Con la marcha de Judas, Jesús se ha quedado a solas con el reducido grupo de los suyos y comienza su despedida: "Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo...". No se pueden escuchar estas palabras sin advertir el profundo latido del Corazón de Cristo lleno de preocupación por los que deja en la tierra para que continúen su obra redentora. Amar a los demás, no con nuestra capacidad -siempre pequeña y entintada de egoísmo-, sino como Yo os he amado. Aquí radica la novedad de esta recomendación última del Señor.
Todos nos sentimos atraídos por esta propuesta. Pero todos sufrimos también cuando experimentamos que esta ley exquisita es no sólo difícil de vivir sino, en ocasiones, imposible. En toda convivencia, entre marido y mujer, padres e hijos, hermanos, amigos, compañeros de profesión, hay un momento en que experimentamos que no somos iguales, se producen roces, aparecen divisiones, conflictos... Si en esas ocasiones se olvidan estas palabras de Jesús la convivencia se deteriora o muere.
Los torneos dialécticos con la mujer, el marido, los hijos, los amigos..., singularmente cuando versan sobre cuestiones opinables, deben hacerse con respeto y apertura de corazón. La crítica a las opiniones ajenas, el sarcasmo o la ironía y cualquiera de las formas de imposición sobre los otros pueden hacerles callar, pero lo que no logran es convencerlos y ganarlos. Hay que tratar de convencer al que no piensa como nosotros, no vencerle; y en algunos temas, por su banalidad, ni siquiera es decoroso intentar lo primero. Esto no implica indiferencia por la verdad y por quien opina de modo diverso. No es la verdad lo que en la convivencia se ventila, sino el modo de presentarla.
Preguntémonos de tanto en tanto: ¿Sé dominarme cuando los nervios, el mal humor, el cansancio..., me impulsan a levantar la voz? ¿Soy cerril, criticón, mordaz, sibilino, olvidando que así falto a la caridad y levanto un muro entre los demás y yo? Retengamos hoy, en esta celebración eucarística, estas palabras de S. Clemente Romano a los cristianos de la primera hora: "Día y noche traíais entablada contienda en favor de vuestros hermanos a fin de conservar íntegro, por medio del cariño y de la comprensión, el número de los elegidos de Dios. Erais sinceros y sencillos, y no sabíais de rencor los unos con los otros. Toda sedición y toda escisión era para vosotros cosa abominable". Amaos como Yo os he amado. Esforcémonos, con la ayuda de Dios, para que la unidad se revele más fuerte que cualquier discrepancia. Cuando uno no quiere -suele decirse-, dos no riñen.
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