Homilía para el Domingo XXII durante el año B
En el Evangelio, Jesús se manifiesta como una persona totalmente libre. No es el hombre de una familia o de una determinada ciudad. No es el hombre de una secta religiosa y no pertenece a ninguna categoría de maestros o rabinos. En realidad no pertenece a ninguno. Es libre en la elección de sus amigos, y en tales elecciones no está condicionado por ninguna convención religiosa o social. Es libre también en las relaciones con las autoridades civiles o religiosas y en la enseñanza al pueblo.
Jesús era muy respetuoso de la Ley dada por Dios a Moisés. No había venido a abolir esta ley, sino a llevarla a su cumplimiento. Como cada hebreo piadoso de su tiempo, debía recitar cada día el Shema Israel, (Escucha Israel) del que tenemos una versión en la primera lectura de la Misa de hoy. Esta ley era una de las expresiones del amor de Dios hacia su Pueblo que había elegido y quería guiar. La memoria y el respeto de esta Ley era el recuerdo del amor de Dios. Contra lo que Jesús luchó tenazmente es contra la utilización de la Ley de Dios por parte de ciertos hombres para esclavizar a otros hombres, mientras esta tenía como fin conducir a los hombres a practicar el amor, sea a Dios como en la relación entre ellos.
En el Evangelio de hoy, hay palabras durísimas contra los Fariseos. Jesús no les reprocha preocuparse por las Escrituras y la Ley. Les reprocha una sola cosa: su hipocresía; y revela las raíces y las consecuencias de esta hipocresía. Hipócritas son aquellos cuyas conductas y palabras no expresan los pensamientos que tienen en el corazón. Lo que no supone un puritanismo, es decir, en el corazón uno puede saber y querer amar al prójimo, reconociendo que es un precepto principal del Evangelio, pero tal vez en la conducta quede mucho por hacer. Para hablar del bien no podemos esperar ser perfectos, sino nadie podría enseñar absolutamente nada. Ahora bien, el hipócrita, siguiendo con el ejemplo es el que en el corazón dice: el prójimo no me interesa y me da igual como lo trato, y por lo demás se pasa el día diciendo que hay que tratar bien a todo el mundo (distinto le que se esfuerza, pero por carácter o debilidad, después trata no tan bien como querría). La hipocresía es falta de simplicidad y pureza de corazón. Por eso Jesús los llama “ciegos”. Hay un nexo muy estrecho entre hipocresía y ceguera, porque el hipócrita, queriendo engañar a los otros, termina engañándose a sí mismo.
La hipocresía no es solamente mentira. El hipócrita engaña a los otros para ganarse su estima, con gestos y palabras que no corresponden a una intención simple. Y porque la simplicidad o pureza de corazón es la virtud fundamental del cristiano, el Evangelio nos enseña que el más grande obstáculo sobre el camino que Dios quiere para nosotros es precisamente la hipocresía.
Jesús hablaba a los Fariseos, pero su mensaje vale para todos nosotros. Debemos aprender a vivir sin llevar máscaras, lo que no significa mostrar impúdicamente todas las miserias. Cuando queremos preservar una cierta imagen de nosotros mismos, nos volvemos inquietos y temerosos, y somos esclavos de esta imagen. Un autor, Lewis, dice que si a uno le pica una parte del cuerpo, se rasca, pero no le hace un monumento a la picazón.
Esta enseñanza de Jesús sobre la pureza del corazón está dirigido a todo cristiano. La pureza de corazón es simplemente lo opuesto a la doblez de corazón, así la persona que tiene el corazón puro es aquella que tiene un solo corazón y que expresa verdaderamente a través de sus acciones lo que tiene en el corazón, aunque con errores y pecados.
Según el Discurso de las Bienaventuranzas es esta una condición para ver a Dios: “Felices los puros de corazón, pues ellos verán a Dios”.
Dice Veda el Venerable, Evang. Marc., 2, 7, 1: «… Es necesaria la enseñanza de la verdad, según la cual aquellos que desean tener parte en el pan de la vida que desciende del cielo, deben purificar sus obras con el frecuente baño de las limosnas, de las lágrimas y de los otros frutos de la justicia, para poder participar en los misterios celestiales en pureza de corazón y de cuerpo. Es necesario que las impurezas, de las que cada uno se mancha en el ocuparse de los asuntos terrenos, sean purificadas por la sucesiva presencia de los buenos pensamientos y de las buenas acciones, si alguien desea gozar del íntimo refresco de aquel pan. Pero los fariseos que acogían carnalmente las palabras espirituales de los profetas –los cuales ordenaban la purificación del corazón y de las obras diciendo: “Lávense, sean puros, y purifíquense (Is. 1, 16) ustedes que llevan los vasos del Señor” (Is. 52, 11)- observaban tales preceptos solamente purificando el cuerpo. Pero en vano los fariseos, en vano los judíos todos se lavaban las manos y se purificaban volviendo del mercado, si rechazan lavarse en las fuentes del Salvador. En vano observaban las purificaciones de los vasos aquellos que descuidaban lavar la inmundicia de sus corazones y de sus cuerpos, cuando es fuera de duda que Moisés y los profetas –los cuales ordenaron lavar con agua los vasos del pueblo de Dios, purificarlos con el fuego, y santificarlos con el óleo- no establecieron tales prescripciones por un motivo genérico o para obtener la purificación de estos objetos materiales, sino más bien para mandarnos la purificación y la santificación de los espíritus y de las obras y la salvación de las almas.»
Que María Santísima purifique nuestro corazón para que tengamos las ideas y los deseos claros y que poco a poco nos ayude el Señor y los hermanos a ir achicando la distancia entre lo que queremos y lo que hacemos, para que el Señor nos libre de merecer el duro reproche de Jesús: ¡Hipócritas!
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