Escribe Pablo Cabellos:
Creemos que es bueno lo nuevo sólo por serlo, sin detenernos en la consecuencias que comporta, imaginamos que la zafiedad es mejor que su contrario…
Creemos que es bueno lo nuevo sólo por serlo, sin detenernos en la consecuencias que comporta, imaginamos que la zafiedad es mejor que su contrario…
A primera vista, podemos otear indicadores de que caminamos hacia una nueva civilización que aportaría un modo nuevo de vivir o incluso de ser. Cambiar la esencia del hombre no parece empresa fácil, pero lo dejamos estar. Y vayamos a los asuntos que pueden renovarse en la cultura humana. De hecho, si repasamos la historia, hemos transformado mucho nuestra civilización.
Las eras que parten el devenir humano están ancladas en grandes renovaciones realizadas por los hombres, tanto en el plano intelectual como en el técnico o en el modo de pensar de los hombres. Podríamos remontarnos a la invención de la rueda, poner el punto de mira en la imprenta o fijarnos en la Ilustración. Desde luego, no parece un momento de inflexión de la cultura la propuesta de no usar animales en la cabalgata de Reyes en Catarrotja.
Pero ahora hay menos pensadores, una idea del hombre más pequeña, poco magnánima, creemos que es bueno lo nuevo sólo por serlo, sin detenernos en la consecuencias que comporta, imaginamos que la zafiedad es mejor que su contrario… Sin embargo, hay muchos aspectos de la vida humana que mejoran, pero no precisamente por esas sendas.
Hay una reforma radical de la técnica, de la medicina, del arte en sus diversas manifestaciones, del cuidado de la naturaleza, tal vez somos más libres, pero el hombre pierde a pasos agigantados porque no se valoran virtudes personales y sociales como la veracidad, lealtad, respeto a la opinión diversa, capacidad de disculpar, perdonar, escuchar, de ir al fondo de lo que nos proponemos, de pensar más en la persona, valor del sufrimiento, capacidad de servicio, etc., etc. Sin esto, la nueva cultura será incultura.
Más que hacia nueva civilización, podemos dirigirnos hacia el parto de los montes, como en la fábula del mismo nombre. La fábula es un género literario que de forma amena y jocosa induce a una conclusión ética. Moralina, dirían seguramente los que se escurren de la moral. Ha tenido su cultivo en todas las épocas y en modo muy parecido. Ahí están Esopo, Horacio, Samaniego o Lafontaine. El DRAE define la fábula como Breve relato ficticio, en prosa o verso, con intención didáctica frecuentemente manifestada en una moraleja final, y en el que pueden intervenir personas, animales y otros seres animados o inanimados.
Horacio hace una referencia al Parto de los Montes en su Epístola a los Pisones, de la que Samaniego extrae su conocida fábula: Con varios ademanes horrorosos / Los montes de parir dieron señales; / Consintieron los hombres temerosos / Ver nacer los abortos más fatales. / Después que con bramidos espantosos / Infundieron pavor a los mortales, / Estos montes, que al mundo estremecieron, / Un ratoncillo fue lo que parieron. / Hay autores que en voces misteriosas / Estilo fanfarrón y campanudo / Nos anuncian ideas portentosas; / Pero suele a menudo / Ser el gran parto de su pensamiento, / Después de tanto ruido sólo viento.
Observamos que esta breve fábula relata cómo los montes suministran terribles signos de dar a luz, infundiendo pánico en quienes los escuchan. Sin embargo, después de señales tan asombrosas, los montes paren un pequeño ratón. La fábula, y la expresión "el parto de los montes", se refieren a aquellos acontecimientos que se anuncian como algo mucho más grande o importante de lo que realmente terminan siendo. ¿Nos dice algo de la situación político-social que estamos viviendo en España? Posiblemente sí. Tiene su aspecto jocoso por la especie de circo que estamos viviendo. Pero no está exento de dramatismo porque no conocemos muy bien qué buscamos y hacia dónde caminamos. Algunos saben muy bien qué desean destruir, pero no se sabe tan bien lo que anhelan construir. Y si se imagina, por la semejanza con lo sucedido en sus regímenes amigos, la conclusión es terrorífica.
El doloroso parto del ratón conduce al estremecimiento de los montes, de la entera sociedad. Además, el pequeño roedor es extraordinariamente dañino. No alumbra un hombre nuevo, sino que muy probablemente extrae lo peor que poseemos los humanos para convertirlo en regla de juego para ese extraño género de vida de obligado cumplimiento. Claro que necesitamos mejoras, pero auténticas. Porque no habrá políticos, economistas o artistas no corruptos con la venta de un hombre tratado peor que a los animales hasta límites del dislate absoluto. Prefiero no poner ejemplos, pero el lector los conoce mejor que yo. Sólo unos interrogantes. ¿Viviremos con más libertad? ¿Habrá más opciones para el pensamiento? ¿Tiraremos a la basura un pasado entendido como depósito de bienes comunes? ¿Podremos entender la cultura como una obra humana a respetar? ¿Viviremos lo que siempre se denominó buena educación?
No he dicho nada de la economía porque no es lo más importante. Sí lo es en el aspecto del paro y la gente que habita las periferias existenciales como reitera el Papa Francisco. No deseo fomentar ese materialismo de moverse sólo por intereses. Para el materialismo −residente en un empolvado neomarxismo− lo único que diferencia al hombre del resto del cosmos es su capacidad de acción, sin que se le reconozca su interioridad, porque sólo le importa cambiar el mundo con su acción.
Pablo Cabellos Llorente, en Las Provincias.
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