El domingo, 30 de agosto de 2015




EL VIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO


(Deuteronomio 4:1-2.6-8; Santiago 1:17-18.21b-22.27; Marcos 7:1-8.14-15.21-23)

Hace seis años una mujer escribió un ensayo sobre la comida y el sexo.  Preguntó si la comida se ha hecho en nuestro tiempo el nuevo sexo.  Porque el evangelio trata de los dos temas, vale la pena revisar las ideas del ensayo un poco ahora.

Según la autora, los jóvenes hoy día se preocupan por la comida como sus abuelos se preocupaban del sexo hace cincuenta años.  Por ejemplo, hoy muchos jóvenes se oponen moralmente al comer carne y las especies de pescado en vías de extinción. Tampoco piensan bueno consumir verduras y frutos genéticamente aumentados o tratados con pesticidas.  Entretanto, a los mayores no hace sentido este tipo de pensar.  A ellos cada uno debería comer lo que le da el gusto.  Si quieres comer cangrejos o chapulines, es de ti para escoger. 

En cuanto al sexo las dos generaciones son igualmente opuestas a una y otra.  Los mayores no aprueban el sexo fuera del matrimonio.  Consideran como malo moralmente visitar una prostituta, cohabitar antes de casarse, y usar anticonceptivos para mantener una vida libertina.  Los jóvenes no aceptan ninguno de estas prohibiciones.  Con tal de que su pareja no es casada con otra persona, las relaciones sexuales son aventuras del descubrimiento y placer.  Obviamente hay dos mundos morales diversos.  ¿Cuál de los dos parece más cerca lo de Jesús en el evangelio?

Los fariseos están acudiendo a Jesús para quejarse de sus discípulos.  Le dicen que los discípulos no guardan la tradición de lavar las manos antes de comer.  Para los fariseos las preparaciones para la comida son tan importantes como lo que se come.  Según ellos, se tiene que cuidarse mucho con todo aspecto de la comida para vivir justamente.  Sin embargo, Jesús no concurre con este sistema de valores.  Para él, al menos en el Evangelio según San Marcos, no es la comida que entre la persona y mucho menos la pureza con que esté preparada que cuenta.  Más bien es lo que hace la persona: lo que sale de su boca y lo que produce sus manos que importan.  Por la lista de acciones que se da en el pasaje son los pecados contra el sexto y el séptimo mandamientos que cuentan lo más. 

No se cree que Jesús en su tiempo favoreciera la comida del puerco.  Y si estuviera entre nosotros hoy día a lo mejor nos advertiría que no consumamos las especies de animales en peligro.  Es una advertencia del papa Francisco en su encíclica Laudato sí.   De todos modos Jesús tendría más preocupación sobre el libertinaje que deja a los niños sin dos padres en la casa.  Y con mayor intensidad nos amonestaría que el sexo libre está contribuyendo al millón de abortos cada año.  Nos reprendería, no porque considera el sexo como sucio o como un “mal necesario”.  Al contrario, nos aconsejaríamos sobre estos temas porque quiere que los matrimonios tengan relaciones amorosas y gratificantes.  Nos corregiría porque quiere que nuestras familias sean fuertes y prósperas.

En la primera lectura Moisés amonesta al Israel que obedezca las leyes de Dios.  Sabe que para hacerse en una nación grande Israel tiene que actuar con la virtud.  Las familias tienen que adherir al camino recto con aún mayor empeño.  Como dice una canción, el diablo tiene una línea de pescado con diez mil señuelos.  Si van a prosperar, las familias guardarán los mandamientos, particularmente el sexto y el séptimo.  Para prosperar, guardarán los mandamientos.
22:39

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