El paquete llegó celosamente envuelto. En este sentido no había nada de extraordinario ya que, obviamente, todo lo que llega a las oficinas vaticanas con destino al Santo Padre suele estar empaquetado con el mayor esmero. Lo particular de aquella entrega era que el papel que lo cubría era muy pobre, paupérrimo, de color marrón, duro, como de embalar; y, además, sin remite. Todo un misterio.
La gendarmería vaticana lo examinó con cuidado y se descartó que fuera un artefacto contra el papa. Pasó uno por uno todos los controles de seguridad hasta que llegó a la mesa de Juan Pablo II, que lo abrió con curiosidad. Se trataba de un cubito de ámbar de tamaño algo mayor que un dado grande, dentro del cual había un mosquito con las alas desplegadas.
Al pie, una inscripción escrita en chino, que afirmaba en letras minúsculas: como este mosquito ha permanecido intacto durante siglos, así la fe de los pobres permanece inconmovible gracias a tu testimonio.
Juan Pablo II quiso tener ese dedo de ámbar encima de su mesa durante mucho tiempo: era el recordatorio de una gran parte de los pobres de todo el mundo que sufren a causa de su fe.
«Difícilmente entrarán los ricos en el Reino de los Cielos»; los cristianos perseguidos, estos que lloran y sufren, pasan hambre y sed, son los pobres que Jesús alaba en el Evangelio: de ellos es el Cielo. Dicho de otra manera: el Cielo es de los pobres; de los que entendieron que su mayor riqueza es su fe y que por conservarla vale la pena invertir todos los esfuerzos.
A lo mejor no hace falta irse a China: en tu pueblo, en tu ciudad, o en tu entorno experimentas un clima silencioso pero creciente de persecución. La inmoralidad en el mundo laboral, los modos nefastos de divertirse, la concepción de la vida o la visión del amor pueden llegar a hacerte pensar que es insostenible ser cristiano, que la persecución es demasiado fuerte.
Recuerda entonces que la fe de los pobres –la tuya– permanece inconmovible por el testimonio de tantos cristianos que, como tú, luchan cada día por ser muy fieles. Ser hijo de la Iglesia da la consoladora experiencia de conocer muy de cerca que, en ningún caso, luchamos solos.
Fulgencio Espá
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