habría escuchado y conversado con él para compartir las experiencias de Dios y de la vida! El Señor necesitó apartarse, tomarse un tiempo para el duelo, dejar que su espíritu y su cuerpo expresen el dolor causado por la pérdida física de su amigo.

Oración introductoria 
Señor, concédeme estar a la escucha de lo que quieres transmitirme en esta oración. Te ofrezco los talentos que me has regalado para que los multipliques y los transformes en medios para crecer en el amor. 

Petición 
Jesús, dame la gracia de saberme desprender de aquello que puede hacer bien a los demás. 

Meditación  

Hoy, Jesús nos muestra lo mucho que desea involucrarnos en su trabajo de redención. Él, que ha creado el cielo y la tierra de la nada, hubiese podido —de igual forma— haber fácilmente creado un banquete para saciar a aquella multitud.

El Señor procedió de igual forma en el festín de las bodas de Caná. Él, que creó todos los mares, podía fácilmente haber llenado con el vino más selecto aquellas tinajas de más de 100 litros, partiendo de cero. Pero, de nuevo, prefirió involucrar a sus criaturas en el milagro, haciendo que, primero, llenasen los recipientes de agua.

El Evangelio nos presenta a Jesucristo en la ribera del mar de Galilea, rodeado de una enorme muchedumbre de toda la comarca. Lo seguían anhelantes de escuchar su palabra. Jesús, en su predicación, les habla del Reino de los cielos, y pasan las horas sin que la gente se dé cuenta. Estaban todos pendientes de su boca. Hacia media tarde sus apóstoles lo interrumpen para decirle que ya es muy tarde y que despida a la gente para que se vaya a las aldeas vecinas y se compre algo de comer. Y Jesús, con un cierto tono de ironía: "No hace falta que se vayan –les responde–. Dadles vosotros de comer". Si eran sus invitados, también serían sus comensales; y no los iba a despedir en ayunas. Pero esa respuesta, sin duda, los dejó aún más confundidos... ¿Cómo iban a hacerlo? Ni doscientos denarios de pan alcanzarían para que a cada uno le tocara un pedacito... Un muchacho de la multitud ofrece a Andrés, el hermano de Simón Pedro, todo lo que traía: cinco panes y dos peces. Pero eso, ¿qué era para tantos? ¡Una cantidad sumamente irrisoria! ¡No era nada! 

Pero que es aquí cuando interviene Jesús y comienza a realizarse el maravilloso milagro de la multiplicación de los panes que todos conocemos... ¿Qué fue lo que pasó? Dos cosas, aparentemente bien sencillas, pero prodigiosas y decisivas: primera, que el muchacho ofreciera toda su “despensa”, que no era casi nada; y segunda, que la pusiera en manos de Jesús. Y ya sabemos qué pasó a continuación: se saciaron cinco mil hombres con cinco panes –sin contar mujeres y niños, nos dice el evangelista– y llenaron doce canastos con los pedazos que sobraron. 

¿Cómo era posible? ¡Eran sólo cinco panes y dos peces! ¡Era una insignificancia, claro! Es absolutamente evidente la desproporción tan abismal entre los medios materiales que se tienen a disposición y los efectos que logra nuestro Señor. Sí. Pero para realizar el milagro fueron necesarios esos cinco panes y esos dos peces. Sin ellos tal vez no habría sucedido nada. Y el Señor quiere contar con eso para realizar sus prodigios. 

Hoy, el Señor nos pide a nosotros, sus modernos discípulos, que “demos a las multitudes algo de comer” (cf. Mt 14,16). No importa lo mucho o poco que tengamos: démoslo al Señor y dejemos que Él continúe a partir de ahí.

Propósito 
Sé generoso y magnánimo con Dios y con los demás: da de ti mismo, no seas egoísta ni tacaño. Da de tus bienes materiales y espirituales, comparte tu tiempo y tus cosas con los demás; pero, sobre todo, dónate a ti mismo a tu prójimo: ¡no importa que sólo tengas cinco panes y dos peces! Pon todos tus proyectos, tus inquietudes, tus preocupaciones, tus miedos, tus deseos, tus sueños, tu familia, tus relaciones, tu "todo" EN MANOS DE DIOS, pues sabemos que "¡todo depende de en manos de quién está el asunto!". 

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Fundador de los Misioneros Redentoristas 

Martirologio Romano: Memoria de san Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia, que insigne por el celo de las almas, por sus escritos, por su palabra y ejemplo, trabajó infatigablemente predicando y escribiendo libros, en especial sobre teología moral, en la que es considerado maestro, para fomentar la vida cristiana en el pueblo. Entre grandes dificultades fundó la Congregación del Santísimo Redentor, para evangelizar a la gente iletrada. Elegido obispo de santa Águeda de los Godos, se entregó de modo excepcional a esta misión, que dejaría quince años después, aquejado de graves enfermedades, y pasó el resto de su vida en Nocera de’Pagani, en la Campania, aceptando grandes trabajos y dificultades . 

Alfonso María de Ligorio (Marianella, Reino de Nápoles, 27 de septiembre de 1696 - Pagani, Reino de Nápoles, 1 de agosto de 1787). Religioso italiano, obispo de la Iglesia católica y fundador de la orden de los Redentoristas. Canonizado en 1839 y proclamado «Doctor de la Iglesia» en 1871, es el patrono de los abogados católicos, de los moralistas y de los confesores. Escribió más de 111 obras, entre las cuales cabe destacar el Tratado de Teología moral, escrito entre 1753 y 1755 y Las Glorias de María, escrito en 1750.

Sus primeros años
Bautizado con los nombres de Alfonso María Antonio Juan Francisco Cosme Damián Miguel Ángel Gaspar de Ligorio, fue hijo de José de Ligorio y Catalina Ana de Ligorio. Fue el primero de siete hermanos en el marco de una familia de la nobleza napolitana. De niño le visitó San Francisco de Jerónimo quien en una bendición anunció: «Este chiquitín vivirá 90 años, será obispo y hará mucho bien».

Ingresó en la Hermandad de la Nobleza aún joven y comenzó su formación intelectual aprendiendo los idiomas español, francés, griego y latín. También inició estudios de geografía, literatura, matemáticas, gramática, música, arquitectura, pintura y arte animado por su padre, quien deseaba que fuera un exitoso político. Siendo un adolescente de 12 años, en 1708, dados sus grandes conocimientos, se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Nápoles, y esta Facultad lo aceptó el 19 de marzo de ese año en el Colegio de Doctores.1 Como un caso excepcional, a los 16 años obtuvo con notas sobresalientes el grado de doctor en derecho civil y en derecho canónico.

El sacerdocio
Como abogado tuvo varios éxitos ya que inspiraba confianza en sus defendidos, persuadía mediante su elocuencia y un marcado desinterés por el dinero. Sin embargo, decidió apartarse de la profesión cuando defendió al Doctor Orsini contra el duque de Toscana. Cuando pensaba haber obtenido el triunfo de su cliente, le hicieron firmar una declaración amañada en la cual establecía que se había equivocado. Alfonso se retiró a su casa y se encerró en su cuarto durante tres días sin comer: solo se dedicó a rezar y a llorar.

Seguidamente hizo un retiro en el Convento de los Lazaristas y se confirmó en la cuaresma de 1722, lo cual reavivó su fervor religioso. El 28 de agosto de 1723, estaba visitando a los enfermos del Hospital de Incurables, cuando experimentó un llamado interior a renunciar a posesiones materiales y seguir a Jesucristo, reiterándose esta situación lo que le hizo dejar el Hospital y renunciar a su espada de caballero ante una imagen de María en la «iglesia de Santa María de la Redención de los Cautivos». Así decidió hacerse sacerdote ingresando como novicio en el Oratorio. Su padre, molesto ante el fracaso de los planes de matrimonio que concibió para su hijo, y por el rechazo de su hijo hacia la abogacía, ofreció una enérgica oposición de dos meses a la decisión de Alfonso. Finalmente, el padre le dio permiso de hacerse sacerdote, bajo la condición de que viviese en su casa, lo cual Alfonso aceptó, siguiendo el consejo de su director espiritual que era oratoriano. El 23 de octubre recibió el hábito clerical, y continuó con sus estudios sacerdotales en su casa.

