A mí eso de “Navidad es compartir” me produce rechazo y por varias razones:
- Es una frase vieja, manida, poco original, más antigua que la tos. Si se trata de asumir algo por su antigüedad, prefiero el original.
- Es cursi. Tanto como frase de amor de adolescente. Más que caída de ojos de sesentona. Mucho más que declaración de poeta frustrado. Más que un especial de “La casa de la pradera”. Muchísimo más incluso que un repollo con lazo o vestir al “Socio” de chulapo.
- Es una memez. Porque Navidad es que el Hijo de Dios se hizo hombre para salvar a los hombres del pecado y de la muerte, para dar su vida en la cruz generosamente en remisión de los pecados. Cargarse todo eso para dejar esta fiesta en la fiesta del compartir me parece una estupidez. Me parece. A mí.
- Es una frase que tiene más peligro que un mono con dos pistolas. Porque si te dicen que Navidad es hacer tus compras en Almacenes Ruigómez, eso no cuela. Proclamar que Navidad es indigestión de cava y langostinos, tampoco. Se nota demasiado. Pero lo de compartir queda bien. Tan bien que nadie se atrevería a poner pegas. Sin embargo, hay una pega fundamental: desaparece el Hijo de Dios nacido por la salvación de los hombres para dejar reducido todo a un aséptico compartir.
¿Entonces no hay que compartir en Navidad? Sí, pero de otra manera. La clave no es el compartir, sino la conversión a Jesucristo, sabiendo que el convertido comienza a vivir de otra manera: en el amor a Dios y a los hombres como consecuencia lógica de la aceptación de Jesucristo en su vida.
La conversión a Cristo lleva a compartir. El compartir, sin más, quizá vele el auténtico rostro de Dios. O sin quizá. En fin, ya saben. Cosas mías.
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