“Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” El les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Simón Pedro, tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. (Mt 16,13-19)
Siempre es más fácil responder por los otros.
“Ellos respondieron”.
Aquí todos estaban seguros.
Lo difícil es cuando tenemos que responder por nosotros mismos.
“Simón Pedro tomó la palabra”.
Los demás guardaron silencio.
Todos conocemos mejor la vida de los demás que la nuestra.
Todos tenemos ideas más claras sobre la vida de los otros que sobre la nuestra.
Todos somos mejores jueces de lo que piensan y dicen los otros que sobre los que pensamos y decimos nosotros.
Es importante para Jesús saber qué piensa de El la gente.
Pero es posible que eso no fuese más que una introducción para la segunda pregunta.
Porque para El, posiblemente era mucho importante conocer cómo estaban ellos asimilando su doctrina y sobre todo su personalidad. Y de modo particular, a Jesús le interesaba, no tanto el saber lo que sabían o pensaban, sino ¿qué significaba para ellos?
Es la pregunta que todos debiéramos hacernos.
No cuánto sabemos de El.
No qué doctrinas o teorías seguimos sobre El.
No cuál es nuestra teología sobre El.
A Jesús, claro que le importa la “ortodoxia” de nuestras ideas.
Pero a Jesús le interesa más “el significado, el sentido de su vida” en nuestras vidas.
A veces me cuestiono si la Iglesia no estará demasiado preocupada por la “ortodoxia doctrinal” y se preocupe menos de nuestra vivencia de Jesús. Hay más condenas doctrinales que condenas de falta de vivencias.
La fe implica ideas y doctrinas.
Pero la fe no es creer en doctrinas.
La fe es creer en “Alguien”.
Y en Alguien que sea el centro de nuestras vidas.
En Alguien que de sentido a nuestras vidas.
En Alguien que de sentido a lo que hacemos.
La pregunta, más que “¿qué decimos nosotros de Jesús?” debiera ser:
“¿Qué es Jesús para nosotros?”
Se puede saber muchas cosas sobre alguien a quien nunca tratamos.
Se puede saber muchas cosas sobre los demás sin que nos importen nada.
Se puede saber mucho sobre Jesús, sin que él diga algo a nuestro corazón.
Se puede rezar el Credo en la Iglesia, y luego vivir como lo hubiésemos olvidado.
Jesús no vino a crear una escuela de teología. Ni invitó a nadie para que fuese su alumno.
Jesús vino a dar un sentido nuevo a la vida. Por eso las invitaciones que él hace es “a seguirle”. Los llama “Discípulos”, pero, no tanto como aprendices de doctrinas, sino como “aprendices de seguimiento”.
¿Es Jesús el centro de nuestra vida?
¿Es Jesús el centro de nuestro pensamiento y de nuestro corazón?
¿Es Jesús el centro de nuestro caminar?
¿Es Jesús el que da sentido a nuestra existencia?
Pablo supo expresarlo de una manera bien nítida:
“Yo no quiero saber nada entre vosotros sino a Cristo, y este crucificado”.
“Para mí la vida es Cristo”.
Enseñamos doctrinas. Pero enseñamos poco a enamorarnos de El.
Enseñamos doctrinas. Pero enseñamos poco a hacer de Jesús el tesoro de nuestro corazón.
El creyente está llamado a confesar y recitar el Credo, toda esa serie de verdades cristianas. Pero, no por eso somos cristianos.
Comenzamos a ser cristianos cuando nos enamoramos de Jesús y decidimos seguir sus pasos y decidimos vivir como El vivió.
Podemos saber mucha teología de Jesús, pero tener una vivencia muy pobre de él.
Un Jesús que llevamos en la cabeza. Y lo que importa es el “Jesús vida y en la vida”.
Clemente Sobrado C. P.
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