Homilía para la Solemnidad de Cristo Rey ciclo B
«El que es de la verdad, escucha mi voz».
Esta frase final del Evangelio proclamado resume toda la enseñanza de Juan sobre al Verdad. Muy fácilmente nos esforzamos por conquistar la verdad y sobre todo pretendemos poseerla. Nadie posee la verdad. Lo cual no quiere decir que la verdad no pueda ser conocida, ni que cosas contradictorias pretendan ser verdad en el mismo tiempo y sentido. Aquí lo importante es que tenemos que dejarnos poseer por la verdad. El Padre se ha revelado, narrado, totalmente en el Hijo. Él es la verdad, y el Padre ha dejado todo en sus manos. Si nosotros somos poseídos por Él, estamos incesantemente a la escucha de su voz y su Palabra nos habita y nos transforma.
Pretender poseer la verdad, es querer invertir los roles. Es sustituir a Dios, es rechazar la propia condición de creaturas; y las consecuencias son siempre funestas. Cuando dos personas, o toda una comunidad se ponen juntas a la escucha de la verdad, una unión profunda se crea entre ellos. Cuando en vez pretendemos poseer la verdad y queremos imponerla a los otros, fraccionamos la unidad que ya existe. Seguramente es muy fácil constatarlo en los acontecimientos de nuestra vida cotidiana. Podemos constatarlo de manera todavía más evidente en los conflictos que afligen a la humanidad en nuestro presente y que dejan tantas víctimas inocentes. Cuando una nación, al margen de la verdad y el bien, la moral, pretende tener la verdad y el derecho, obra destrucción, cualquiera sea su fuerza o su debilidad.
En la época de Jesús la situación política de Israel era muy compleja. El pueblo de Israel estaba políticamente sometido al poder romano, del cual Pilato era el representante. Esperaba un Mesías, que restableciera el reino terrestre de David y echase a los opresores. Si Jesús se hubiese presentado como este Mesías esperado, el pueblo, y probablemente también los jefes religiosos, lo habría seguido. Pero el anunciaba el “Reino de Dios”, un reino de otra naturaleza. Así, los jefes del pueblo, que eran terriblemente peligrosos, tanto más en cuanto creían poseer la verdad, lo entregaron al poder pagano, utilizando para hacerlo el perverso argumento que Él había querido oponerse al César declarándose rey de los Judíos.
El encuentro entre Pilato y Jesús es contado por Juan con una fineza exquisita. Estamos en presencia de dos hombres diametralmente opuestos el uno al otro. Uno detenta el poder, pero siente que su autoridad está continuamente amenazada. El otro no tiene poder, pero habla con autoridad. Pilato es un hombre angustiado, inquieto, que tiene todo para perder, y tiene miedo de perderlo, revela esta inquietud en su pregunta: ¿eres tú el rey de los Judíos? No dice el “rey de Israel”, cosa que para él no quería decir nada. Dice: “rey de los judíos”, lo que significa un opositor que podría arruinarlo. Quiere saber por qué se lo han entregado: “¿Qué cosa has hecho?”, le pregunta a Jesús, está queriendo determinar hasta dónde Jesús es un peligro para su poder. Y en todo caso es “profesional” en su encueta. Jesús es, al contrario, un hombre libre, un hombre libre, porque no tiene nada que perder, porque ya ha perdido todo, o, más precisamente, ha dado todo. Su respuesta tranquila y misteriosa, pone nervioso a Pilato, que impaciente le dice: “¿Pero tú eres rey?” Siempre impasible Jesús le dice: “Tú lo dices…” San Agustín en este punto comenta: «El Señor no teme reconocerse rey, pero su expresión: “tú lo dices”, es tan calibrada que no niega ser rey (rey, se entiende, cuyo reino no es de este mundo), pero tampoco afirma serlo, en cuanto esto podría hacer pensar que su reino es de este mundo. En este sentido en efecto pensaba Pilato, con decir: “¿entonces tú eres rey?”. Jesús responde: “tú lo dices”, esto es tu eres de la tierra, y según la carne así te expresas.» Agostino, Comment. in Ioan., 115, 1-3
Se ve hasta que punto la vida y la muerte de Cristo están entretejidas en la historia humana, la cual, por vía de la naturaleza social del hombre, es una historia política. La misma cosa sucede por otra parte para la mayor parte de los mártires a lo largo de la historia. Mueren porque la verdad que los poseía molestaba unas personas que creían, ellas, poseer la verdad. El reino de Cristo sobre todo el universo (objeto de la fiesta de hoy) comienza en este mundo pero se alcanzará plenamente en la Parusía, así como Juan la entrevé en su Apocalipsis. Por eso esta Solemnidad de Cristo Rey no es triunfalista, es realista, solo habrá transformación social real si se vive el Evangelio, si se vive la verdad que no es teoría abstracta, sino relación con Cristo, participar de su reino, que no es político, sino en la verdadera justicia, paz, amor y verdad.
Si miramos profundamente las noticias del mundo entero tenemos que concluir que este reinado de Cristo, es hoy mucho más urgente que cuando Pío XI en 1925 instituye esta fiesta había ya la percepción de una fuerte crisis en los valores de la sociedad, esta situación se ha agravado por eso debemos volver a la fe, a creer en el Evangelio y a tratar de llevarlo a la práctica. Sabemos que las cosas no van bien, pero no damos el paso siguiente de hacernos la pregunta correcta, la pregunta por la verdad, la pregunta por el bien, la apuesta a conquistar derechos pero desde la libertad y desde la responsabilidad, por tanto derechos que engendran deberes. Como decía Mafalda “somos buenos diagnosticadores pero malos solucionadores”. «El que es de la verdad, escucha mi voz», dice Jesús, ahí esta el camino, sigámoslo.
María Santísima es Madre y Reina, que ella nos enseñe a buscar la verdad.
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