¿Qué es mejor, tener un hijo o un perro? Esta pregunta abría el debate de un foro de internet. Cientos de reacciones. No me paré a examinarlas una a una. Diría que las respuestas estaban equilibradas: la mitad prefería un perro, la otra mitad, un hijo. Cada uno argüía razones a favor del uno o del otro.
Entre todas, destacaba la acérrima defensa con la que se expresaba una muchacha en defensa de los canes: ¡ellos nunca te van a traicionar! Los niños crecen (…) se les olvidan los valores de los padres, no son agradecidos y desilusionan a los padres… los perritos te aman incondicionalmente, tengas o no tengas plata, comida, ropa, etc.
Ciertamente, cuando la mitad de la población –quizá exagero, es posible que sean más– prefiere un perro a un hijo, podemos estar seguros de que en nuestra sociedad prende –a base de bien– una gran desilusión. No en vano, en los países occidentales nacen muy poquitos niños, y es muy posible que esto sea así por el egoísmo de los hombres… o porque nuestros contemporáneos viven el presente con tal angustia, que el futuro resulta demasiado duro como para traer una nueva vida al mundo.
Es propio de cristianos ser mujeres y hombres llenos de esperanza, y capaces de comunicarla. Ahora más que nunca. Nuestros familiares y amigos la necesitan, te necesitan: debemos fomentar en nuestro corazón el deseo de hacer que las personas que nos rodean crezcan gracias a nuestra alegría por el presente e ilusión por el futuro. Muchos de tus compañeros de trabajo o de clase –convéncete– no se deciden a andar hacia adelante y salir del pecado porque han perdido la esperanza de que sea posible llevar una vida recta y en paz.
Fulgencio Espá
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