“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. (Mt 25,31-46)
¡Sorpresa!
Yo buscaba a Dios y no lo veía.
Yo buscaba a Dios y no lo encontraba.
Lo sentía tan lejos, tan al otro lado que se me hacía invisible.
Hasta que Dios se encarnó y se hizo uno de nosotros.
Buscaba a Jesús y sentía que me separaban de él más de dos mil años.
Y el Evangelio de hoy me da la gran sorpresa:
Jesús es el que tiene hambre.
Jesús es el que tiene sed.
Jesús es el que está desnudo.
Jesús es el forastero que viene de lejos.
Jesús es el enfermo que está en cama.
Jesús es preso que está en la cárcel.
Dice el Papa Francisco: “quisiera recordar una vez más “la absoluta prioridad de la ‘salida de sí hacia el otro’ como uno de los mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual como respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios” (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 179).
Me habían enseñado:
una religión por la que había que mirar siempre al cielo.
una religión en la que todo se solucionaba con rezar.
una religión “de las rodillas” pero no de los “pies”.
una religión “de las manos recogidas, pero no la de las manos “extendidas”.
la religión del “templo”, pero no la religión de “cárcel”.
la religión de “los ricos”, pero no la de “los pobres”.
la religión de los “sanos”, pero no la de los “enfermos”.
la religión de los que “visten bien”, pero no la de los “desnudos”.
la religión de “los vecinos y amigos”, pero no la de los “forasteros”.
Y Jesús en el pórtico mismo de la cuaresma me cambia la partitura.
Jesús me dice que “dé de comer”, que “vista al desnudo”, que “dé de beber al “sediento”, que “visite al enfermo y vaya a la cárcel aunque huela mal y apeste”.
Porque esos son los verdaderos lugares donde encontrarle.
Y que el Padre me va a juzgar de lo que hice con todos ellos.
¡Y yo que había aprendido tan bien la lección de que con esa gente había que tener cuidado!
Lo cual me da la impresión que en este programa, camino de la Pascua, lo primero que tengo que hacer es encontrarme con el hombre, con el necesitado.
Y que el camino para llegar a El son los necesitados.
“Y lo que hagamos con ellos se lo hacemos a El”.
Incluso si no pensamos en El.
Ahora entiendo lo que el Cardenal Prefecto de la Congregación de la Fe, dijo al “L´Osservatore Romano del 25 de julio pasado:
“¿Cómo podemos hablar del amor y de la misericordia de Dios ante el sufrimiento de tantas personas que no tienen comida, agua, asistencia sanitaria, que no saben cómo ofrecer un futuro a sus hijos, en el que falta verdaderamente la dignidad humana, en donde los derechos humanos son ignorados por los poderosos”.
Y ahora veo más claro lo que escribe Benedicto XVI en su Primera Encíclica “Dios es amor”:
“en la comunidad de los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa”. (n. 20)
O aquel otro texto:
“también se da la exigencia específicamente eclesial de que, precisamente en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad”. (n. 25.b)
El camino cuaresmal hacia la Pascua comienza por encontrarme con mi prójimo.
“la absoluta prioridad de la ‘salida de sí hacia el otro”
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Cuaresma
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