“Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo: “¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar a la viña” El le contestó: “No quiero”. Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo, El le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería su Padre? Contestaron: “El primero”. (Mt 21,28-32)
Esta parábola pudiéramos titularla así: “Cuando el no es sí y cuando el sí es no”.
Y revela la historia de muchas vidas.
La historia de muchas vidas que comenzaron por decir “no a Dios”.
Pero con el andar de los años se convirtieron en un sí a Dios.
Muchos santos primero fueron un no.
Pero luego, la gracia los fue trabajando y terminan siendo un gran si.
Vidas que no quisieron saber nada de Dios y terminaron enamoradas de él.
Vidas que vivieron al margen de Dios y que la gracia los fue trabajando hasta que se convirtieron a El.
Vidas que vivieron, incluso olvidándose o negando a Dios, y que la gracia fue haciendo silenciosamente su obra en sus corazones al amor de El.
Vidas que comenzaron con un “no a Dios”, y terminaron con un gran “sí a Dios”.
Y vidas que comenzaron siendo un “sí a Dios” y terminaron con un “no”.
Vidas que comenzaron escuchando la Palabra de Dios.
Y terminaron por olvidarla y prescindir de ella.
Vidas que comenzaron con un Bautismo que los hizo “hijos de Dios”.
Y terminaron por irse de casa, olvidando su fe, prescindiendo de su fe.
Vidas que comenzaron escuchando la llamada de Dios.
Y luego se cansaron y terminaron por abandonarlo.
Vidas que comenzaron el camino del matrimonio con el sí al sacramento.
Y luego se olvidaron de él y vivieron como si nunca la hubieran recibido.
¿Experiencia? La que yo mismo he vivido.
Ingresamos al Seminario, llamados por él, sesenta y ocho.
Fuimos al Noviciado veintinueve.
Nos ordenamos sacerdotes dieciséis.
Vino la crisis de la década de los setenta y unos cinco tomaron otro camino.
Unos dejando la vida consagrada y otros secularizándose y formando una familia.
¿Malos? Yo no me atrevo a decirlo.
Más bien pensaría en el misterio de la gracia.
Pensaría en la libertad humana y la fidelidad a la vocación.
Nadie tiene derecho a juzgar a nadie.
Porque nadie puede conocer el misterio de la gracia.
Es la conclusión del mismo Jesús.
Los publicanos y las prostitutas comenzaron por ser un no la llamada de Jesús.
Y terminaron siendo los primeros en abrirse luego al Evangelio.
“Los publicanos y prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios”.
El corazón humano es misterioso.
La libertad humana es misteriosa.
El hombre y la mujer son misteriosos.
Porque misterioso es Dios y su gracia en el corazón humano.
Podemos ser “un no a Dios”.
Podemos ser “un sí a Dios”.
¿Quién es capaz de juzgar a unos y otros?
Gracias, Señor porque en mi adolescencia dije sí a tu llamada.
Y mi vida que ya está en su atardecer quiere seguir siendo un sí, aunque a lo largo de los años haya habido posiblemente muchos “no”.
No es obra mía.
Es fruto de la acción de tu gracia, que espero llegue hasta el final.
Si algún día te dije sí, y luego te fallé, perdóname.
Si algún día te dije no, y luego regresé a tu corazón, gracias.
No por decirte sí hoy, estoy seguro que seré un sí mañana.
Pero tampoco por el hecho de que hoy te diga no, no me abandones.
Haz que mañana mi no se convierta en sí a tu amor, a tu reino.
Clemente Sobrado, C. P.
Archivado en: Adviento, Ciclo C
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