Recibió las órdenes menores en diciembre de 1724, y el subdiaconado en septiembre de 1725. Fue ordenado diácono el 6 de abril de 1726, y poco después pronunció su primer sermón. El 21 de diciembre de 1726, a la edad de treinta años, fue ordenado sacerdote. Rápidamente obtuvo fama en Nápoles como predicador popular. Por un total de seis años se consagró a la evangelización de Nápoles y de su región.

Alfonso vivió los primeros años de su sacerdocio con la gente «sin techo» y la juventud marginada de Nápoles. Fue entonces cuando fundó las llamadas «Capillas del atardecer», organizadas por los propios jóvenes. Se trataba de lugares de oración, de comunidad, de escucha de las Sagradas Escrituras, de actividades sociales y de formación. Al momento de la muerte de Alfonso, el número de capillas activas alcanzó las 72, con más de 10.000 miembros.2

En 1729, Alfonso emprendió un circuito misionero más amplio. En el interior del entonces Reino de Nápoles, encontró gente mucho más pobre y abandonada que los niños y jóvenes que había visto hasta entonces en las calles de Nápoles.2 Su forma de predicar sencilla y directa («para que el campesino humilde pueda comprender el mensaje») tuvo fuerte influencia moral y espiritual en su audiencia.

La «Congregación del Santísimo Redentor»

El 9 de noviembre de 1732, Alfonso fundó la «Congregación del Santísimo Redentor», orden conocida hoy como Redentoristas.1 La congregación, que por 17 años se llamó «Congregación del Santísimo Salvador», comenzó a funcionar en un pequeño hospicio perteneciente a las monjas de Scala. Aunque Alfonso era el fundador y de hecho la cabeza del Instituto, en un principio la dirección general fue asumida por el Obispo de Castellamare. Recién a la muerte de éste último, el 20 de abril de 1743, Alfonso fue elegido formalmente Superior-General.

Fue el Papa Benedicto XIV quien aprobó la Regla y el Instituto para hombres en 1749. Durante todos esos años, Alfonso le imprimió a su trabajo un carácter eminentemente misionero. Se dedicaba gran parte de cada año a atravesar el Reino de Nápoles llevando misiones, incluso a los pueblos más pequeños.

Su consagración episcopal
Alfonso María de Ligorio fue nombrado obispo de la pequeña diócesis de Agatha dei Goti en 1762 por el Papa. Este nombramiento le aterró, queriendo renunciar de inmediato a tal honor. Sin embargo, el Papa no le aceptó la renuncia. Allí ejerció su ministerio episcopal entre 1762 y 1775. Fue un innovador en sus esfuerzos por reformar la administración de la diócesis y elevar la calidad y el entrenamiento del clero.

El período que permaneció en Agatha dei Goti fue aquél en el cual se produjo su transformación somática tan conocida iconográficamente, resultado de una artrosis cervical progresiva. En 1775, como consecuencia de la salud cada vez más débil de Alfonso, el papa Pío VI hizo lugar a sus insistentes ruegos y le permitió volver a la casa redentorista de Pagani, donde le aguardaban sus años más amargos.

Sus últimos años
En efecto, sus últimos doce años serían todavía más difíciles y dolorosos, por los agudos sufrimientos físicos, los tormentos espirituales, los esfuerzos agotadores por ganar reconocimiento para la congregación y la existencia de amargas contiendas dentro de la misma.

Junto con la necesidad de la aprobación vaticana de su regla, se requería también la obtención de la aprobación del monarca reinante en Nápoles, en ese tiempo bajo el control de España. Alfonso sintió que su proyecto estaba atrapado en medio de las tensiones entre la Iglesia y el Estado. Prácticamente ciego e incapacitado para dirigir personalmente a su grupo, fue expulsado de la orden que él mismo había fundado como consecuencia de no haber leído un documento de vital importancia antes de firmarlo. Ni siquiera su virtual ceguera y su salud declinante fueron aceptadas como atenuantes. Así, él atravesó circunstancias eclesiásticas sumamente amargas en razón de esa situación canónica irregular de los redentoristas del reino de Nápoles, y se vio alejado de su propia congregación por decisión equivocada del papa Pío VI en 1780.1 Sin embargo, Alfonso no levantó jamás su voz contra la autoridad de Roma, y supo morir a la hora del Angelus del 1 de agosto de 1787.1

Poco después de su muerte, cesaron las divisiones en su congregación y se reconocieron los errores cometidos contra él. Los redentoristas obtuvieron el reconocimiento pleno y se expandieron primero por Europa y América del Norte, hasta totalizar hoy su presencia en 78 países del mundo.3

Canonización y Patronazgos
Alfonso María de Ligorio adquirió fama de santidad ya en vida y pocos meses después de su muerte se inició el proceso de valoración de su persona por parte de la Iglesia.1 El 20 de febrero de 1807 la Iglesia Católica declaró la heroicidad de las virtudes de Alfonso María de Ligorio. Fue beatificado el 15 de septiembre de 1815 y canonizado por el papa Gregorio XVI el 26 de mayo de 1839 . En 1871, Pío IX lo declaró Doctor de la Iglesia. Es el único caso en que una persona recibió ese título a menos de un siglo de acaecida su muerte. En 1950, Pío XII lo proclamó patrono de los confesores, de los moralistas y de Pagani. La ciudad de Nápoles lo tomó como santo patrón, junto con San Gennaro y Tomás el Apóstol.

Maestro de la vida espiritual
Alfonso María de Ligorio es considerado uno de los grandes maestros de la vida espiritual de la Iglesia Católica, y uno de los santos que mayor influencia tuvo en la devoción a María, madre de Jesús.

Elaboró un sistema de teología moral que recibió el nombre de equiprobabilismo, sistema que evita los excesos del rigorismo en general, del jansenismo en particular, y del laxismo. Se opuso al legalismo estéril y al rigorismo estricto que, según él, cerraba los caminos del Evangelio. Sostenía que tal rigor no se había enseñado ni practicado en la Iglesia. Su sistema de teología moral se caracteriza por su prudencia, evitando el probabilismo y, en particular, el laxismo, como así también el rigor jansenista extremo.

En su Teología Moral, Ligorio enseñó que todos están llamados a la salvación, y que los medios se hallan disponibles para todas las personas. Según él, la salvación no es cuestión de "torturas" o de un cumplimiento legalista de la ley, sino de una vida de amor. El valor de la libertad humana y la importancia de una conciencia individual informada fueron otros temas sobre los que Ligorio puso el énfasis. Al mismo tiempo fue un pionero en resaltar la importancia de tomar en cuenta las circunstancias concretas de una situación al evaluar la conducta moral. Las contribuciones de Ligorio en esta área generaron tanto controversias como admiración.

Junto con Francisco de Sales (1567-1622), Alfonso María de Ligorio puede considerarse uno de los grandes promulgadores de un nuevo tipo de devoción en Europa. En efecto, el siglo XVIII en el cual vivió se caracterizó por ser un período de transición en la historia de la práctica devocional. Tanto Francisco de Sales como Alfonso Ligorio hicieron hincapié en aspectos personales y afectivos en su forma de manifestar su piedad, subrayando el matiz individual en su relación con Dios.

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OFICIO DE LECTURA - VIERNES DE LA SEMANA XVII - TIEMPO ORDINARIO

Del Común de pastores para un santo obispo y del Común de doctores de la Iglesia. 
Salterio I. 1 de agosto

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, obispo y doctor de la Iglesia. (MEMORIA)

Nació en Nápoles el año 1696; obtuvo el doctorado en ambos derechos, recibió la ordenación sacerdotal e instituyó la Congregación llamada del Santísimo Redentor. Para fomentar la vida cristiana en el pueblo, se dedicó a la predicación y a la publicación de diversas obras, sobre todo de teología moral, materia en la que es considerado un auténtico maestro. Fue elegido obispo de Sant' Agata de' Goti, pero algunos años después renunció a dicho cargo y murió entre los suyos, en Pagami, cerca de Nápoles, el año 1787.  

