10 de abril.

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Homilía para el III domingo de Pascua. C

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (5,27b-32.40b-41):

En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles y les dijo: «¿No os hablamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.»

Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.»

Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.

Palabra de Dios

Salmo

Sal 29,2.4.5.6.11.12a.13b

R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

y no has dejado que mis enemigos serían de mí.

Señor, sacaste mi vida del abismo,

me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.

 

Tañed para el Señor, fieles suyos,

dad gracias a su nombre santo;

su cólera dura un instante,

su bondad, de por vida;

al atardecer nos visita el llanto;

por la mañana, el júbilo. R/.

 

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;

Señor, socórreme.

Cambiaste mi luto en danzas.

Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.

Segunda lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (5,11-14):

Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos, que decían: «Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.» Y los cuatro vivientes respondían: «Amén.» Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje.

Palabra de Dios

Evangelio

Evangelio según san Juan (21,1-19), del domingo, 0 Lectura del santo evangelio según san Juan (21,1-19):

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.

Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.»

Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.»

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?»

Ellos contestaron: «No.»

Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»

La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.»

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.

Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger.»

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

Jesús les dice: «Vamos, almorzad.»

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»

Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»

Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.»

Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»

Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»

Él le dice: «Pastorea mis ovejas.»

Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»

Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.

Dicho esto, añadió: «Sígueme.»

Palabra del Señor

__________________________

Jesús mientras nacía el día, nos cuenta San Agustín siguiendo el Evangelio de Juan, estaba de pie a la orilla: la orilla significa el fin del mar, y representa por eso el fin de los tiempos. Y también Agustín ve el fin de los tiempos en el hecho que Pedro trae la red a tierra, esto es sobre la orilla. Es el mismo Señor, que en otra ocasión, nos aclara el significado de estas imágenes hablando de las redes tiradas al mar: “Y ellos la llevaron a la orilla”, dice (Mt 13, 38). ¿Qué cosa es esta orilla? Dice Agustían: él mismo lo explica: “será así al fin del mundo” (Mt 13, 49).

Pero en aquella circunstancia se trataba solamente de un relato bajo la forma de parábola, no del significado alegórico de un hecho real. Aquí, en vez, es con un hecho real que el Señor nos quiere hacer entender lo que será la Iglesia al fin del mundo, así como en otra pesca ha prefigurado lo que la Iglesia, hoy, es en este mundo (Lc 5, 1-11), siempre según san Agustín. El primer milagro tuvo lugar al inicio de su predicación, el segundo, que es este del que tratamos, se verifica después de su Resurrección.

Con la primera pesca Él quiere significar los buenos y malos que forman hoy la Iglesia; con la segunda indica que la Iglesia, al fin de los tiempos, estará formada solamente por buenos que después de la resurrección de los muertos, estarán en ella por siempre.

La primera vez, apunta el santo obispo, no estaba como ahora, sobre la orilla, cuando ordenó pescar; en efecto, “subido a una barca que era de Simón, le pidió acercarse un poco a tierra, y sentado en la barca enseñaba a las gentes. Apenas terminó de hablar, dijo a Simón: vamos mar a dentro y tiren la redes” (Lc 5, 1-4). y los pescados que entonces sacaron quedaron en la barca, porque no dice que los pescadores llevaron las redes a la orilla como ahora.

Todas estas circunstancias y aquellas que todavía se puedan encontrar, indican que en la primera pesca esta prefigurada la Iglesia en este mundo, mientras en la segunda pesca ella está prefigurada como será al fin del mundo. Es por eso, señala el hiponense, que el primer milagro Cristo lo cumple antes de su Pasión, el segundo después de la Resurrección: ahí, Jesús anuncia nuestro llamado a la Iglesia, aquí prefigura nuestra resurrección a la vida eterna.

En la primera pesca las redes no están tiradas solo del lado derecho de la barca, significando la pesca de los buenos, y tampoco solamente del lado izquierdo significando la pesca de los malvados. Jesús no precisa de que parte echar las redes, dice: “echen las redes”, para entender que la Iglesia recoge, en este mundo, los buenos y los malos. Aquí sin embargo precisa: “tiren las redes del lado derecho”, para significar que deben ser pescados solos aquellos que están a la derecha, esto es los buenos.

La primera vez las redes se rompen, imagen, comenta san Agustín, de los cismas que dividirán la Iglesia: aquí en vez, en la paz suprema de la que gozarán los santos, no hay lugar para los cismas, y por eso el evangelista afirma: “Y aunque los peces fueron tantos” -es decir muy grandes y numerosos- “las redes no se rompieron”. Parece aludir propiamente a la primera pesca, cuando las redes sí se rompen, para subrayar con tal comparación la superioridad de esta pesca en la cual solo los buenos son pescados. Hasta aquí san Agustín (Cf. Agostino, Comment. in Ioan., 122, 6 s. Lezionario “I Padri vivi” 162).

San Agustín ve en este texto, como acabamos de señalar, alumbrado el misterio de la Iglesia. La resurrección afecta a toda la Iglesia, somos llamados, pescados, para participar en este misterio que tiene la promesa de la vida eterna. Una vida nueva que recibimos en el bautismo y que alimentamos con la comunión y la vivencia del evangelio y que está llamada a manifestarse en plenitud al fin de los tiempos. Cristo nos llama a reconocerlo en el compartir el pan, en recordar que la Iglesia es de él, y que nuestro esfuerzo vale, pero que si él no nos indica dónde tirar las redes, nos cansamos en vano. Cristo nos invita a superar las debilidades y pecados, otra vez, no con voluntarismo, sino dejándonos amar por él, en la versión larga del Evangelio, Cristo pregunta a Pedro tres veces si lo quiere, para borrar su triple negación, el arrepentimiento pascual es dinámico, se perdona y se redime dejándonos amar por Cristo y amándolo, y es un perdón que engendra responsabilidad, porque hace crecer, apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos, es un perdón que implica renuncia, extenderás las manos y te llevarán a dónde no quieras. Qué hermoso pensamiento para este año de la Misericordia. El perdón no como negación y retroceso, sino positivo y en crecimiento.

Con María, sigamos adentrándonos hoy en el misterio pascual, para seguir creciendo en la fe, para seguir viviendo a fondo nuestra vocación bautismal, para poder tener una vida espiritual dinámica, nadando en el amor de Jesús, muerto y resucitado, para poder decir como Pedro, no con palabras, sino con el esfuerzo del día a día: Señor tu lo sabes todo, tu sabes que te amo. Amén


13:03
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