“Y todos expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”. (Lc 4,21-30)
El relato de Lucas resulta realista y actual.
Los suyos que le escuchan en la Sinagoga “quedan admirados de sus palabras”.
Lo que nos sucede, con frecuencia a todos.
Nos gustan los discursos bonitos, las palabras bonitas.
Nos quedamos satisfechos diciendo “¡qué bien que habla!”
Pero luego, nuestra admiración queda en nada.
Nosotros preferimos algo más.
Nosotros preferimos que nos haga milagros.
Los milagros que han oído en Cafarnaún no les bastan.
Quieren que los haga también entre ellos.
Rezarle, sí, pero si no nos hace el milagro que le pedimos, ya no creemos en él.
Mientras hable en general y no nos complique la vida, todos conformes.
Mientras hable a los demás es “un profeta”.
El problema es cuando nos habla a nosotros personalmente.
Entonces ya deja de de “ser profeta”.
Y en profeta no es precisamente el que busca el aplauso.
Ni siquiera la aceptación y admiración.
El profeta es el que se atreve a decirnos las cosas a la cara por más que nos duelan.
El verdadero profeta:
No dice lo que queremos que nos diga.
No dice lo que nos gusta escuchar.
No dice lo que nos halaga.
El verdadero profeta:
Es el que nos dice lo que tiene que decirnos.
Es el que nos dice lo que Dios quiere decirnos.
Es el que nos dice lo que nos obliga a cambiar.
Es el que nos dice lo que huele mal en nuestros corazones.
Es el que nos dice lo que necesitamos escuchar.
Es el que nos dice lo que personalmente nos puede doler.
Es el que nos descubre lo que llevamos oculto dentro de nosotros.
Es el que nos molesta porque nunca nos deja donde estamos.
Es el que nos molesta porque siempre se hace voz de Dios que nos invita al cambio.
Por eso, de la admiración, la gente pasa al acoso e incluso a la violencia.
De la admiración pasa a querer despeñarlo monta abajo.
De la admiración pasa a tratar de eliminarlo.
¿No es lo que sigue acontecimiento también hoy?
Mientras digamos lo que todos dicen.
Mientras digamos lo que todos queremos oír.
Mientras digamos lo que no nos cuestiona,
Mientras digamos que todo está bien.
Mientras digamos que todo siga igual.
No tendremos problema.
El problema está:
Cuando pensamos distinto y cuestionamos lo que otros piensan.
Cuando decimos o escribimos y predicamos que algo “huele a podrido”.
Porque entonces nuestro profetismo termina en un serio peligro.
En aquel entonces la solución fue “echarle barranco abajo”.
Hoy puede ser una actitud mucho más fina y decimos:
Somos un peligro para la fe del pueblo.
Somos un peligro para la ortodoxia de la fe.
Somos un peligro para la estabilidad social, por más que sea la estabilidad de la injusticia y la sumisión al poder.
Y se nos manda callar.
Se nos prohíbe enseñar.
Se nos prohíbe escribir.
Me gusta la frase final: “Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”.
La verdad puede encontrar estorbos en el camino.
Jesús puede pasar de “profeta” a la categoría de “carpintero”.
Pero no por eso la violencia termina con el profetismo de Jesús.
Jesús siempre se abrirá paso.
Y la verdad terminará por florecer.
Tal vez, haya que esperar. No importa. También las semillas tardan en brotar.
Los hombres pasan, la verdad sigue su camino.
Los hombres podemos matar a los profetas.
Pero la verdad que anuncian sigue adelante, algún día amanecerá.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Tiempo ordinario
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