SEGUNDA LECTURA

De las obras de San Alfonso María de Ligorio, obispo.

(Tratado sobre la práctica del amor a Jesucristo, edición latina, Roma 1909, pp. 9-14)

EL AMOR A CRISTO

Toda la santidad y la perfección del alma consiste en el amor a Jesucristo, nuestro Dios, nuestro sumo bien y nuestro redentor. La caridad es la que da unidad y consistencia a todas las virtudes que hacen al hombre perfecto.

¿Por ventura Dios no merece todo nuestro amor? Él nos ha amado desde toda la eternidad. «Considera, oh hombre -así nos habla-, que yo he sido el primero en amarte. Aún no habías nacido, ni siquiera existía el mundo, y yo ya te amaba. Desde que existo, yo te amo.»

Dios, sabiendo que al hombre se lo gana con beneficios, quiso llenarlo de dones para que se sintiera obligado a amarlo: «Quiero atraer a los hombres a mi amor con los mismos lazos con que habitualmente se dejan seducir: con los vínculos del amor.» Y éste es el motivo de todos los dones que concedió al hombre. Además de haber dado un alma dotada, a imagen suya, de memoria, entendimiento y voluntad, y un cuerpo con sus sentidos, no contento con esto, creó, en beneficio suyo, el cielo y la tierra y tanta abundancia de cosas, y todo ello por amor al hombre, para que todas aquellas creaturas estuvieran al servicio del hombre, y así el hombre lo amara a él en atención a tantos beneficios.

Y no sólo quiso darnos aquellas creaturas, con toda su hermosura, sino que además, con el objeto de conquistarse nuestro amor, llegó al extremo de darse a sí mismo por entero a nosotros. El Padre eterno llegó a darnos a su Hijo único. Viendo que todos nosotros estábamos muertos por el pecado y privados de su gracia, ¿que es lo que hizo? Llevado por su amor inmenso, mejor aún, excesivo, como dice el Apóstol, nos envió a su Hijo amado para satisfacer por nuestros pecados y para restituirnos a la vida, que habíamos perdido por el pecado.

Dándonos al Hijo, al que no perdonó, para perdonarnos a nosotros, nos dio con él todo bien: la gracia, la caridad y el paraíso, ya que todas estas cosas son ciertamente menos que el Hijo: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él todo lo demás?

RESPONSORIO    Sal 144, 19-20; 1Jn 3, 9

R. El Señor satisface los deseos de sus fieles, escucha sus gritos, y los salva. * El Señor guarda a los que lo aman.
V. Quien ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él.
R. El Señor guarda a los que lo aman.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios nuestro, que propones constantemente a tu Iglesia nuevos modelos de vida cristiana, apropiados a todas las circunstancias en que puedan vivir tus hijos, concédenos imitar el celo apostólico que desplegó el santo obispo Alfonso María de Ligorio por la salvación de sus hermanos, para que, como él, lleguemos también a recibir el premio reservado a tus servidores fieles. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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15:41


EL DECIMONOVENO DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 18:6-9; Hebreos 11:1-2.8-19; Lucas 12:32-48)

El padre Jacques Hamil fue degollado hace dos semanas mientras celebraba la misa.  Dejó un legado terrenal sustancioso.  Todos lo conocieron como hombre de bondad, generosidad, y sencillez.  Se recordará por décadas como víctima de la persecución de ISIS.  Tan impresionante como sea esta reputación, el padre Hamil goza aún más por el acogimiento que recibe en el cielo.  Él representa un ejemplo claro de lo que refiere Jesús en el evangelio hoy cuando dice:  “…acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba…”.  Por haber entregado su vida sirviendo al Señor, el padre Hamil logró un puesto dichoso en el Reino.

Sobre todo Jesús quiere que depositemos el tesoro por practicar la misericordia.  Desea que socorramos a aquellos que no tengan nada para pagarnos.  No vale mucho en sus ojos que ayudemos a aquellos que nos vayan a compensar.  Ni le llama mucha atención que apoyemos a nuestros amigos que van a devolver el favor un día.  Para Jesús los esfuerzos que cuentan son nuestros intentos para levantar al pobre de la miseria.  Hay una historia de Santo Domingo, cuya fiesta celebramos mañana, que demuestra el tipo de sacrificio recomendado aquí.  Como universitario, Domingo tenía algunos pergaminos para estudiar. Eran raros y costosos, pero no eran imágenes de Dios. Cuando el santo se enteró que había gente muriendo del hambre, vendió los pergaminos para comprarles comida.  Dijo Domingo que no quería estudiar de pieles muertas cuando las gentes se morían de carencia de pan.

Por la parábola del ladrón metiendo en la casa Jesús indica que la solicitud por los pobres debe ser constante no sólo cuando se escucha de una hambruna.  Como tenemos que prepararnos para la venida del ladrón a cualquier hora, tenemos que pensar en los pobres todos los días.  Aquí en los Estados Unidos los depósitos de comida para los pobres están repletos durante los días festivos del fin del año pero muchas veces carentes durante el verano.  Jesús compararía este tipo de administración de bienes con la de los borrachos y comelones que maltratan a los criados.  Diría que no van a tener ningún premio cuando venga.

¿Qué nos hace seguro que va a volver Jesús o aun que le importa nuestro tratamiento a los pobres?  La segunda lectura nos ayuda con este tipo de inquietud.  Nos asegura que “la fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que espera…”.  Como Abraham  tenía fe cuando dejó su patria con el mandato de Dios, nosotros tomamos en serio la promesa del evangelio.  Y como Dios cumplió su promesa a Abraham por hacerlo el patriarca no sólo de los judíos sino de los cristianos y musulmanes también, quedamos ciertos que va a premiar a nosotros si ayudamos a los necesitados. La imagen que Jesús emplea para indicar lo que pasará nos parece creíble.  Dice que si encuentra a los criados sirviendo a uno y otro cuando venga, él va a ponerse de túnica para servirlos.  Es como lo conocemos: gran amigo para todos.

Tenemos un vistazo de Jesús en la respuesta del papa Francisco a la masacre en Niza, Francia el mes pasado.  Como todos, el papa fue entristecido por lo que pasó pero no descorazonado. Telefoneó a las autoridades con el mensaje: “¿Qué puedo hacer por ustedes?”  Entonces prometió a encontrar las familias de las víctimas tan pronto posible.  A través del evangelio Jesús muestra el mismo afán para apoyarnos con nuestras dificultades.  Insiste que ayudemos a uno y otro pero está a nuestro lado fortaleciéndonos todo el tiempo.  Podemos contar con él.  Jesús está a nuestro lado fortaleciéndonos.

Una muchacha de Alepo, un toxicómano paraguayo y una periodista polaca conmueven la Jornada Mundial de la Juventud Con una coreografía digna de los Oscar y tres relatos conmovedores a cargo de sus propios protagonistas, el Papa Francisco y más de un millón y medio de jóvenes de 187 países han cantado, han llorado y han rezado el sábado al anochecer con una intensidad difícil de encontrar en un mundo cada vez más superficial. 

A su llegada a la inmensa explanada preparada para el encuentro con los jóvenes en las afueras de Cracovia, Francisco y varios de los peregrinos cruzaron una «puerta santa» simbólica, antes de dirigirse al estrado, del tamaño de un campo de futbol para acoger una gran orquesta y coro, así como un espacio muy amplio para el baile y la representación. El espectáculo comenzó con danzas, que fueron dando paso a representaciones de escenas que invitaban a pensar. La primera fue el aislamiento en el que vive la gente caminando rápido por calles abarrotadas pero sin ver a nadie, pendientes solo de sus «smartphones» y auriculares, encerrados en sus cabinas de cristal. 

