La liturgia diaria meditada – Yo soy la voz que grita en el desierto (Jn 1,19-28) – 02/01



Sábado 02 de Enero de 2016
Santos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno, obispos y doctores de la Iglesia (MO). Blanco.
Tiempo de Navidad.

San Basilio nació en el año 330. Durante algún tiempo vivió la experiencia solitaria del desierto, hasta que fue convocado para ser obispo de Cesarea. En su tarea pastoral se destacó como un gran predicador, hecho que se aprecia en numerosas homilías que se han conservado por escrito.

San Gregorio Nacianceno, amigo de Basilio, también realizó la experiencia de la vida eremítica en el desierto. Se destacó como un gran teólogo. Ambos participaron activamente en el Concilio de Constantinopla (año 381), redactaron una obra de espiritualidad llamada Filocalia y dieron gran impulso a la vida monacal.

Antífona      cf. Eclo 44, 15. 14
Los pueblos proclamen la sabiduría de los santos, y la Iglesia cante sus alabanzas; sus nombres vivirán por los siglos de los siglos.

Oración colecta     
Dios nuestro, que has querido iluminar a tu Iglesia con la vida y la enseñanza de los santos obispos Basilio Magno y Gregorio Nacianceno, concédenos la gracia de conocer humildemente tu verdad y de vivirla fielmente en la caridad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas        
Recibe, Señor, este sacrificio de tu pueblo, para que los dones ofrecidos a ti en honor de los santos Basilio y Gregorio, sean para nuestra salvación eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión        cf. 1Cor 1, 23-24
Nosotros predicamos a Cristo crucificado, fuerza y sabiduría de Dios.

Oración después de la comunión
Te pedimos, Dios todopoderoso, que la participación en la mesa celestial robustezca y aumente las fuerzas espirituales de quienes celebramos la fiesta de los santos Basilio y Gregorio; para que guardemos con integridad el don de la fe y recorramos el camino que nos señalaron. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Lectura        1Jn 2, 22-28
Lectura de la primera carta de san Juan.
Hijos míos: ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es el Anticristo: el que niega al Padre y al Hijo. El que niega al Hijo no está unido al Padre; el que reconoce al Hijo también está unido al Padre. En cuanto a ustedes, permanezcan fieles a lo que oyeron desde el principio: de esa manera, permanecerán también en el Hijo y en el Padre. La promesa que él nos hizo es ésta: la Vida eterna. Esto es lo que quería escribirles acerca de los que intentan engañarlos. Pero la unción que recibieron de él permanece en ustedes, y no necesitan que nadie les enseñe. Y ya que esa unción los instruye en todo y ella es verdadera y no miente, permanezcan en él, como ella les ha enseñado. Sí, permanezcan en él, hijos míos, para que cuando él se manifieste, tengamos plena confianza, y no sintamos vergüenza ante él en el día de su venida.
Palabra de Dios.

Comentario
Hemos recibido una unción y con ella, hemos quedado impregnados del bálsamo del Espíritu. El Espíritu Santo hace su obra en nosotros, y nos instruye en la fe. Por el Espíritu vamos creciendo en nuestro conocimiento experiencial de Dios y así no nos dejamos engañar por los falsos profetas.

Sal 97, 1-4
R. ¡El Señor manifestó su victoria!

Canten al Señor un canto nuevo, porque él hizo maravillas: Su mano derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria. R.

El Señor manifestó su victoria, reveló su justicia a los ojos de las naciones: se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios. Aclame al Señor toda la tierra, prorrumpan en cantos jubilosos. R.

Aleluya        Heb 1, 1-2
Aleluya. Después de haber hablado a nuestros padres por medio de los profetas, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo. Aleluya.

Evangelio     Jn 1, 19-28
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: “¿Quién eres tú?”, él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: “Yo no soy el Mesías”. “¿Quién eres, entonces?”, le preguntaron. “¿Eres Elías?”. Juan dijo: “No”. “¿Eres el Profeta?”. “Tampoco”, respondió. Ellos insistieron: “¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?”. Y él les dijo: “Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”. Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: “¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: Él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia”. Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.
Palabra del Señor.

