Los efectos visuales, desde los primeros trucajes de Méliès, hasta la sofisticada creación actual de dinosaurios, trolls, Gollums y Avatares, no han hecho más que avanzar, y permiten a los peliculeros poder decir sin faltar a la verdad, que ahora mismo se puede representar en la pantalla cualquier cosa, el único límite es la imaginación de los creadores de historias. Y en este apartado entran los hechos milagrosos, pienso por ejemplo en el espectacular juego que dan las plagas de Egipto en Los diez mandamientos, las dos versiones de Cecil B. DeMile, y más recientemente en Exodus: Dioses y reyes, dirigida por Ridley Scott.
El estreno de una película que se llama, no Los milagros del cine, sino Los milagros del cielo, nos permite reflexionar un poco acerca de cómo las películas han plasmado determinados hechos sobrenaturales inexplicables, sucedidos de los que la ciencia no puede dar explicación. Y a la vez preguntarnos qué resulta más milagroso, si una curación inesperada, en el momento más imprevisto y en unas circunstancias que no se podían imaginar, o algunos pequeños sucesos cotidianos en que las personas normales son capaces de sobreponerse al egoísmo de ir a su bola, para, discretamente, hacer un pequeño servicio a los demás sin que se den cuenta; o, simplemente, el recurso confiado a una plegaria, la oración pura y dura. En tal sentido, sana advertencia para escépticos de un científico, resulta muy oportuna la frase de Albert Einstein que introduce el film,“Existen dos maneras de vivir la vida, una como si nada fuera un milagro, la otra como si todo fuera un milagro”.

La fe es puesta a prueba, el silencio de
Dios resulta atronador, y el peligro de
desesperar se convierte en algo muy real

Los milagros del cielo se basa en una historia real, recogida por los medios de comunicación y luego plasmada en un libro, que protagonizó la familia Beam, residente en un pueblecito de Texas, el matrimonio y tres hijas, una vida feliz y corriente, sin más contratiempos que el temor a los apuros económicos, pues todos confían en que Dios aprieta pero no ahoga. Pero una rara y dolorosa enfermedad a la segunda hija, Annabel, al principio mal diagnosticada, que le impide digerir con normalidad los alimentos, se convierte en dolorosa prueba. Hay que recurrir a costosos tratamientos, viajar a Boston a que la vea un renombrado especialista, con el coste económico y humano que el desplazamiento supone. En tal tesitura la fe es puesta a prueba, el silencio de Dios resulta atronador, y el peligro de desesperar se convierte en algo muy real.

Christy Beam: “Ahora sé que un
milagro también es la bondad”

El film ofrece el punto de vista de la madre, Christy Beam, que afirma: “Solía pensar que un milagro llegaba con un relámpago, un destello de luz o una voz de trueno, sin embargo, ahora sé que un milagro también es la bondad, es el amor, es cuando hay cosas que no tienen por qué salir y lo hacen. Para mí, es la evidencia de la mano de Dios. Hay milagros que son formidables y enormes, como salir ileso de una caída en picado de 10 metros. Sin embargo, la vida está llena de pequeños milagros y estoy muy agradecida y atenta de ellos todos los días. Después de todo lo ocurrido, decidí no dar por sentado ninguno de los pequeños y maravillosos momentos de la vida”. El personaje lo interpreta con convicción Jennifer Garner, actriz muy popular por la serie televisivaAlias, y a la que hemos visto en filmes como Juno. Y su hija enferma es una niña actriz, Kylie Rogers, muy natural. Historia de mujeres, tiene detrás a la directora mexicana Patricia Riggen, que recientemente ha dirigido otra película donde la fe es muy importante, Los 33, basada en el dramático suceso de los mineros chilenos que quedaron atrapados bajo tierra durante 69 días, y que dio la vuelta al mundo entero.
Joe Roth, DeVon Franklin y T.D. Jakes parecen haberse aficionado a producir filmes milagrosos, pues antes de éste respaldaron otro, también basado en un sucedido auténtico, plasmado en un libro, que se titula El cielo es real. Aquí teníamos a un niño, hijo de un pastor protestante, que llega a morir y tiene una experiencia celestial, que cambia la vida de muchas personas, y que ayuda a plantear un tema apasionante, el de la vida después de la muerte.

Representar el cielo es de las tareas
más complicadas que hay, y la
solución de tomar un paisaje idílico y
dotarlo de colores poco realistas, como
hacen ‘Los milagros del cielo’ y ‘El cielo
es real’, no convence demasiado

Los dos filmes me permiten además enmendar un poco la plana, o al menos matizar, la idea con que principiaba estas líneas, de que hoy y ahora cualquier cosa puede reflejarse en una pantalla peliculera. Pienso que representar el cielo es de las tareas más complicadas que hay, y la solución de tomar un paisaje idílico y dotarlo de colores poco realistas, como hacen Los milagros del cielo y El cielo es real, no convence demasiado.
La idea de un cielo con nubes de algodón sí resulta algo más eficaz, aunque está algo trillada. Otro planteamiento resultón, aunque quizá algo frío, es presentar algo así como la puerta de entrada al paraíso, también entre nubes, con funcionarios trajeados, mesas y ficheros donde se comprueba si estás o no en la lista, y si llegas el día y la hora previstos.
Pero el cielo, cielo, cielo, puede acabar siendo muy cursi, sería mejor renunciar a la idea de su representación, al fin y al cabo, ya dijo Pablo de Tarso aquello de que “ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por pensamiento de hombre lo que Dios tiene reservado para aquellos que le aman”. O sea, que habrá que decir entonces que casi todo puede representarse en el cine, con la tecnología actual.
José María Aresté, en actuall.com.