La segunda representación, cuando el sol se volvía dorado y dulce, fue la del perdón, con imágenes del atentado contra san Juan Pablo II, y del Papa polaco yendo a la cárcel a visitar al pistolero turco. Dos actores lo representaron a continuación, junto con otros que iban dando forma visible a ideas como transmitir alegría a los tristes o esperanza a los pesimistas. A su vez, las pantallas gigantes alternaban esas escenas con las de una gran imagen del Jesús de la Divina Misericordia, compuesta por las microfotografías de los jóvenes inscritos oficialmente en esta Jornada Mundial de la Juventud. Al aumentarlo, cualquier punto minúsculo se convertía en el rostro de una persona. Después habló Rand, una muchacha de Alepo que ha visto morir a su mejor amigo y a muchas otras personas. Su testimonio conmovía a muchos jóvenes hasta las lágrimas. 

La conversión de Natalia A su vez, Natalia, redactora jefe de una revista de moda polaca, relató su inesperada conversión y el modo en que fue a confesarse por haber pecado contra todos y cada uno de los diez mandamientos. Miguel, paraguayo, contó que había empezado a usar drogas a los once años, rompió el dialogo con su familia, comenzó a cometer delitos y fue encarcelado por primera vez a los 15 años. Su padre consiguió sacarlo de prisión pero siguió cometiendo delitos más graves, que le valieron una condena de seis años. Lleno de alegría, contaba cómo una persona le ayudó a ir a un centro de desintoxicación, la «Fazenda de la Esperanza» donde no solo se curó sino que ahora, a los 34 años dirige desde hace ya tres un centro de desintoxicación de ese mismo grupo en Uruguay. 

El tamaño de la multitud era impresionante, aunque solo se podía apreciar en las vistas aéreas que aparecían a veces en la pantalla. Era como un mar, como un océano de jóvenes en el que se iban encendiendo puntos de luz a medida que caía la noche. Era un ambiente mágico, en el que todos esperaban la palabra de Francisco y podían escucharle en el propio idioma gracias a la traducción simultánea. 

El Papa comenzó haciendo notar que el relato de Rand había logrado enseñar algo muy valioso: «La guerra, en la que viven muchos jóvenes, ha dejado de ser anónima, deja de ser una noticia de prensa sin nombre. Hoy la guerra en Siria es el dolor y el sufrimiento de tantas personas, de tantos jóvenes como la valiente Rand, que nos ha pedido rezar por su amado país». Con mucha fuerza, Francisco añadió que su testimonio lleva a que «ya no haya ciudades olvidadas ni hermanos rodeados de muerte y de homicidios sufriendo sin que nadie les ayude». 

El Papa afirmó que «nosotros no vamos a gritar ahora contra nadie, no vamos a pelear, no queremos destruir. Nuestra respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama fraternidad, se llama hermandad». Francisco les invitó a construir puentes, empezando por tomar la mano de la persona de al lado y alzarlas en una especia de apretón de manos de un millón de jóvenes, que lo rubricaron con un aplauso atronador. «Salir a caminar» El Papa les hablaba en tono exigente, invitándoles a no ser «cristianos de sofá», perezosos y abotargados, «pues no hemos venido a este mundo a vegetar, sino que hemos venido a dejar una huella». 

Un joven cristiano sabe que la felicidad «no es andar por la vida dormido o narcotizado», sino entregarse a los demás. Es decir, levantarse del sofá, «ponerse los zapatos y salir a caminar por senderos nunca soñados siguiendo la locura de un Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, el sediento, el desnudo, el enfermo, el preso, el inmigrante, o el vecino que esta solo».. Finalmente, Francisco admitió que ante cualquier problema «es mucho más fácil fijar la atención en lo que nos divide», pero por eso, «hoy los adultos necesitamos de ustedes, que nos enseñen a convivir en la diversidad».

Juan Vicente Boo
abc.es

Discurso del Papa en la vigilia de oración: AQUi

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Si este hombre del que nos habla Jesús en el Evangelio viviera hoy, muchos lo tendrían por un triunfador, un number one, un pez gordo. El Maestro sin embargo le llamó necio; no por el dinero ganado sino por el uso egoísta al que pensaba destinarlo. Víctima de la enfermedad cancerosa del egoísmo no se daba cuenta de que sus ganancias no eran el fruto de su trabajo sólo, sino también de todo un patrimonio de experiencias, ideas y esfuerzos que le transmitieron generaciones anteriores a él y que alumbraron una civilización que ahora le permitían enriquecerse.
Hablaba como si pudiera construir los graneros él solo y como si no le hicieran falta la tierra, las semillas, el clima, la lluvia y el sol que Dios pone a disposición de todos. En su horizonte laboral y vital, Dios y los demás no existen. Por otra parte, cuando pensaba echarse a dormir y disfrutar de todo lo ganado, le sorprendió la muerte. El hecho de morir en ese momento pone indudablemente una nota dramática en su trayectoria vital, pero, en realidad, el final de la enseñanza de Jesús hubiese sido el mismo aunque hubiera vivido más años que Matusalén. Aunque no hubiera muerto, física y espiritualmente era un cadáver que, al descomponerse, contaminará todo el tejido social.

El trabajo no es sólo un deber sino un derecho. De ahí que se considere el paro como uno de los graves problemas de nuestro tiempo. Con todo, el hombre no debe caer prisionero del mal contrario: el activismo. El paro es como un tumor que destruye al hombre; pero el desbordamiento en el trabajo -la profesionalitis- no debe destruirlo también convirtiéndolo en una máquina, y con él a la familia.
"Gran cosa es el trabajo-recuerda Juan Pablo II-. Pero el hombre es incomparablemente mayor. El hombre es sagrado. Y esta sacralidad exige ser reconocida y profesada en toda circunstancia... La sacralidad humana es inviolable, irrenunciable". El trabajo debe enriquecernos y enriquecer a los demás en todos los órdenes de la existencia. Cuando el quehacer diario nos deja tiempo para Dios, para la familia y los amigos; cuando lo hacemos a conciencia, sin chapuzas y con sentido de la justicia, entonces la persona no sólo labora sino que colabora con Dios en su incesante obrar en el mundo.
Que Dios no tenga que dirigirnos nunca este reproche: "Tú dices: 'Soy rico, tengo reservas y nada me falta'. Aunque no lo sepas eres desventurado y miserable, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que compres oro refinado en el fuego, y así serás rico; y un vestido blanco..., y no se vea tu vergonzosa desnudez; y colirio para untártelo en los ojos y ver" (Ap 3,17-19). Purifiquemos nuestra jornada laboral de todo lo relacionado con el egoísmo, la vanidad, la soberbia, la pereza, para que esa tarea nos haga "ricos ante Dios".

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01:13
 Blessed-Alvaro-in-Jerusalem El 17 de marzo de 1994, el beato Álvaro y sus acompañantes emprendieron el viaje de Nazareth a Caná de Galilea, lugar donde visitaron la iglesia donde se recuerdan el episodio de las Bodas. Allí leyeron el relato correspondiente del Evangelio de San Juan. 

Siguieron su camino para el Monte Tabor, donde celebraron la Santa Misa, en la capilla de Moisés del Santuario. Antes, en el coche, habían leído y meditado los textos evangélicos de la Transfiguración del Señor. Al bajar del Monte quiso don Álvaro que se recogiesen algunas flores campestres de aquel lugar, para llevarlas a Roma.

Siguieron su camino hacía Jerusalén por la carretera del valle del Jordán. Antes de pasar por Jericó leyeron los textos del Evangelio de la curación del ciego (el “Domine, ut videam! Que tanto repitió San Josemaría desde que notó la llamada del Señor) y el del encuentro con Zaqueo. Precisamente se pararon a la entrada de Jericó junto a un sicomoro que allí había.

 Blessed-Alvaro-celebrates-mass-in-Mount-Tabor Que esto nos sirva también a nosotros para acordarnos de que, como Zaqueo, hemos de hacer esfuerzos para tratar al Señor; y si hacemos ese esfuerzo, no dejaremos nunca de escuchar su llamada.

