Oficio de lecturas – Jueves de la semana III – Tiempo ordinario



OFICIO DE LECTURA – JUEVES DE LA SEMANA III – TIEMPO ORDINARIO
De la Feria. Salterio III.

PRIMERA LECTURA

Año I:

De la carta a los Romanos     10, 1-21

DIOS ES SEÑOR DE TODOS

    Hermanos, el mayor afecto de mi corazón y mis súplicas a Dios son en favor de los judíos, para que alcancen la salvación. Yo lo reconozco: tienen celo por la gloria de Dios, pero no según la verdadera ciencia del espíritu. Entendiendo mal el plan salvífico de Dios y por querer establecer el suyo propio, no se sometieron a la acción salvadora de Dios. Cristo es el término y el fin de la ley mosaica para justificación de todo el que tiene fe.
    Escribe, en efecto, Moisés, acerca de la justificación que proviene de la ley: «Quien observe la ley vivirá por ella.» En cambio, de la justificación que proviene de la fe, se expresa así: «No digas en tu corazón: “¿Quién subirá al cielo?”» Se entiende: para hacer bajar a Cristo. «O bien: “¿Quién bajará a los infiernos?”» Es decir: para hacer subir a Cristo de entre los muertos.
    Lo que afirma de la justificación que proviene de la fe es lo que sigue: «Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón», es decir, el mensaje de la fe que nosotros predicamos. Porque, si proclamas con tu boca a Jesús como Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón creemos para obtener la justificación y con la boca hacemos profesión de nuestra fe para alcanzar la salvación.
    Pues dice la Escritura: «Todo el que crea en él no será confundido.» Porque ya no hay distinción entre judío y gentil, ya que uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que lo invocan. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
    Pero, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo van a creer en aquel de quien nada han oído? Y ¿cómo oirán si nadie les predica? Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura: «¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian el bien! »
    Sin embargo, no todos los judíos se han sometido al Evangelio. Ya lo dijo Isaías: «Señor, ¿quién ha dado fe a nuestra predicación?» Por consiguiente, es claro que la fe depende de la predicación, y que la predicación se hace por misión de Cristo. Pero, pregunto yo: ¿Es que los judíos no han oído hablar de él? Claro que han oído: «A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.»
    Y vuelvo a preguntar: ¿Es que los judíos no lo entendieron? Sí, lo entendieron. Moisés es el primero en afirmar: «Yo os provocaré a celos de un pueblo que no es mío. Y os provocaré a cólera por un pueblo insensato.» E Isaías hasta se atreve a decir: «Me dejé hallar de aquellos que por mí no venían; me dejé ver de quienes por mí no preguntaban.» Y, en cambio, de Israel asegura: «Todo el día mis manos extendí hacia un pueblo reacio y contumaz.»

Responsorio     Rm 10, 12b-13; 15, 8-9a

R. Cristo es el mismo Señor de todos, rico para todos los que lo invocan; * pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.
V. Cristo consagró su ministerio al servicio de los judíos, por exigir la fidelidad de Dios el cumplimiento de las promesas hechas a los patriarcas; y por otra parte para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia.
R. Pues todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.


Año II:

Del libro del Génesis     24, 1-27

ABRAHAM ENVÍA A BUSCAR MUJER PARA ISAAC

    En aquellos días, Abraham era viejo, de edad avanzada, y el Señor lo había bendecido en todo. Abraham dijo al criado más viejo de su casa, que administraba todas las posesiones:
    «Pon tu mano bajo mi muslo, y júrame por el Señor, Dios del cielo y Dios de la tierra, que, cuando le busques mujer a mi hijo, no la escogerás entre los cananeos, en cuya tierra habito, sino que irás a mi tierra nativa, y allí buscarás mujer a mi hijo Isaac.»
    El criado contestó:
    «Y, si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿tengo que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste?» Abraham le replicó:
    «De ninguna manera lleves a mi hijo allá. El Señor, Dios del cielo, que me sacó de la casa paterna y del país nativo, que me juró: “A tu descendencia daré esta tierra”, enviará su ángel delante de ti, y traerás de allí mujer para mi hijo. Pero, si la mujer no quiere venir contigo, quedas libre del juramento. Sólo que a mi hijo no lo lleves allá.»
    El criado puso su mano bajo el muslo de Abraham, su amo, y le juró cumplirlo. Entonces, el criado tomó diez de los camellos de su amo y, llevando toda clase de regalos de su amo, se encaminó a Aram Naharaim, ciudad de Najor. Hizo arrodillarse a los camellos fuera de la ciudad, junto a un pozo, al atardecer; cuando suelen salir las aguadoras. Y dijo:
    «Señor, Dios de mi amo Abraham, dame hoy una señal propicia y trata con amor a mi amo Abraham. Yo estaré junto a la fuente, cuando las muchachas de la ciudad salgan a por agua. Diré a una de las muchachas: “Por favor, inclina tu cántaro para que beba.” La que me diga: “Bebe, y también abrevaré tus camellos”, ésa es la que has destinado para tu siervo Isaac. Así sabré que tratas con amor a mi amo.»
    No había acabado de hablar, cuando salía Rebeca -hija de Betuel, el hijo de Milca, la mujer de Najor, el hermano de Abraham-, con el cántaro al hombro. La muchacha era muy hermosa y doncella; no había tenido que ver con ningún hombre. Bajó a la fuente, llenó el cántaro y subió. El criado corrió a su encuentro y le dijo:
    «Déjame beber un poco de agua de tu cántaro.» Ella contestó:
    «Bebe, señor mío.»
    Y, en seguida, bajó el cántaro al brazo y le dio de beber. Cuando terminó, le dijo:
    «Voy a sacar también para tus camellos, para que beban todo lo que quieran.»
    Y, en seguida, vació el cántaro en el abrevadero, corrió al pozo a sacar más, y sacó para todos los camellos. El hombre la estaba mirando, en silencio, hasta saber si el Señor daba éxito a su viaje o no. Cuando los camellos terminaron de beber, el hombre tomó un anillo de oro de medio siclo y se lo puso en la nariz, y dos pulseras de oro de diez siclos para los brazos. Y le preguntó:
    «Dime de quién eres hija, y si en casa de tu padre encontraremos sitio para pasar la noche.»
    Ella contestó:
    «Soy hija de Betuel, el hijo de Milca y de Najor.» Y añadió:
    «También tenemos abundancia de paja y forraje, y sitio para pasar la noche.»
    El hombre se inclinó en adoración al Señor, y dijo:
    «Bendito sea el Señor, Dios de mi amo Abraham, que no ha olvidado su misericordia y fidelidad con su siervo. El Señor me ha guiado a la casa del hermano de mi amo.»

Responsorio     Cf. Gn 24, 27; cf. 35, 3

R. Bendito sea el Señor, Dios de mi amo Abraham, que no ha olvidado su misericordia y fidelidad con su siervo. * El Señor me ha guiado por un camino recto.
V. Subamos y hagamos un altar al Dios que me acompañó en mi viaje.
R. El Señor me ha guiado por un camino recto.
SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de Juan Mediocre de Nápoles, obispo
(Sermón 7: PLS 4, 785-786)

AMA AL SEÑOR Y SIGUE SUS CAMINOS

    El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Dichoso el que así hablaba, porque sabía cómo y de dónde procedía su luz y quién era el que lo iluminaba. Él veía la luz, no esta que muere al atardecer, sino aquella otra que no vieron ojos humanos. Las almas iluminadas por esta luz no caen en el pecado, no tropiezan en el mal.
    Decía el Señor: Caminad mientras tenéis luz. Con estas palabras se refería a aquella luz que es él mismo, ya que dice: Yo he venido al mundo como luz, para que los que ven no vean y los ciegos reciban la luz. El Señor, por tanto, es nuestra luz, él es el sol de justicia que irradia sobre su Iglesia católica extendida por doquier. A él se refería proféticamente el salmista, cuando decía: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
    El hombre interior, así iluminado, no vacila, sigue recto su camino, todo lo soporta. El que contempla de lejos su patria definitiva aguanta en las adversidades, no se entristece por las cosas temporales, sino que halla en Dios su fuerza; humilla su corazón y es constante, y su humildad lo hace paciente. Esta luz verdadera que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre, el Hijo, revelándose a sí mismo, la da a los que lo temen, la infunde a quien quiere y cuando quiere.
    El que vivía en tiniebla y en sombra de muerte, en la tiniebla del mal y en la sombra del pecado, cuando nace en él la luz se espanta de sí mismo y sale de su estado, se arrepiente, se avergüenza de sus faltas y dice: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Grande es, hermanos, la salvación que se nos ofrece. Ella no teme la enfermedad, no se asusta del cansancio, no tiene en cuenta el sufrimiento. Por esto debemos exclamar plenamente convencidos, no sólo con la boca, sino también con el corazón: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Si es él quien ilumina y quien salva, ¿a quién temeré? Vengan las tinieblas del engaño: el Señor es mi luz. Podrán venir, pero sin ningún resultado, pues, aunque ataquen nuestro corazón, no lo vencerán. Venga la ceguera de los malos deseos: el Señor es mi luz. Él es, por tanto, nuestra fuerza, él que se da a nosotros y nosotros a él. Acudid al médico mientras podéis, no sea que después queráis y no podáis.

Responsorio     Sb 9, 10. 4

R. De tu trono de gloria envía, Señor, la sabiduría para que me asista en mis trabajos * y venga yo a saber lo que te es grato.
V. Dame, Señor, la sabiduría asistente de tu trono.
R. Y venga yo a saber lo que te es grato.

Oración

Dios todopoderoso y eterno; dirige nuestras acciones según tu voluntad, para que, invocando el nombre de tu Hijo, abundemos en buenas obras. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

14:34

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