Recojo en este breve escrito de título provocativo la respuesta a una consulta sobre la dificultad de expresar verbalmente los pecados en la confesión. Algunos han malinterpretado unas palabras que el Papa dirigió a los misioneros de la misericordia, como si el Pontífice validara que ya no es necesaria la confesión de los pecados mortales como un requisito ordinario fundamental del sacramento de la Penitencia…
Me bloqueo…
Leí́ su respuesta sobre la necesidad de confesar los pecados en el sacramento de la Penitencia. Lo entiendo y estoy de acuerdo. Pero tengo una grave dificultad. A veces, en la confesión, me bloqueo, me quedo en blanco sin saber qué decir. Nervios, vergüenza… Hay un confesor que me tranquiliza y comprende lo que quiero decir, pero también he encontrado sacerdotes que me dicen que vuelva cuando esté más tranquilo. ¿Qué piensa usted?
Mire, la practica de la confesión requiere de un aprendizaje, tanto para el penitente como para el confesor. Con mucha sabiduría, antiguamente no se daba a todo sacerdote por lo pronto las licencias para confesar.Todos recordamos nuestras primeras confesiones en la infancia, algo nerviosos y azorados y también recordamos con afecto buenos sacerdotes que nos lo ponían fácil y nos animaban. Lo normal es poder verbalizar las dificultades y pecados en un proceso que resulta muy saludable.
Recuerdo un caso de una persona de una timidez tal que casi no podía hablar y me pasaba sus pecados escritos en un papel… Pero reconozco que hay casos en los que se hace verdaderamente imposible por las circunstancias personales del penitente. En estos casos no es que no se quiera confesar los pecados sino que, simplemente, no se puede. Por una psicología específica, por una vergüenza invencible. Pienso que el sacerdote con que se confiesa habitualmente actúa con gran tacto pastoral. En los otros casos que me comenta, lo más probable es que el penitente no vuelva en otra ocasión «más tranquilo» sino que no vuelva nunca. Es verdad que no hay que hacer nunca preguntas impertinentes en la confesión pero también es verdad que existen preguntas pertinentes y prudentes que son de gran ayuda para el penitente. Todos los confesores tenemos experiencia que a menudo son los penitentes que nos piden que les ayudemos a hacer una buena confesión y esto es misericordia.
El papa Francisco, al dirigirse a los misioneros de la misericordia, y, en ellos a todos los confesores, dijo lo siguiente: «Al entrar en el confesionario, recordemos siempre que es Cristo quien acoge, es Cristo quien escucha, es Cristo quien perdona, es Cristo quien da paz. Nosotros somos sus ministros y siempre necesitamos ser perdonados por El primero. Por lo tanto, sea cual sea el pecado que se confiese —o que la persona no se atreve a decir pero con que lo dé a entender es suficiente— cada misionero está llamado a recordar la propia existencia de pecador y a ofrecerse humildemente como “canal” de la misericordia de Dios.»
En el mismo discurso, insistió́: «Recomiendo entender no solo el lenguaje de la palabra, sino también el de los gestos. Si alguien viene a confesarse es porque siente que hay algo que debería quitarse, pero que tal vez no logra decirlo, pero tú comprendes… no se atreve a decirlo, tiene miedo de decirlo y después no puede hacerlo. Pero si no puede hacerlo, nadie está obligado a lo imposible. Y el Señor entiende estas cosas, el lenguaje de los gestos. Vosotros recibís a todos con el lenguaje con el que pueden hablar”.
Evidentemente sería una aberración interpretar las palabras del Papa como una invitación a suprimir la necesidad de confesar los pecados mortales. El Papa sabe muy bien que la potestad de perdonar o retener los pecados no puede ser fruto de una decisión arbitraria. Igualmente el Pontífice contempla la posibilidad que el confesor no pueda (no que no quiera) impartir la absolución y en estos casos hay que animar al penitente con una bendición para seguir luchando hasta obtener de la gracia las disposiciones debidas para su total conversión. El papa Francisco trata muy bien estos temas en su obra “El nombre de Dios es misericordia”, obra que recomiendo vivamente y que, a mi parecer, es la mejor apología de la confesión que he leído en muchos años.
Y cuando nos encontramos con una persona que tiene una dificultad real para expresar bien con el lenguaje verbal su situación hay que decir que se trata de casos excepcionales que la praxis moral siempre ha contemplado de personas que por las razones que sean no son capaces de verbalizar sus pecados. Y, incluso en estos casos siempre hay que hacer lo posible para ayudar la persona a superar los obstáculos que le impiden verbalizar sus pecados siempre que sea posible. Y, por supuesto, como dice el papa, no pedir nunca lo que es imposible.
Finalmente, yo aconsejo no mudar innecesariamente de confesor, pues un confesor habitual sí que comprende con facilidad la situación de sus penitentes sin muchas palabras. Nuestro confesor debería ser como el médico de cabecera habitual. De hecho, en la confesión, estrictamente hablando hay que evitar hablar mucho, tanto por parte del penitente como del confesor. Y facilitar mucho las cosas también con sedes penitenciales (confesionarios) que permitan al máximo el anonimato y la preservación de la intimidad de los penitentes y también… de los confesores. Por desgracia se han abandonado prácticas probadas y prudentes que nos legó la tradición por lo que respecta a la administración de este sacramento que es absolutamente imprescindible para la vida de la Iglesia.
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