Después, siguieron su camino hacia Jerusalén y desde el coche divisaron el monte de las tentaciones. Al llegar a la Ciudad Santa, Don Álvaro quiso visitar y hacer oración en la Basílica del Santo Sepulcro. Conmovido de emoción, se arrodilló y colocó su frente sobre la piedra del Santo Sepulcro. Fue un rato de prolongado silencio, absorto el beato en el Misterio de la Muerte y Resurrección del Señor. Pasó a visitar el lugar del Calvario y, a pesar de sus años y dificultades físicas, se arrodilló y echó adelante su cabeza para besar y poner las manos en el agujero que la tradición considera como el lugar donde estuvo clavada la Cruz de Jesucristo.

Uno de los acompañantes de don Álvaro en este viaje, Mons. Joaquín Alonso, recuerda una anéctoda de ese día:

 Blessed-Alvaro-postcard-to-the-Vatican El 17 de marzo, don Alvaro escribió varias postales, para mandar un recuerdo desde Tierra Santa a sus hijas e hijos de Roma y a personas de la Santa Sede. Ese mismo día y el siguiente echamos al correo las cartas. Mi sorpresa fue que al día siguiente de llegar a Roma, cuando ya el Señor había llamado a don Álvaro a la vida eterna, me di cuenta de que se me había quedado en la cartera, sin echar al correo, una de las postales que escribió el 17: justo la que dirígía a Mons. Stanislaw Dziwisz, para que le hiciera llegar al Santo Padre su constante recuerdo y oraciones desde Jerusalén. La leí y que me quedé conmovido: don Álvaro pedía a don Stanislaw que hiciera llegar al Papa el deseo de ser (lo decía en plural) fideles "usque ad mortem". No resistí a fotocopiar el texto, antes de hacer llegar enseguida la postal a don Stanislaw. Fueron éstas las últimas palabras que don Álvaro dirigió al Papa.

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23:13
Habitación de san Ignacio en Roma.

Habitación de san Ignacio en Roma.

San Ignacio de Loyola, fundador de los Jesuitas

Hacer el panegírico de San Ignacio de Loyola es un gran honor para mí; y le quedo cordialmente agradecido por el honor al Sr. Cura Párroco, Dr. Agüero. La palabra «panegírico» ha ido tomando un sentido peyorativo; y eso con razón, cuando en vez de ser una simple exposición de la vida del Santo se convierten en piezas retóricas pomposas hinchadas y huecas que ponen al santo por las nubes pero lo quitan de la tierra.

Pero las vidas de los Santos es la lectura más útil al cristiano después de la Sagrada Escritura: esa lectura convirtió a San Ignacio de Loyola.

Una monja mejicana me escribió hace poco que no le gustan la vida de los Santos porque son aburridas o mentirosas; tiene razón con respecto a las biografías escritas por devotos ininteligentes. En su Vida de San Ignacio el escritor inglés Cristopher Hollis dice que los devotos suelen ser poco honrados; quiere decir que escriben vidas de Santos hombres que no tienen la inteligencia y la experiencia requeridas por ese género literario, el más difícil de todos. «Hay que ser un santo para escribir bien la vida de otro santo» dijo Tomás de Aquino, con alguna exageración. Pero hay numerosas vidas de Santos buenas: hace poco la Sra. Clara Luce Booth ha publicado un libro Santos de Ahora, entre quienes cuenta a San Ignacio: vidas breves escritas por los mejores escritores yanquis -de ahora.

San Ignacio no ha tenido suerte en biografía: no he hallado ninguna que me satisfaga, y he leído muchas. Incluso hay no pocas equivocadas y aun calumniosas, como la del austríaco Fulop-Müller y la del suizo Bluck, que ha publicado Peuser entre nosotros. Casi todas conciben a Iñigo de Yañez y Loyola (no Iñigo López de Recalde que dicen algunos) como el «Gran Inquisidor»: un hombre terco, rígido, implacable, inhumano incluso; porque, por ejemplo, a un jesuita que dio por broma una palmada en el trasero a otro que estaba agachado, lo echó al instante de la Compañía; rasgo accidental que no define a San Ignacio, y pudo ser un error, por cierto; pero para mí, en el fondo es un rasgo de sentido común; como el rasgo de Onganía al cerrar Tía Vicenta.

He aquí un soldado cojo y calvo, «soldado desgarrado y vano», de estatura casi enano, hijo de un terruño rudo, que jamás supo bien el castellano ni el vasco ni el latín ni el francés ni el italiano… se pone en el siglo XVI –dice el historiador protestante Lord Macaulay- «en el rango de los más grandes estadistas europeos» y el hombre que más ha influido en el mundo moderno –dentro de la Iglesia: A san Ignacio se podría aplicar lo que me dijo por broma un vasco no hace mucho: «Nosotros los vascos somos todos buenos; pero somos muy brutos. Ahora que cuando un vasco sale inteligente, como yo por ejemplo.. ¡arripoa!». San Ignacio fue un vasco genial. No les han faltado tampoco a los vascos genios especulativos.

Ignacio no fue ni el gran inquisidor de la leyenda de Dostoiewski, ni el jefe taimado y tramposo de Carducci y Víctor Hugo, ni el «Perinde ac cadáver» (frase que no inventó él sino San Francisco de Asís) ni el sargento mayor encalabrinado de disciplina, ni el «profesor de energía» que dice el P. Laburu, ni el gran politicastro, ni el Quijote viviente de Unamuno. Eso es leyenda o caricatura. Más cerca de encender hogueras estuvo él de ser mandado a la hoguera; y salvó de la hoguera a muchos. El nombre que él se daba era el de «Peregrino», el de «Pecador» o el de «Pobre en virtud»; y quienes lo conocían lo llamaban «Padre».

Veremos brevemente la conversión de San Ignacio, la fundación de la Compañía de Jesús y el estado de la Compañía hoy en día.

I

Dice Papini en su libro «Los Operarios de la Viña» que Ignacio de Loyola no es un santo popular: pocas veces los hombres de mando y de lucha y de orden son populares para el vulgo; son muy amados por los que están en contacto inmediato con ellos; y esto sucedió grandemente con San Ignacio. Por otra parte tuvo siempre enemigos y calumniadores –hasta nuestro días. Grandes amigos y grandes enemigos; porque simplemente, era grande.

La conversión de San Ignacio se verificó en 1521 a los 30 años, en su lecho de convaleciente; en la misma fecha en que Lutero se sublevó contra la Iglesia de Roma. En el sitio de Pamplona por el ejército francés, una bala de cañón le trizó la pierna derecha, no el muslo sino la canilla; y apenas cayó él, el puñado de españoles que defendía la fortaleza se rindió. Los médicos le ensamblaron los huesos rotos mal que bien; mejor dicho mal; y después se vio que una punta de hueso se proyectaba como un tarugo debajo de la piel; impidiendo el uso de la bota alta y estrecha que usaban los oficiales. Iñigo de Loyola exigió que le arreglaran eso: dijeron había que reabrir la herida, serruchar el hueso y estirar la pierna con poleas: sin anestesia. Iñigo soportó la horrible operación sin un gemido, solamente suspirando «¡Ay Jesús!» de vez en cuando. Quedó sin embargo rengo: «martirio de vanidad» lo llamará más tarde. No era su primer acto hazañoso; y mucho menos el último: toda su vida hizo actos arrojados, indomables, atrevidos incluso; es decir, caballerescos.
En su segunda larga convalecencia Iñigo leyó vidas de Santos; había pedido le trajeran novelas de caballería y le trajeron a falta dellas la «Vida de Cristo» del Cartujano y el «Flos Santorum», o Vidas de los Santos. Leyéndolas, su ánimo ardiente y ambicioso decía: «¿Esto hizo San Francisco? Pues yo también lo puedo hacer. ¿Esto hizo Santo Domingo? Pues yo también lo tengo de hacer» Y notó que cuando se pasaba horas soñando con «la dama de sus pensamientos» (que era nada menos según parece que la princesa Juana de Aragón, casada más tarde con el Rey de Nápoles; «pues no era condesa ni duquesa sino más arriba que eso» -dice él en su Autobiografía) mas cuando pensaba en las grandes hazañas y hechurías que iba a hacer por ella, el final de los pensamientos le dejaba un extraño amargor; mas cuando pensaba en los Santos, el final era tranquilo y gozoso. Después de una larga lucha de sentimientos («discernimiento de espíritus» lo llamará más tarde) se decidió a dejar la caballería terrena y seguir a Jesucristo, visto por él como un Jefe temporal (mucho mejor que el Duque de Najera, su señor) que hace reclutamiento en todo el orbe de la tierra para su sempiterna campaña contra Satanás. «Si San Bernardo hizo esto (la primera Cruzada) yo también lo haré».
Se arrancó de su casa no sin resistencia de los suyos y fue, cojeando, mendigando y desconocido al monasterio de Montserrat, donde veló una noche entera en oración, conforme a la costumbre de los caballeros antes que un Rey o una Reina (o «su señor natural») les diesen el espaldarazo con la espada y les calzasen las espuelas de oro, consagrándolos para siempre al servicio de la Justicia –y de la patria. Pero él dejó su espada al pie del altar de Nuestra Señora; y se fue, hecho un mendigo rengo y penitente a la vecina ciudad de Manresa. Allí buscó una cueva a la orilla del Río Cardoner y comenzó la más extraordinaria tanda penitencias, privaciones y oraciones. «Si San Antonio Abad hizo esto, yo también lo haré». El demonio lo tentó como a San Antonio, también extraordinariamente, con tristezas, escrúpulos, desesperación, hasta el punto de incitarlo a suicidarse. Pero él venció las tentaciones con decisiones heroicas, y tuvo grandes visiones de Dios. Esta fue la conversión de Iñigo, que tiene destellos épicos, novelescos, dramáticos y estremecedores; los cuales son conocidos. Un año estuvo en Montserrat y Manresa; y de ahí se trasladó a Barcelona, después a Venecia, después a Jerusalén.