Comentario
Los diversos grupos religiosos del tiempo de Jesús tenían diferentes expectativas sobre cómo sería el Mesías. La actividad de Juan los llevó a cuestionarse. Así obra el verdadero testigo: provoca el cuestionamiento, y ocupa el lugar que le corresponde. Los hechos y las palabras del testigo van moviendo los corazones.

Oración introductoria
Señor, ciertamente no soy digno de tu Amor, por eso te pido ilumines este tiempo de oración para que sepa poner a un lado todo aquello que me separe de Ti. Necesito de tu fortaleza y de tu guía para enderezar mi camino. Háblame Señor, te escucho.

Petición
¡Mucha humildad te pido para cumplir lo que me pides! Que imite a Juan que supo hacerlo de modo excelente, aun a costa de su vida.

Meditación 

Hoy, en el Evangelio de la liturgia eucarística, leemos el testimonio de Juan el Bautista. El texto que precede a estas palabras del Evangelio según san Juan es el prólogo en el que se afirma con claridad: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros» (Jn 1,14). 

Uno de los personajes clave que aparecen en escena antes de la predicación de Jesús es Juan el Bautista. Como buen precursor, toma siempre la delantera para preparar la llegada del Mesías y ofrecerle un pueblo bien dispuesto; para “hacer volver -como dice el profeta Malaquías- el corazón de los padres hacia los hijos, y convertir el corazón de los hijos hacia los padres”. Es este mismo profeta quien, refiriéndose a la misión del nuevo Elías, anuncia a Israel esta promesa de parte de Dios: “He aquí que Yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará el camino delante de mí” (Mal 3,1). Y sabemos que Jesús, en el Evangelio, siempre que habla de Elías se refiere a Juan el Bautista.

Pero, ¿quién este Juan Bautista? El evangelista san Juan nos dice que “éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz y para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz”(Jn 1, 7-8). Su misión es, por tanto, hablar en nombre de otro y dar testimonio en favor de otro. ¡Mucha humildad se necesita para cumplir esta misión! Y Juan supo hacerlo de modo excelente, aun a costa de su vida. Cuando se presentaron ante él los sacerdotes y levitas, enviados por las autoridades judías desde Jerusalén, confesó con toda claridad: “Yo no soy el Mesías”, también declaró que él no era Elías, ni el Profeta. Él, simple y llanamente se autodefinía “la voz”. Sí, “la voz que grita en el desierto”, como dijo Isaías. 

Pero, ¿para qué sirve una voz que grita en el desierto? ¿es que alguien puede escucharla? El desierto significa que tenemos que hacer espacios de silencio en la soledad de nuestro interior para acoger esta voz; y también que hemos de saber desprendernos de las cosas materiales que nos disipan y nos distraen para poder concentrarnos en lo esencial.

Pero el mensaje de esta voz es de una grandísima profundidad y trascendencia: “Preparad los caminos del Señor” -clama esta voz-. Preparar los caminos del Señor significa abandonar el pecado y acercarnos a la gracia; significa aprender a ser humildes, como Juan Bautista, dejar entrar al Señor en nuestro corazón y que Él sea quien rija el destino de nuestra existencia. Significa también estar con el corazón atento para poder descubrir a Dios que viene a nosotros, pues tal vez por su humildad, su silencio y su sencillez, podría pasarnos desapercibido, como sucedió a los judíos: “En medio de vosotros hay uno -les decía el Bautista- a quien no conocéis, al que yo no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.

Propósito
Ojalá, pues, que seamos dóciles a esta voz que grita en el desierto y sigamos “preparando los caminos del Señor”. Que cuando Cristo venga, nos encuentre a todos con el alma bien dispuesta, prontos para escuchar su palabra, para acoger su mensaje y recibir su salvación.

Diálogo con Cristo
Necesito ser más humilde, Señor, para permanecer cerca de Ti, conociendo y haciendo vida tu Evangelio. Tú eres la única fuente de la santidad, nada puedo ni debo hacer al margen de tu voluntad. De nada me sirve la fama, ni los bienes, lo único que me debe importar es permanecer unido a tu gracia para poder realizar la misión que me has encomendado.

17:38

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