“¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza. Buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes y devoran los vienes de las viudas, con pretexto de largos rezos”. (Mc 12,35-37)
Nos encanta el exhibicionismo.
Nos encanta llamar la atención.
Nos encanta ser distintos y que se fijen en nosotros.
Me van a perdonar todos esos que hoy:
Les encanta llevar esos tatuajes que tienen bien poco de bonitos, pero llaman la atención.
Les encanta llevar esos aros en las orejas, porque los hace distintos, dicen que modernos.
Les encanta llevar esos blue jeans rotos que dan pena.
La verdad que no sé si son de protesta o de moda.
Nunca entendí que los rotos sean signo de modernidad.
Pero, tampoco quiero tirar piedras en tejado ajeno, porque también en casa hay demasiados escribas.
Y no quiero excluirme, porque también es posible que en mi vida haya exhibicionismos camuflados.
Siempre resulta más fácil ver las rarezas de los otros que las propias.
Siempre resulta más fácil apuntar con el dedo a los “escribas de enfrente” que a los que tenemos en casa.
Siempre resulta más fácil condenar a los demás, que reconocernos a nosotros mismos.
En mi larga vida he visto de todo.
Felizmente, también he sido testigo de muchos cambios.
He sido testigo de “las sillas gestatorias”.
He sido testigo de las grandes “tiaras pontificias”.
He sido testigo de las grandes “colas cardenalicias”.
He sido testigo de muchas cosas que nos hacían distintos a los demás.
Tengo que reconocer y dar gracias a Dios:
De que muchas cosas han cambiado.
De que se ha recuperado la sencillez.
De que se ha recuperado aquello que somos sin necesidad de ese barroco que nos ha distinguido.
Sin embargo, debo reconocer que, de alguna manera, muchos llevamos en el corazón ese tufillo de vanidad que pretende hacernos distintos.
Siempre se ha dicho que “el hábito no hace al monje”.
Pero también debo reconocer que le ayuda a serlo.
Lo más fácil es revestirse de apariencias.
Lo difícil es ser lo que uno es.
Lo más fácil es llamar la atención.
Lo difícil es ser uno más.
No ser uno más del montón.
Sino que podamos ser distintos al resto:
Por nuestra verdad.
Por nuestra coherencia de vida.
Por nuestra sencillez de vida.
Por la autenticidad de la vida.
Me gustan las flores porque son lo que son y no tratan de imitar a las demás.
Me gustan las rosas porque cada rosal tiene las suyas y no imita al que tiene al lado.
Me gustan las margaritas, porque aunque sean chiquitas, siguen embelleciendo los prados y jardines.
Me gustan las violetas, porque no cambian de vestido.
Siguen siendo siempre ellas mismas.
Y siguen siendo bellas y hermosas.
Y siguen siendo sencillas y admiradas en la simplicidad de sus colores.
Siempre me he preguntado el por qué de esa proliferación de tantos centros de maquillaje. Nos hacen guapos siendo feos. Nos hacen llamativos hasta lograr que nadie nos reconozca.
Si nos quitan todo lo que llevamos postizo ¿qué nos quedaría?
Posiblemente no saldríamos tanto a la plaza para que nos vean y nos hagan reverencias.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo B, Tiempo ordinario Tagged: apariencia, exhibicionismo, modestia, soberbia
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