Fue a Barcelona como etapa para Jerusalén. Una noble dama catalana que tenía un marido ciego y vivía dedicada a su cuidado y a la piedad, Isabel Rosell, estando en la iglesia sintió como una voz interior que le decía «Ese mendigo que está en la puerta». Enseguida que habló con él quedó prendida o prendada: le oyó el lenguaje de los caballeros; y lo protegió todo el tiempo de Barcelona y todo el tiempo de su vida, como otra dama, Inés Pascual en Manresa; y con esta y otra monja, Teresa Rejadella, Ignacio se escribió toda la vida. Blunck dice que San Ignacio fue un misógeno, es decir, enemigo de las mujeres; y en realidad fue lo contrario, demasiado atraído por las mujeres, digamos enamoradizo. En Roma fundó una casa para mujeres arrepentidas; y se iba él mismo a las casas malas, peleaba con los rufianes o «cafishios» y siendo ya General de la Compañía, consejero del Papa y conocido en todo el mundo, las acompañaba a pie por las estrechas y lodosas calles de Roma. Un enemigo de los Jesuitas, Miguel Mir, ex-jesuita, escribió: «Ignacio de Loyola prohibió a sus secuaces la dirección espiritual de mujeres; y él dirigió hasta su muerte un montón de mujeres. Impuso a sus secuaces una obediencia férrea; y él no obedeció una sola vez en su vida…» Lo primero es verdad, lo segundo falso.

En Barcelona tuvo su primer topetazo con la Inquisición; no el último ni mucho menos. Ignacio no podía quitarse de enseñar, exhortar y predicar, incluso en las calles; ni podía andar sin una cola, es decir, compañeros que se le pegaban infaltablemente, como a un imán. Tenía ese magnetismo, el poder de influenciar, tenía «el genio de la amistad» dijo un contemporáneo. No era ni brillo intelectual ni prepotencia de la voluntad; simplemente su libertad obraba sobre las libertades ajenas, y su dignidad era atrayente, radiante, arrastrante. El que se haga Emperador de sí mismo, ese podrá imperar a los otros. Más de una vez le bastó ir a visitar a un enemigo, conversar una hora y dejarlo convertido en adicto; como cuentan de Irigoyen; pero más que don Hipólito por cierto, como fue también el caso de San Francisco y Santo Domingo. La Inquisición andaba con ojo inquieto y barbas al hombro en ese tiempo; y con razón. Sus cinco primeros compañeros lo dejaron al partir él para Venecia y para Jerusalén. Sus cinco primeros compañeros lo dejaron al partir él para Venecia y para Jerusalén.
El viaje a Jerusalén, hecho sin dinero y descalzo, tuvo las más increíbles peripecias, que no contaré: los desprecios, los peligros y las palizas fueron sin cuento. Cuando la nave de los peregrinos en que viajó gratis llegó a Jerusalén, el Provincial de los franciscanos, que era prácticamente el Arzobispo de Tierra Santa, les dijo visitaran el Santo Sepulcro y se mandaran mudar, porque el Turco andaba bravo -los turcos desplumaban y maltrataban a los peregrinos- Ignacio se quedó. El franciscano lo llamó y le dijo si no se marchaba lo iba a excomulgar. Obedeció, pero antes fue a despedirse del Monte Oliveto, de la piedra donde según decían, estampó sus pies Jesucristo al subir al cielo. Sobornó al centinela turco con un cortaplumas, adoró la piedra, y se volvía cuando le vino una idea repentina: mirar si Cristo al subir al cielo estaba mirando hacia España, o al revés, de espaldas. Sobornó otra vez al centinela con una tijeras y entrando vio con gran ufanía que las puntas de los pies miraban a España. Se le acabó la ufanía enseguida porque un sirviente armenio del convento franciscano lo topó; y a empellones puñadas y patadas lo llevó ante el Provincial, que lo reprendió ásperamente. Este era el mismo Iñigo que a los 18 años: porque un grupo de hombres armados que venían por su acera no le cedían la derecha, desenvainó, hirió a uno y los hizo huir a todos. Pero él contó que mientras el armenio lo arreaba como a un animal, el veía delante de sí a Cristo.

Vuelto a España (en las mismas condiciones hazañosas de siempre, de Venecia a Barcelona a pie y mendigando, pasando por Francia, que estaba en guerra con España) Ignacio se puso a estudiar o quiso ponerse a estudiar: la Inquisición le había mostrado que lo que importa no es el saber, lo que importa es el título; que no basta tener talento, hay que tener permiso de tener talento.

Se fue a Alcalá y después a Salamanca algo más de dos años: en Alcalá a la escuela del maestro Arévalo, donde iban niños de 10 años, sentado en el último banco; y de hecho era el último de la clase. Se ponía a decorar la primera conjugación, Amo amas amare amavi amatum y se acordaba del amor de Dios, se abstraía y no aprendía; ni a palos, pues le pidió al maestro Arévalo que le pegase como a los chicos si no sabía la lección. A los dos años Arévalo cansado lo mandó a Salamanca. Como siempre, se le apegaron tres compañeros; y como siempre, andaba predicando y visitando enfermos y encarcelados; y como siempre, alarmó a la Inquisición y los metieron presos tres veces por lo menos.

La primera vez los interrogaron interminablemente y los largaron mandándoles se comprasen zapatos y no anduvieran descalzos. Ignacio le dijo al Inquisidor Figueroa que le regalase él los zapatos; y añadió: «Con tanta y tanta pregunta, ¿qué ha sacado Ud.? ¿Ha encontrado algo malo en lo que enseño?» «No,» -dijo Figueroa- «porque si hubiese encontrado algo malo, os mandaba a la hoguera.» «Y yo también a vos, en el mismo caso» dijo el peregrino.

Este rasgo de humor de Ignacio es uno entre muchísimos: tenía el sentido del humor, que según Aristóteles es propio del hombre magnánimo; y en él era cosa habitual; en este vasco que suelen pintar como seco, seriote, ceñudo, adusto, frío y aun lúgubre. Por ejemplo, cuando por tercera vez lo metieron preso, en Salamanca, con grillos y cadenas, fue a verlo el Inquisidor Frías con el Obispo Mendoza -el que después se haría famoso en el Concilio de Trento, hecho Cardenal de Burgos, confesor y amigo íntimo de Carlos V-; y Frías le preguntó irónicamente: «¿Me tiene odio por estos grillos y cadenas?» «Dr. Frías» contestó el reo «sepa que no hay en toda Salamanca tantos grillos y tantas cadenas cuantos yo desearía sufrir por Cristo. Lo que me impacienta son unos animalejos que hay por aquí, muy chiquitos, pero muy bravos.» La respuesta le ganó la voluntad del Cardenal de Burgos, que lo había ido a ver por curiosidad como a un chiflado cualquiera.

