3 de agosto.

LUNES DE LA SEMANA 18ª DEL TIEMPO ORDINARIO

multiplicadciónpanes»: es la aventura del seguir caminando. El desierto ayuda a madurar. Pero lo que siempre continúan experimentando los israelitas es la cercanía de Dios, fiel a su Alianza.

a) El pueblo murmura por las condiciones en que tienen que vivir y caminar. Añoran la vida que llevaban en Egipto, a pesar de la esclavitud. La libertad siempre da miedo. El desierto es una aventura.

Moisés también se deja contagiar por ese malestar. La impaciencia del pueblo va contra él. Se han olvidado de todo lo que ha hecho por ellos. Y también él se desanima y está tentado de echarlo todo a rodar. Pero se refugia en la oración, una oración muy humana y sentida: «¿por qué tratas mal a tu siervo… por qué le haces cargar con todo este pueblo?». La crisis es fuerte. «Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir».

No leemos -en esta selección, que forzosamente es breve- la respuesta que Dios le dio: que se hiciera ayudar. Que eligiera setenta personas sensatas que le echaran una mano para resolver los asuntos de ordinaria administración entre las familias y las tribus. Coincide con el consejo que le diera su suegro Jetró (Ex 18). En efecto, así lo hizo Moisés, y mejoró notablemente la marcha del pueblo.

b) Todos tenemos nuestros momentos de crisis y desánimo, aunque, tal vez, no hasta desearnos la muerte, como Moisés.

A veces, es por las dificultades externas, como las del pueblo en el desierto. Por ejemplo, porque vemos muy poco fruto en el trabajo que estamos realizando. Otras veces, por el cansancio psicológico que produce la vida de cada día (el maná les llegó a parecer rutinario y sin gusto a los israelitas). Hay días en que se nos acumulan los disgustos, y las tareas que tenemos entre manos nos pueden llegar a parecer una carga insoportable.

¿Nos sale entonces, desde lo más hondo, una oración como la de Moisés? ¿una oración no dulce, ni muy poética, pero sincera y realista, en la que le exponemos con confianza a Dios nuestra situación? Una oración como la del salmo de hoy: «Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer, los entregué a su corazón obstinado…». Tampoco a Jesús le salía siempre una oración optimista: «Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz».

Tendríamos que imitar el ejemplo de Moisés, con su oración personal y vivida. Seguro que de esta oración nos vendrían ideas y soluciones, o, al menos, fuerzas y ánimos para seguir adelante.

Por ejemplo, tal vez nos vendrá la inspiración de seguir el consejo de Dios a Moisés: que sepamos trabajar en equipo, compartiendo responsabilidades.

2. Mateo 14,13-21

En el ciclo dominical A, por haberse leído ayer domingo este mismo evangelio, el Leccionario sugiere que hoy se lea el de mañana, martes (Mt 14, 22-36). Entonces, el martes se leerá el evangelio alternativo que se ofrece para ese día (Mt 15,1-2.10-14).

a) La multiplicación de los panes es un milagro que los evangelios cuentan hasta seis veces. Mateo y Marcos, dos cada uno, seguramente porque hubo dos escenas diferentes. Hoy leemos la primera de Mateo.

Jesús, al enterarse de la muerte del Bautista, intenta retirarse a un lugar solitario, pero la gente no le deja. A él, como siempre, «le dio lástima y curó a los enfermos». Su actividad misionera es intensa: predica la Buena Nueva de la salvación, cura a los enfermos, atiende a todos y, como vemos hoy, también les da de comer.

Es un milagro cargado de simbolismo. En el AT, Moisés, Elías y Eliseo dieron de comer a la multitud en el desierto o en períodos de sequía y hambre. Jesús cumple en plenitud las figuras del AT. Además, muestra un corazón lleno de misericordia y un poder divino como Enviado e Hijo de Dios.

b) El relato es también un programa para la comunidad de los seguidores de Jesús.

Ante todo, el lenguaje del evangelio se parece mucho al de nuestra Eucaristía: «tomó… pronunció la bendición… partió… se los dio…». No podemos no pensar en ese Pan que Jesús multiplica para nosotros cada vez que celebramos la Eucaristía, el signo sacramental que él mismo nos encargó que celebráramos en memoria de su Pascua.

Pero, cada vez que leemos esta escena, también aprendemos la lección de la solidaridad con los que pasan hambre, con los que buscan, con los que andan errantes por el desierto. La consigna de Jesús es sintomática: «dadles vosotros de comer». La Iglesia no sólo ofrece el Pan con mayúscula. También el pan con minúscula, que puede traducirse por cultura y cuidado sanitario y preocupación por la justicia en favor de los débiles y la solidaridad de los que tienen con los que no tienen…

En cada misa, el Padrenuestro nos hace pedir el pan nuestro de cada día, el pan de la subsistencia y, luego, pasamos a ser invitados al Pan que es el mismo Señor Resucitado que se ha hecho nuestro alimento sobrenatural. Hay un doble pan porque el hambre también es doble: de lo humano y de lo trascendente. Y la «fracción del pan» debería ser tanto partir el Pan eucarístico como compartir el pan material con el hambriento.

Jesús, con esta dinámica del pan material y del pan espiritual, ayuda a las personas a pasar del hambre de lo humano al hambre de lo divino. De la luz de los ojos a la luz interior de la fe, en el caso del ciego. Del agua del pozo al agua que sacia la sed para siempre, a la mujer samaritana. Lo mismo tendremos que hacer nosotros, los cristianos. El lenguaje de la caridad es el que mejor prepara los ánimos para que acepten también nuestro testimonio sobre los valores sobrenaturales.


08:51
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