Cáritas lanza un desafío contra el modelo económico: Cuando la persona está por encima del beneficio

Delfín era un empresario de la construcción arruinado tras la crisis del ladrillo. Mayor de 50 años, acabó mendigando para dar de comer a sus hijos. 

Nadie le dio una oportunidad hasta que llegó a Cáritas Salamanca, institución que le contrató en su empresa de inserción social como jardinero. 
Es viernes por la mañana. Delfín está cortando el césped y arreglando los setos de un chalé en la localidad salmantina de Alba de Tormes. «Llevo trabajando de jardinero un año y medio, pero antes era empresario de la construcción». Este castellanoleonés invirtió en 2007 el todo su dinero, esfuerzo y varios préstamos en construir una urbanización de chalés en un pueblecito de Salamanca para la Caja de Ahorros del Mediterráneo. «Con tan mala suerte que justo ese año la Caja fue intervenida por el Banco de España, y nadie me pagó la obra ni se preocupó por mí. Me dejaron arruinado», recuerda Delfín.
Estuvo un par de años dando tumbos de un lado para otro, «mendigando de puerta en puerta. Tengo dos hijos y no tenía ni para darles de comer. Lo pasé realmente mal, porque yo había trabajado toda la vida y jamás imaginé algo así». Pero el perfil de experto en la construcción con más de 50 años no le ayudó a encontrar trabajo en una España consumida.
«Finalmente, en 2010 llegué hasta Cáritas Salamanca y empecé a hacer cursos de formación en hostelería. Hace un año y medio me llamaron para trabajar en La Encina», una empresa de inserción social promovida por la entidad, que presta servicios de jardinería, medioambiente, limpieza y control de plagas. «Mi mujer también ha trabajado en esta empresa. Nos han dado la oportunidad de nuestra vida de aprender un oficio, de trabajar y de cobrar por ello».
Según la ley que regula las empresas de inserción, Delfín puede estar como máximo tres años en La Encina. Aún le queda un año y medio. «No sé lo que pasará después, porque con mi edad la situación está complicada. Pero ahora velo por mis hijos, y al menos comen». Y sentencia: «Cáritas sostiene lo que no sostiene el Estado, que se ha olvidado de la gente de abajo».
La ruta del cartón en Córdoba
Moisés soñaba desde pequeño con conducir un camión. El menor de nueve hermanos, vio como cuatro de ellos morían a causa de la droga. La enfermedad también se llevó a sus padres y quedó a la merced de un barrio pobre, «con gente buena, y gente no tan buena, como en todas partes». Ya en su adolescencia «la gente de Cáritas Córdoba me sacó de la calle. Siempre se han portado muy bien conmigo y hasta me dieron la oportunidad de trabajar como monitor deportivo cuando tenía 17 años».
Moisés reconoce «haber generado muchos desvelos en los trabajadores de la institución durante años», pero «ellos nunca se han olvidado de mí». La prueba es que, desde hace unos meses, el cordobés ha podido cumplir su sueño, «y ahora conduzco un camión en Solemccor», la empresa de inserción social de Cáritas, cuya línea de actividad principal es la recogida de papel y cartón en Córdoba capital a través de un convenio con una empresa municipal. Moisés, divorciado y con dos hijos de 17 y 9 años, era parado de larga duración. Conducía una excavadora, pero con la crisis de la construcción, su puesto de trabajo dejó de ser necesario. «He tenido depresión severa, lo he pasado fatal. Pero Cáritas volvió a llamarme. Sin ellos mi vida habría sido un infierno», reconoce. No solo por las oportunidades laborales, sino «porque son amigos, compañeros, y también psicólogos conmigo. Y, sobre todo, porque me han llevado a encontrarme con Dios, el jefe más potente que hay en el mundo. Él me ha hecho un hombre otra vez».
Cáritas y la economía solidaria
Solemccor y La Encina son dos ejemplos de empresas de inserción social promovidas por las Cáritas diocesanas en su afán por mostrar que se puede crear empleo «recuperando la dimensión ética de la economía», como afirmó el secretario general de Cáritas Española, Sebastián Mora, durante la presentación del Informe de Economía Solidaria 2015 la pasada semana.
Este tipo de empresas, explica Ana Fe Félix, gerente de La Encina, «no son entidades sociales. Son empresas, con todas las características inherentes a cualquier empresa. La diferencia es que está promovida por una entidad social y, por supuesto, que está al servicio de las personas». En La Encina «pagamos nóminas, seguimos la normativa fiscal y laboral, nos movemos en el marco del mercado…, pero con otros conceptos y valores, como el de la cooperación, la participación de los trabajadores o la atención a situaciones particulares. Nuestro objetivo no es económico, sino social». El beneficio que tiene la empresa «va destinado a mejorar estructuras y contratar a más personas».
La salmantina La Encina nació en el año 2000, «cuando vimos que muchas de las personas que atendíamos habían superado procesos de consumo de drogas y tenían muchos problemas para incorporarse al mercado laboral», afirma la gerente. Poco a poco «el perfil de trabajadores de la empresa fue ampliándose a inmigrantes sin recursos, parados de larga duración o mayores de 50 años». La Encina ofrece puestos de trabajo a 24 personas que van rotando cada tres años como máximo, «como marca la legislación de las empresas de inserción». Además, el pasado domingo, comenzó un proyecto piloto de auxiliares a domicilio y en breve pondrán en marcha uno de agricultura ecológica.
De los cartones… a los fogones
«Hay muchas ofertas de formación, pero la gente quiere trabajar y así acumular experiencia laboral». Habla Pepe Repiso, gerente de la empresa cordobesa Solemccor. «Nuestra empresa de inserción social fue la primera en constituirse en Andalucía y cada dos años aproximadamente damos trabajo a cerca de 45 personas», explica. En Solemccor no solo hacen la ruta de papel y cartón. La empresa tiene una línea de trabajo dedicada al reciclaje de ropa de los contenedores de Cáritas, otra de destrucción confidencial de papel, otra de recogida de aceite usado en restaurantes y cafeterías que luego se vende a un gestor de residuos certificado y, desde hace poco, «hemos puesto en marcha un proyecto de limpieza de edificios en el ámbito parroquial. Como hay tantos problemas con los voluntarios de limpieza, nosotros ofrecemos este servicio a un precio muy competitivo, porque no tenemos ánimo de lucro». Por último, «hace un año montamos un restaurante-escuela para nuestros alumnos de hostelería. Se llama Tabgha y está en una de las calles más céntricas de Córdoba». El restaurante ha supuesto un gran desembolso y muchos quebraderos de cabeza, pero para los trabajadores «es todo un éxito añadir al currículo que han trabajado en un restaurante de lujo en pleno epicentro turístico de la ciudad». Por cierto, para todos los visitantes que vayan a Córdoba, pueden encontrar la información sobre el restaurante en www.restaurantetabgha.es.
Cristina Sánchez Aguilar

alfayomega

02:57

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