Podría multiplicar los ejemplos del humor un poco tosco y aun salvaje pero siempre amable del peregrino. (Una vez en Roma dijo que a él le gustaría ser judío para tener en las venas sangre de la raza de Jesucristo y un tal Mateo López le dijo, «¿Judío, señor?» y escupió. «Sí señor, judío… como Vuestra Merced» dijo Ignacio, y escupió también).

Una vez, ya General, encontró a un lego que estaba barriendo un corredor y le dijo: «Hermanos, este trabajo ¿lo haces por Dios o por los hombres?» «Por Dios» dijo el lego. «¡Qué lástima! Porque si lo hicieras por los hombres no me importaba; pero haciéndolo por Dios y barriendo tan mal como barres te tengo de dar una buena penitencia». Las penitencias que solía dar era mandar al culpable a rezar a la Capilla hasta que él avisase. Y cuando le preguntaban «¿Por quién debo rezar?» respondía: «Por mí, para que no me olvide».

Dando Ejercicios al Dr. Ortiz, un célebre profesor de Teología y encontrándolo deprimido se puso a bailar delante con su pata renga para hacerlo reír; y cuando, salido de Ejercicios, Ortiz le pidió entrar en Compañía, le dijo «No, porque sois muy gordo». Prohibió admitir en la Compañía hombres de cara fea; sin embargo Diego Laínez, el segundo General, era feísimo. «Me admitieron de noche» decía él.

Se puede contar también como rasgo de humor las catorce horas que esperó sentado a la puerta del Papa Paulo IV, su enemigo, sin comer, sin beber y sin dormir. Lo que quería el Papa era que se fuese; pero tuvo que recibirlo.

El P. Nadal en su «Memorial» dice que el buen humor era continuo en él: «En la recreación y en su aposento estaba siempre alegre y risueño, pero guay cuando fruncía el ceño; ninguno podía sostener su mirada de enojo» esa misma mirada que dirigió en Pamplona a sus compañeros de armas y al Capitán Herrera cuando querían rendirse a los franceses.
Lo hemos dejado en Salamanca, preso. Lo soltaron, con el mandato de no predicar más sobre la diferencia del pecado venial y el pecado mortal. El no se avino a ese mandato: «Me voy a estudiar a París».

Al Prior de San Esteban que, habiéndolo invitado a almorzar, le preguntó de sobremesa, después de haberlo interrogado sobre su vida y haber respondido él ingenuamente: «Bueno, si Ud. no tiene estudios, y predica cosas teológicas, entonces a Ud. ¿le ha enseñado el Espíritu Santo?» Ignacio respondió: «Si lo que yo predico está bien ¿qué le importa a Ud. quién me lo ha enseñado?» «Pues ahora veréis», dijo el Prior y salió furioso y lo denunció, y esta fue su tercera prisión. Cuando salió, dejó a sus primeros compañeros, se fue a París y fundó la Compañía de Jesús.

II

San Ignacio entró en la Sorbona, donde permaneció 7 años (1528-1535) al mismo tiempo que salía della el heresiarca Juan Calvino: otra coincidencia. ¿Para qué voy a contar las peripecias novelescas y las obras hazañosas que hizo en todo este tiempo, como de costumbre? Para él lo más hazañoso fue sacar los títulos de bachiller, maestro de Artes y licenciado y teología; porque el estudio le costaba la mar. Seguía predicando, exhortando, dando Ejercicios y eso casi le costó una «sala» que era un tremendo e infamante castigo; del cual se libró con uno de sus rasgos geniales: fue a verlo a Govea, el Rector, le habló media hora y terminó diciendo: «Cosa donosa es, Sr. Rector, que en un país cristiano sea novedad hablar de Cristo». El Rector lo abrazó y le perdonó la «sala».

Apenas dio el tremendo examen de la Piedra seleccionó seis de sus muchos seguidores, los llevó a la Capilla de Montmartre (Monte de los Mártires) donde hoy está la suntuosa basílica del Sacré Coeur; y allí hicieron votos de pobreza, celibato, obedecer al Papa e ir a Jerusalén. Esta fue la primera fundación de la Compañía. Los siete nuevos monjes eran Francisco Javier, navarro, que de joven casquivano y divertido se había de convertir en el misionero más grande que ha habido después de San Pablo; Pedro Fabbro, francés, beatificado por Paulo V, Simón Rodríguez, portugués, Alfonso Salmerón, castellano; Nicolás Bobadilla, granadino, y Diego Laínez, judío, hijo de judíos conversos.

Constituidos en «Societas Iesus», nueva sociedad religiosa, partieron hacia Roma, caminando, mendigando y predicando, estilo Loyola, en medio de la tercera guerra entre Francisco I Carlos V. En Roma se pusieron a predicar en todos los barrios y después en varias ciudades de Italia con gran expectación: la gente comenzaba por reírse del cocoliche que hablaban, mezcla de español, francés e italiano, pero luego quedaban prendidos por el fuego y verdad de sus palabras: surgieron los eternos impugnadores, que metieron presos a dos de ellos en Ravenna, y también los amigos que los apelaban «los Santos». Se enteró Paulo III, que les había negado una audiencia, y los invitó a almorzar; y esos harapientos le cayeron en gracia y les dijo: «¿Para qué quieren ir a Jerusalén? Italia es su Jerusalén». Gracias a esta caída en gracia existe hoy la Compañía de Jesús. Dos años más tarde aprobó el esquema de sus Constituciones. «El dedo de Dios está aquí» dijo al leerlas.

Paulo III subió al Papado a los 60 años y vivió hasta los 85. No hubiese subido al Papado de no ser el hermano de Julia Farnesio, la concubina de su antecesor, Alejandro VI. Era propenso a la ira y estaba siempre rabioso contra la Iglesia, contra Francia, contra España, contra Inglaterra, contra el Turco y contra sí mismo; los Romanos decían «la iracundia deste viejo no parece cosa deste mundo». Antes de morir le asesinaron un hijo suyo, Pier Luigi; y entre los asesinos estaba un Cardenal, el Cardenal Gambara. Murió lleno de ira como había vivido, pero su ira no hizo daño a la Iglesia; pues cuando estaba enojado, acertaba. Cristopher Hollis ha escrito: «Es curioso que Paulo III, si no hubiese tenido una hermana manceba de un Papa no hubiese llegado a Papa; y que si no llegaba a Papa, la Iglesia perdía a toda Europa». En efecto, Paulo III estableció a los jesuitas, convocó el Concilio de Trento y fundó el Colegio Romano, mi Universidad, la Universidad Gregoriana hoy día. Fue el primer Papa de la Contrarreforma y el más eficaz de todo. Como Uds. Ven, tenía motivos para andar enojado.

Después de Paulo III vinieron dos Papas contrarios a los jesuitas, uno los molestó poco, Julio III, pero el otro quiso suprimirlos, Paulo IV; y otro favorable, pero que reinó sólo 21 días, Marcelo I. La Compañía de Jesús empezó a crecer con rapidez tal que tan sólo el Imperio de Alejandro y el Imperio de Napoleón pueden comparársele. Entonces fue elegido el Cardenal Juan Pedro Caraffa, Paulo IV. Cuando le anunciaron a Ignacio la elección, le temblaron los huesos; el P. Nadal dice que se puso pálido y se le estremeció la osamenta. Caraffa era enemigo personal de San Ignacio porque, en primer lugar, Ignacio era español y él era napolitano y odiaba a los españoles; en segundo lugar porque lo había invitado a entrar en la Orden de los Teatinos que él había fundado junto con San Cayetano en Thiena; y tercero, después de hecha la Compañía los había instado a fundirse con su Orden que tenía porvenir mientras ellos no tenían ninguno –creía él; e Ignacio se había negado. Era para temblar porque Paulo IV era intemperante y arbitrario; y por cierto gobernó desastrosamente.

Pero San Ignacio, una vez que el médico le había dicho que evitara todo disgusto, y los presentes le preguntaron qué cosa le podría dar a él el mayor disgusto, se recogió un momento y respondió: «Si mi Compañía se deshiciese como la sal en el agua; pero si mi Compañía, que me ha costado tantos esfuerzos, luchas y sufrimientos se deshiciese como la sal en el agua, me bastaría hacer un cuarto de hora de oración para quedar de nuevo tranquilo y en paz». Y, en efecto, después de haberle temblado los huesos, al día siguiente se fue a verlo al Papa; el Papa lo hizo esperar 14 horas y después no pudo menos que recibirle media hora y, al salir el Santo, Paulo IV no estaba amigado pero sí estaba advertido: había visto ante sí un hombre de poderoso carácter cuya mirada le hacía bajar los ojos. Siguió un tira y afloje hasta la muerte de San Ignacio; una serie de desafueros que no puedo detallar, para obligar a los jesuitas a disgregarse y entrar en los Teatinos; los cuales jesuitas vivían en el más extremo apuro; pues tenían voto especial de obediencia al Papa y el Papa no podía verlos ni en pintura. Mas Ignacio aguantó: cuando en la recreación alguno comenzaba a hablar de Paulo IV (todos en Roma hablaban mal del Papa), Ignacio lo cortaba diciendo: «Hablemos del Papa Marcelo», frase que se usa aún como proverbio entre los jesuitas. El gobierno de Paulo IV fue desastroso. Al morir, él le dijo al Padre Diego Laínez que estaba a su cabecera: «Mi Pontificado ha sido el más desastroso que ha habido». No era verdad del todo, pero era verdad en parte.(Es curioso que este Papa de vida intachable y gran letrado, pero sonso para gobernar, hiciese más daño a la Iglesia que otros Papas disolutos -pero mejores estadistas- como Julio II y Alejandro Borgia. Es que, como dijo Macaulay, un Rey sonso hace más daño que un Rey malvado; y Santo Tomás dice que los sonsos pueden ir al cielo, con tal que no sean gobernantes. Así que el que saca a un sonso del gobierno, aunque sea por medio de un golpe, se hace un bien a su alma).

La Compañía creció y se plantificó en todas las partes del mundo: los Teatinos se extinguieron. El Rey Juan III mandó a su Embajador en Roma pidiese a Ignacio seis jesuitas para Portugal; y el reciente General dijo: «Embajador, somos diez actualmente: si mando seis a Portugal ¿qué me queda para todos el mundo?». Pareció una humorada y era una verdad. «Los jesuitas conquistaron a Sud América para la Iglesia de Roma» dijo Lord Macaulay, que es muy adverso a ellos. Es exageración grande pues cooperaron muchísimo franciscanos, dominicos y clero secular; pero la verdad es que los jesuitas llevaron la batuta, por decirlo así, en la evangelización del Nuevo Mundo; no olvidemos las Misiones del Paraguay, o sea de la Argentina (pues la mayoría dellas estuvieron en territorio actualmente argentino donde tuvieron tres mártires, un paraguayo, Roque González de Santa Cruz, pariente de Hernandarias; y dos españoles) y no olvidemos que un hermano carnal de San Ignacio fue uno de los fundadores de Santiago del Estero.

Así quedó establecida en el mundo la Primera gloriosa Compañía de Jesús. Después, Ignacio la gobernó 15 años y murió apaciblemente y silenciosamente, con sólo un compañero a su lado y dos médicos. Sus últimas palabras fueron iguales a las de Juan Manuel de Rosas: «¿Cómo se siente Padre?» «No sé» dijo. «Cómo se encuentra, tatita?» preguntó Manuelita a su padre. «No sé, niña». A lo mejor lo hizo adrede el “astuto tirano” –porque tenía gran admiración por San Ignacio de Loyola.

III

La Segunda Compañía de Jesús ¿es la misma que la primera? Hoy día lo niegan; diciendo por ejemplo que el Papa Clemente XIV suprimió la Compañía de Jesús y por algo lo habrá hecho.
Hay que decir brevemente una verdad enorme; la Compañía de Jesús fue suprimida en 1773 por obra de los masones, los enciclopedistas y un Rey cristiano tonto y disoluto -tres personas distintas y una sola calamidad verdadera. Verdad histórica demostrada diez veces.

¿No dieron motivo los jesuitas para su eliminación? Dieron asa para ello los jesuitas franceses, como he explicado en algún libro mío; sin algunos abusos ocurridos en Francia, jamás Luis XV, el Duque de Choiseul y Madama Pompadour hubieran podido eliminarlos; pero esos abusos fueron el asa, la ocasión, el pretexto, no la causa. La causa fue que ellos defendían la religión y el Papa en Europa y todo el mundo.

Pero la nueva Compañía, restaurada por Pío VII en 1814, ya no es la antigua: se ha sentado, se ha conventualizado, se ha cuartelizado, ha perdido sus filos. Fue fundada para la Contrarreforma, ya no tiene nada que hacer. Ya no tiene el espíritu de San Ignacio, ha cambiado muchas cosas de San Ignacio. Ellos que fueron el martillo de los herejes y siempre de ortodoxia impecable, han dado nacimiento en su seno a herejes o sospechosos de herejía, como el P. Telar Chardon, el P. De Lubac, el P. Rahner…

Etcétera. Estas cosas se oyen y se escriben, aquí también en la Argentina: al primero a quién se las oí fue al filósofo Maritain, cuando vino a dar conferencias a Buenos Aires. Son sofismas, según creo. Yo no puedo dar respuesta a esos brulotes y a otra media docena que podría añadir, porque acabaría a las 12 de la noche. Daré la respuesta breve de Diego Laínez a Melchor Cano en el Concilio de Trento.

Melchor Cano fue un gran teólogo español dominico que les agarró una tirria implacable a los jesuitas, a los que llamaba precursores del Anticristo. Les achacaba que no tenían coro, y por tanto no eran una verdadera Orden Religiosa; que ayunaban y se azotaban demasiado poco; y que eran demasiado indulgentes con los pecados carnales –en el confesionario, por supuesto.

En el Concilio de Trento acusó a los jesuitas y pidió su abolición. Se levantó Diego Laínez –que era un judiíto muy feo de cara, endeble y enfermo, pero el hombre más docto del Concilio y quizá de toda Europa, una inteligencia vivaz y una memoria prodigiosa- y dijo:

– Reverendo Padre, ¿cuántos Papas hay?

– Uno solo, por supuesto.

– Y entonces ¿por qué recusa Ud. una orden religiosa aprobada por Paulo III, haciéndose Ud. otro Papa? ¿Quién es Ud. para eso?

– Ah querido colega, querido colega –dijo Melchor Cano -¿Qué quiere Ud.? Cuando los pastores del aprisco duermen, por lo menos que los perros ladren.

– Que ladren -dijo Laínez- pero que ladren contra los lobos, no contra los perros.

Así también, si los Papas todos han mantenido su confianza en la nueva Compañía y la han colmado de aprobaciones y elogios ¿quiénes somos nosotros para improperiarlos y corregirlos?

¡Adelante los que quedan! ¡Oh mínima Compañía de Iñigo de Loyola –y de Jesús! Yo quisiera que repitieses los hechos hazañosos y gloriosos de tu primer siglo –y eso pido de todo corazón a tu Jefe Jesús y a tu fundador el rengo. Pero si por una desgracia enorme llegases a caer de tu espíritu y a inutilizarte para las grandes batallas actuales, si dejases de ser la caballería ligera de la Iglesia para convertirte en burocracia o rutina, si te contaminases de mundanidad, de vanidad o de progresismo, si cedieses a la pereza o a la mentira, vicios que tanto aborreció San Ignacio, entonces… ¡que Dios tenga misericordia de los cristianos que hayan de vivir en el mundo que se viene!

Finis

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